Ni siquiera me había sentado en la mesa que solía ocupar en el Golden Caffé cuando Olivia se acomodó justo enfrente mío, con la expresión neutra, como si aquel gesto hubiera formado parte de su ritual matutino habitual.
Violet, quien estaba limpiando la mesa en la que se había sentado uno de nuestros profesores del colegio privado, no pasó por alto aquel hecho, por lo que, a pesar de estar pasando un paño mojado cerca de aquel hombre barrigudo y de baja estatura, nos estaba prestando atención a nosotras dos.
—Nunca había presenciado una escena tan erótica en toda mi vida —dijo mi vecina, juntando las manos sobre la mesa a la vez que me observaba con la cabeza ligeramente ladeada.
—¿Qué? —pregunté, como si no supiera de qué estaba hablando.
Ella sonrió, viendo cómo me sentaba.
Me había seguido durante todo el camino hacia la cafetería en completo silencio, y yo no lo había tomado como algo extraño, pues no éramos amigas y jamás lo habíamos sido, y estábamos yendo en dirección al único lugar de reunión en todo Aurumham. Sin embargo, que ahora se acomodara frente a mí a comentar el hecho de que Alessandro Della Rovere me había estampado contra la pared exterior de mi casa para olerme el cuello me resultaba un tanto incómodo. Y no tan solo por el hecho de que me hubiera visto siendo prácticamente devorada por un hombre que no me interesaba en absoluto.
—¿Te crees que soy estúpida? He visto cómo el que se llevó a Mandi estaba a punto de hacerte un hijo en el porche de tu casa —rio, apoyando la barbilla sobre su puño, sin dejar de observarme.
—¿Y tú por qué estabas mirando? —rebatí, sin negar la evidencia.
Oli sonrió ampliamente, antes de echarse hacia atrás en su incómoda silla blanca, mirando en dirección a su amiga, quien se acercaba a paso acelerado hacia nosotras.
—Porque por primera vez desde que te conozco haces algo mínimamente interesante —murmuró, alzando una mano para alcanzar la de Violet y apretarla a modo de saludo.
La pelinegra sonrió, antes de mirarme a mí con cierta confusión.
—¿Estás mejor? —pregunté, antes de que ella tuviera tiempo para hablar.
Vi frunció el ceño, tal vez sin conocer el origen de mi pregunta, aunque, cuando se giró de nuevo hacia la pelirroja, supo de lo que estaba hablando.
Alzó las cejas y se encogió de hombros, restándole importancia.
—Sí, supongo —respondió con timidez, antes de sacar el bloc de notas que guardaba en el bolsillo posterior de sus pantalones—. ¿Querías tomar algo?
Asentí con la cabeza, y no hizo falta decir concretamente qué era lo que deseaba, pues nunca había variado en mi elección.
—¿Te acuerdas de Alessandro, el italiano que ligó con Mandi en las cercanías del bosque? —pronunció Olivia, impidiendo que la camarera se alejara de nuestra mesa, todavía sosteniendo su mano.
Violet achinó sus ojos, mirando un punto fijo en la mesa, probablemente el servilletero, antes de chasquear la lengua.
—Eh... ¿El hermano Della Rovere? —adivinó.
Olivia asintió con la cabeza. ¿A dónde quería llegar?
—Se estaba comiendo el cuello de nuestra amiga aquí presente —sentenció con seriedad, señalándome con su dedo acusador.
¿Amiga? ¿Desde cuándo se suponía que alguien que se relacionara con Mandi Cooper podía llamarme "amiga" ?
El sonido de la puerta al abrirse distrajo la atención de mí, lo que realmente fue un alivio. No me apetecía comentar que Alessandro tenía complejos de macho ibérico y quería, desde el primer momento en que posó su mirada en mí, tumbarme en el suelo debajo de él. O de pie, contra la pared, siempre que fuera con él encima mío.
Gavin Clarke, con su cabello ondulado y despeinado que nunca le había quedado para nada mal y la mirada completamente perdida, entró en la cafetería como si fuera la primera vez.
En silencio y sin moverse de la entrada, buscó algo con la mirada, hasta que se fijó en nosotras tres.
No llevaba su horrible uniforme oscuro, ni la placa que le identificaba como parte del cuerpo de policía de Aurumham. Parecía un chico normal, como el que había sido en el colegio, con una camiseta blanca desgastada y su inseparable chaqueta verde que combinaba con el uniforme años atrás.
—¿Qué quieres, Gavin? —preguntó Violet con dureza, hinchando el pecho ligeramente.
La miré a ella, con la mandíbula tensada, y, acto seguido, al chico castaño que no había atrevido a moverse de la puerta todavía.
—Quería... —murmuró con la voz rota. Carraspeó antes de continuar:— Quería hablar con vosotras.
Olivia soltó la mano de su amiga para ocultarla debajo de la mesa, sin apartar la mirada del que fue la pareja eterna de su mejor amiga.
—¿Vas a confesar haber mamarracheado los carteles de Mandi cuando aún no se sabía que había muerto? —preguntó la más tímida, sin cortarse un pelo, antes de acercarse a él en cuatro zancadas y propinarle un manotazo en la piel perfecta de su mejilla derecha.
Arqueé una ceja, sin poder creerme lo que estaba presenciando.
Gavin se quedó paralizado durante un par de segundos, mirando a la nada, hasta que el señor Knight carraspeó, levantando una mano para llamar la atención de Violet, quien echaba humo por las orejas.
—Señorita Birdhwhistle, por favor, se agota mi descanso y tengo que volver al colegio —dijo, señalando el reloj de oro que siempre había decorado su muñeca.
La pelinegra, con una furia que nunca pensé que poseía, le echó una última mirada al exnovio de su amiga muerta y acabó por dirigirse a la barra, con los puños apretados a ambos lados de su cuerpo.
—Así se conquista a un hombre, Vi... —masculló Olivia, como si yo no pudiera oírla, aunque fingí que no lo había hecho.
No era quien para pedir el parte amoroso de ninguna persona sin yo dar explicaciones del mío, que se basaba en sentir calor entre mis piernas al pensar en la afilada mandíbula de Valentino y en el hecho de que la tarde anterior casi habíamos sucumbido a la pasión que nuestra maldita sangre provocaba en el otro.
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Editado: 01.10.2020