Salí del edificio con Aurora, habíamos tenido una reunión de dos horas en las cuales me había esforzado para exponer el proyecto en el que venía trabajando. La inversión para construir la sala de arte no era menor, ella pretendía que utilizáramos todos materiales de primera calidad, sumado a la creación de espacios diferenciados en tamaño, iluminación y temperatura. Trabajar para ella, nos embarcaba en un proceso ambicioso que nos tenía muy ilusionados.
Mi hermano Ulises y yo nos habíamos recibido de arquitectos con pocos años de diferencia y teníamos una relación muy cercana, por esa razón éramos socios. Ese día, en el que me levanté con la certeza de que mi vida cambiaría para siempre, me necesitaba más que nunca. Llevábamos años luchando para lograr repuntar el estudio, no queríamos volver a trabajar en relación de dependencia, por lo que mi hermano contaba al igual que yo, con lograr a como dé lugar el contrato con Aurora.
Llegamos al elegante restaurante en pocos minutos, Ulises lo había reservado para los tres, pero no había vuelto a tiempo para acompañarnos, así que no me quedó otra que respirar profundo y actuar con frialdad. “Los problemas de casa, quedan en casa”, me repetí varias veces.
Ya ubicados en la mesa, veía como la mujer movía los labios e intentaba concentrarme en su explicación pero una y otra vez volvía a pensar en Paloma. No quería perder el amor de mi mujer, sin embargo, ya lo había dicho antes: “hay cosas que exceden nuestro control” y más me convenía aceptar que Clara existía y que para bien o para mal su aparición iba a cambiar nuestra vida, al menos la que conocíamos hasta el momento.
Que me llamara para que la fuera a buscar al trabajo, no ayudó a mi intento de concentración, debía estar muy descompuesta para hacer algo así. Si bien confiaba ciegamente en mi hermano, hubiera preferido ir yo mismo a buscarla. Ulises, me convenció de lo importante que era que yo siguiera adelante con la exposición, lo cual acepté sin dar batalla, porque una parte de mí prefería mantenerse alejado de Paloma y de lo que tuviera para decirme. En simples palabras “pretendía tapar el sol con un dedo”.
No sé en qué momento me tomé la primera copa de vino, y menos la segunda. Aurora, que desde el inicio no había disimulado su interés en mí, se había acercado demasiado. Tenía la certeza de que si bajaba la mirada me encontraría con cierta parte de su anatomía que resalta por lo ceñido de la prenda. Mantuve la mirada en la suya, haber observado lo que se me ofrecía, primero hubiera sido de mal gusto de mi parte y segundo me hubiera metido en un gran malentendido. Era consciente de que podía patalear, llorar o enojarme con Paloma por lo que estaba experimentando, pero mi verdad era que sólo tenía ojos para ella. Cualquier otra distracción hubiera terminado palideciendo frente a la comparación a la que estaba seguro la sometería.
Antes de terminar el almuerzo, ya habíamos conversado de diferentes temas, era una mujer de conocimientos amplios y variados, logró que olvidara por un buen rato los problemas que me rondaban.Tanto me distrajo que no se me ocurrió volver a chequear mi celular, cuando el mozo se acercó a ofrecernos la cuenta, el alcohol consumido se me desvaneció de repente. “Santi”, gritó mi cabeza, una piedra aterrizó en mi estómago mientras intentaba mantener la calma.
Tenía una buena cantidad de llamadas y varios mensajes, “Estoy al horno”, recapacité. Sin leer ninguno de los reclamos de Paloma, ni los de Ulises tecleé lo más importante: “Llego en quince minutos”. Frené un taxi para Aurora, esperé que se subiera en él y permanecí allí parado hasta que desapareció. Menos de un segundo después corría desaforado, sabiendo que al llegar a casa me esperaba el huracán, bien sabía yo cómo se transformaba mi mujer durante los meses de gestación. Sí, pongo las manos en el fuego sin miedo al asegurar que está embarazada, no necesito un test para saber lo que le ocurre a su cuerpo. Lo que no sabía era que el huracán, no estaba en casa, sino en mi oficina.
De brazos cruzados, expresión furibunda y repiqueteando la punta del pie contra el piso me recibió apenas abrí la puerta. Me desconcertó unos segundos encontrarla allí, cuando mi cerebro ató los cabos, sólo pude pensar en lo hermosa que se veía y las ganas que tenía de llevarla a mi despacho.
—¡No has leído ninguno de mis mensajes!
—Y tampoco lo pienso hacer —repliqué, ganándome una mirada asesina que sólo logró aumentar mi excitación.
—Los dejo solos. Te va a salir carito esto, hermanito, más de dos horas aguantando a tu esposa —se quejó Ulises antes de desaparecer y ganarse un nuevo bufido de Paloma.
—¡Federico, no podés desaparecer! —no la dejé continuar, la acorralé contra la pared a sus espaldas y me sumergí en su boca con todo el deseo que sólo ella me provocaba.
Contra todo pronóstico, no se quejó ni una vez, cruzó los brazos alrededor de mi cuello y las piernas en mi cadera. A ciegas la llevé hasta mi despacho, sin molestarme en cerrar con llave. Con premura me deshice de sus prendas, me enloquecía tenerla completamente desnuda sobre mi escritorio, acaricié con suavidad el contorno del vientre que albergaba un nuevo ser. Paloma se encargó de liberar mi erección y aún con el saco puesto la penetré sin ninguna misericordia.
Ver como se entregaba a mí, como buscaba su placer en mi cuerpo gimiendo mi nombre, me devolvió la paz que, paradójicamente, ella misma me había robado. Detuve las embestidas para captar su atención, lo logré, la molestia en su mirada fue un pequeño triunfo. La tomé de la mandíbula con firmeza, mientras relamía sus labios.