«El más terrible de los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza perdida»
—Feberico García Lorca.
22 de diciembre.
Axfel, Montana.
01:24 am.
El sonido de las sirenas de las patrullas es mucho más agudo que de costumbre.
Todo está mal. Nada debía de terminar de esa forma. El castañeo de los dientes de Peyton resuena por todo el vehículo en el que la transporta el detective Nils Jonhson su abuelo de la joven que a penar de qué hace un par de segundos fue rescatada de una de los ríos que del pueblo sigue sin decir nada. Aun no comprendían los guarda bosques como una joven como ella, linda, lista y bastante entrenada fue a dar a la orilla del río, en una plena nevada, con el agua a menos cero grados centígrados y a penas con vida.
—¡Peyton! —la llama el detective Jonhson.
Pero la joven a penas y puede escuchar el llamado como un zumbido.
Aún no termina de procesar todo lo que acaba de terminar de vivir.
¡Corre!
Eso es lo que pasa por sus pensamientos.
¡Corre, corre, corre!
Cuando el vehículo se detuvo frente a la comisaria, Peyton mirado desconcertada por la ventana y después hacia el retrovisor se sintió observada con unos ojos peculiarmente familiares de color azul, cabello castaño claro casi rubio cenizo, piel morena clara y acento alemán. Su respiración aun es un poco agitada, aunque pareciera que llevara más de cuarenta y cinco minutos bajo el hielo. Todo es como un maldito juego mental dentro de su cabeza; intenta unir todas y cada una de las piezas dentro de su cabeza, pero entre más lo dice siente que más se vuelve loca.
—Peyton, cariño —la llama de nuevo—. Necesito que me hables…
Las palabras del detective se quedaron a medias cuando apenas el hilo de voz de la joven se escuchó:
—A…Ales…ter…Whi…te —tartamudeó.
—¿Alester White? —pronuncio desconcertado su abuelo.
Peyton asintió sin frenesí.
—¿El chico del caso de…? —Volvió a asentir—. ¿Estás segura?
—M…muy… se…segura…de… —sus palabras se quedaron ahogadas en su garganta cuando sus ojos se cerraron, su conciencia se quedó en blanco y su cuerpo comenzó a convulsionarse en la parte trasera de la camioneta. La vida de la joven dependía de un hilo que no tardaría nada en romperse y terminar con ella, la pérdida de sangre era mínima de una herida superficial que tenía por encima de su última costilla no era tan profunda como para desangrarla en seguida y no había perforado ningún órgano solo era una línea de sangre que tenía, la misma que la estaba terminando de matar.
«Nadie elige a quien debería sobrevivir al juego de Daxton, pero quien lo haga quedara marcado de por vida por una herida corporal o mental. Nadie se salva de él…»
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misterio, suspeno asesinato, juegos secretos sucesos del pasado
Editado: 04.04.2023