En aquellos días una sangrienta guerra comenzó a esparcirse por las regiones cercanas al pueblo del escritor. Los hombres tuvieron que atender el llamado de las armas incluso el escritor se enrolo en el ejército para defender su amado hogar.
Los días pasaron y las batallas continuaron sin dar ni pedir cuartel, por lo que el joven escritor en sus escasos tiempos libres, añorando su tierra, se puso a escribir un poema. Una vez que lo terminó quiso que alguien lo escuchara, pero en esos momentos otro mortal enfrentamiento daba inicio. Sin hacer caso a las órdenes de sus superiores se encamino a la colina más alta del campo de batalla y una vez allí comenzó a leer su escrito.
El poema hablaba de su añorando hogar. Describía los verdes prados en primavera y el caer de las hojas en otoño, de las calles donde alegres juguetean los niños al atardecer, del trabajo de los hombres en el campo y el delicioso aroma de la comida preparada en el hogar. También hablaba de las tardes en que las familias se reunían alrededor de la chimenea para platicar sobre lo sucedido durante la extenuante labor diaria. Le cantó al ser amado que esperaba triste la llegada del que un día salió y que con los brazos extendidos y la mirada llena de lágrimas recibiría al que por los caminos regresaba.
En un principio nadie lo escucho, sin embargo, cuando estaba a mitad del poema el choque de las armas dejo de escucharse y cuando terminó solo quedaba el campo donde yacían los cadáveres de los caídos en la lucha.
El escritor al verse completamente solitario comprendió que la guerra había terminado, así que dirigiendo sus pasos rumbo a su casa susurro al viento.
- Como desearía que las guerras terminaran sin penas -