Escucho gritos que me hacen querer refugiarme, el sonido de los arboles al caer y el de las alas al batir, mis ojos viajan rápidamente por mi entorno, no estoy segura aquí, me digo, mis pies no vacilan, al contrario, comienzan la carrera de la que dependerá mi vida, no sé porque lo creo pero sé que es así, en el mundo en el que vivo es mejor guiarse por la intuición que por la razón. Los arboles pasan ante mí con una rapidez incalculable, los gritos desaparecen junto al estruendo de los arboles al caer, quisiera detenerme pero no puedo, no ahora sintiéndome próxima al peligro.
La sangre bulle dentro de mí, mi cerebro intenta establecer la razón en medio del terror que domina mi cuerpo, un árbol aparece frente a mí de la nada, lo evito por los pelos, continúo corriendo, escucho el eco de una respiración que no proviene de mí.
Me duelen los pies, pero continuo corriendo, no puedo evitarlo y, no sé porque no me han alcanzado aún solo sé que debo correr.
Me detengo, no sé dónde estoy… pero, nunca lo sé, cada que despierto lo hago en un lugar diferente; un ruido me alerta, entonces corro en un intento de aplazar lo inevitable pero…
Están allí, y allí, y al otro lado, y a su lado, y allá, estoy rodeada de monstruos, quizá centenares de ellos, una gran bestia obesa de dientes afilados y mirada maliciosa me golpea, otro tan alto como el limbo, de mirada golosa me lanza una moneda, uno tan diminuto como el polen y tan aterrador como el infierno, toca una flautilla, el ritmo de tambores se impone al de la flautilla, comienza una especie de danza demoniaca, giran a mi alrededor, colocan una especie de corona sobre mi cabeza, mi cabeza da vueltas, no, todo da vueltas, no! Soy yo quien da vueltas…
¿Qué sucedió? Intento moverme pero estoy atada de a los extremos de una gran rueda que, baja por una colina que parece interminable.
Espíritus burlones revolotean cerca de mí, sus risas me hielan la sangre.
Escucho un silbido en el viento, un silencio inesperado espanta los espíritus, el crujir de la madera ante la penetración del metal, el temblor inesperado de la rueda, sumada a la velocidad me hacen sentir vértigo, una flecha aterriza cerca de mi rostro, otra me da en el hombro, otra hace crujir la madera cerca de mi cintura, otra cerca de mi pie, una más cerca de mi mano derecha y, entonces millones de ellas vienen ante mí, unas en cámara lenta gritándome al oído, otras a la velocidad de la luz desviándose de objetivo inicial. Una de ellas da en mi pecho, una lágrima se libera llevando consigo todo el dolor de una vida, de un día, una muerte que no quise vivir, una luz, veo una luz… l
Bajo mis pies siento la suave, escurridiza y cálida arena, siento el calor del sol veraniego en mi espalda, contemplo el azul del cielo, oigo el murmullo de las olas, el viento sacude mis cabellos, me siento… completa.