1/2 Danversario 💜
Cuando mis pies volvieron a tocar el suelo estaba en el interior de algún edificio. No necesité demasiado tiempo para darme cuenta de que era la mansión Della Rovere, la cual, desde luego, estaba a más de los probablemente diez segundos que Dante me había tenido en brazos.
No pregunté, porque si Edward Cullen tenía una rapidez sobrenatural, probablemente él también la tendría.
El olor a leña quemada inundaba el gran recibidor de altísimos techos y suelo de madera de roble, que crujía bajo nuestros pies a cada movimiento que dábamos.
Dante fue el primero en apartarse de mí, tras haberse mantenido a mi lado durante un par de segundos, más de los que había tardado en transportarme.
—He oído a los perros. Estaban rastreando la sangre de Savannah —me informó, bajando la cabeza para no tener que mirarme a los ojos.
Levanté las cejas y asentí, aunque realmente estaba todavía algo descolocada.
Dante Della Rovere no solo me había tocado, sino que me había llevado en brazos. Necesitaba mi libreta y la necesitaba ahora.
—¿Crees que nos habrían encontrado si hubiéramos andado como personas hasta aquí? —pregunté estúpidamente, cruzando mis manos por detrás de mi espalda, quitando la mirada de las paredes llenas de valiosos lienzos que probablemente costaran más que mi propia vida. Nunca había visto un Gauguin tan de cerca.
Dante levantó ligeramente la cabeza para observarme con sus preciosos y vacíos ojos color aceituna, provocándome un instantáneo escalofrío. No podía comprender el grado de influencia que tenía sobre mí, si nunca nadie lo había tenido.
—Por supuesto. Eres lenta y hueles a sangre de muerto. Te habrían pillado en, aproximadamente, tres minutos si no hubiera sido por mí —respondió, con completa seriedad.
Quise quejarme y discutir mi supuesta lentitud, pero estaba claro que no podía reprenderle eso a un vampiro que había recorrido medio bosque en dos parpadeos.
—¿Dante? ¿Has encontrado al maldito imprudente de Valentino? —preguntó una voz, sorprendiéndome al instante, desde lo que parecía ser el salón.
El rubio, sin mostrarse demasiado asombrado por la intromisión de una tercera persona, se dio media vuelta, ocultándome entre sus anchos hombros.
—¿De verdad crees que él es el imprudente, Sandro? —preguntó con firmeza el vampiro, antes de que su hermano se descubriera, cruzando el marco de la puerta en dos grandes zancadas y colocándose frente a Dante en un par de segundos.
—Hueles a muerto —gruñó a modo de saludo, arrugado la nariz, mirándome por encima del hombro de su hermano.
Llevé mi brazo directamente justo debajo de mi nariz para comprobar que seguía oliendo al suavizante que mi madre utilizaba para hacer la colada y no a cadáver fresco. Yo estaba en lo cierto.
Fruncí el ceño y devolví la mirada a Alessandro, que se había cruzado de brazos.
—¿Qué hace ella aquí, Dante? No sé si recuerdas lo que va a pasar en menos de cuarenta minutos —murmuró, como si yo no pudiera oírle, echándole un rápido vistazo al reloj de su muñeca.
Di un paso a mi derecha para descubrirme, ya que el rubio seguía frente a mí.
—Los perros del sheriff estaban rastreando la alameda. Nos habrían pillado en cuestión de segundos —se justificó, levantando la barbilla. Empezaba a creer que ese era su mayor vicio.
—A ti no. Podrías haber venido tú solo —le reprendió el de cabello oscuro, clavando sus intensos ojos azules en mí.
Dante se encogió de hombros antes de desviar su mirada verdosa hacia mí, y sentí cómo mi corazón se aceleraba ligeramente, a la vez que el calor subía a mis mejillas.
—No te he pedido tu opinión, que yo recuerde —dijo con firmeza.
Me mordí el labio inferior intentando no mostrar mi evidente incomodidad. Dante me había intentado proteger, y no solo de los perros del sheriff, sino también ante su hermano.
Alessandro me observaba con detenimiento, aunque no precisamente mi rostro. Sus ojos azules, tan vacíos y faltos de vida como los de Dante, estaban fijos en mi palidísimo cuello, exactamente justo bajo la oreja izquierda, donde mi cabello normalmente se mantenía alejado.
—Oye, ¿estás bien? —le pregunté, dirigiéndole la palabra por primera vez.
Vi cómo la marcada nuez de su cuello se movió hacia arriba antes de volver a su estado natural y negó con la cabeza, sin poder evitar dejar de mirarme.
—Noventa y tres latidos por minuto, Dante. Buen trabajo —susurró, antes de morderse el labio inferior.
Era inevitable pensar en lo muy atractivo que era ese maldito hombre en ese instante, muy a mi pesar. Sentí cómo mi corazón latía en mi pecho, resonando en mis oídos, antes de obligarme a desviar la mirada tras una ligera sonrisa por su parte.
—No es tu festín de luna llena —aclaró Dante, dando un paso hacia mí para volver a ocultarme tras su espalda.
—¡Hermano! Siempre compartimos —dijo el otro, alejado de su habitual tono burlesco.
Me sentí protegida por la inmensa espalda de Dante, y solo me permití asomar la cabeza por detrás de su brazo derecho, para comprobar que la reacción de Alessandro no iba acompañada de acciones asesinas.
Dante apretó los puños a ambos lados de mi cuerpo y no supe por qué, aunque tampoco pregunté.
—Aléjate, Alessandro. Es una De'Ath, por si no lo recuerdas —gruñó en voz baja, como si yo no me fuera a dar cuenta de lo que acababa de decir.
No me sorprendió que mencionara mi apellido. Julius ya lo había hecho suficientes veces a modo de excusa, y, aunque todavía no comprendía por qué era tan importante el nombre de mi familia, sabía que, probablemente, éramos los únicos en conocer el secreto de los Della Rovere. Y tal vez por eso no podían matarme.
—Eres un aguafiestas. Llévatela antes de que aparezca Valentino, o tal vez sea la última vez que la veas sana y... Pura —dijo, susurrando la última palabra, a la vez que sus ojos casi grises se clavaban en mí.
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Editado: 01.10.2020