Reinaldo Malpica está esperando en la esquina a la señora Angélica que viene con todas sus hijas de la misa de diez que se oficia en la mañana, los días domingos, ella que no es tonta, lo divisó de cierta distancia y se comenzó a sentir incómoda con esa perpetua insistencia que tiene el joven enamorado, y ya Angélica se está imaginando para que la está esperando en esa esquina, un domingo como hoy, familiar y de compartir en paz.
Teresa en cambio como toda enamorada ya se empezó a emocionar, porque se estaba cumpliendo lo que Reinaldo le había prometido, se está comenzando a hacer realidad, y Melba por supuesto no se va a detener de comentar lo que parece, porque siempre ha sido así, dice su opinión sean cuáles sean las consecuencias…
—¡Ay papá!...mira quién está allá, ahora sí, va a arder Troya, poco tiempo duró tu luna de miel mamá!
Teresa se siente invadida y reacciona…
—¡Ay cállate gafa!...¡El va a hacer lo correcto, mejor en la casa, que en la calle!
Angélica faltando muy poco para llegar le pega un grito a Teresa…
—¡Eso no lo decides tú muchachita!
—¿Muchachita?...¡Yo cumplí y estoy graduada y trabajando, ahora me voy a casar!
Entre dimes y diretes, llegaron a la esquina, y Reinaldo Malpica con su porte militar aunque no lo era, tenía su pelo corte cepillo estilo Manolito de Mafalda, su buena camisa, manga corta a medio brazo, la hebilla bien pulida y los zapatos negros bien lustrados, era así su estilo, tan solo por trabajar de auxiliar de contabilidad en la escuela de aviación y ganaba bien, tenía un buen sueldo, sentía que podía con la responsabilidad de poder mantener a Teresa y formar una familia.
—¡Reinaldo!—lo saluda Melba muy política como siempre—A usted parece que se le perdió algo por esta calle—luego se ríe.
Reinaldo también se ríe la saluda…
—¿Hola cómo estás?...¿Cómo están todos? — Se atreve acercarse a darle un beso en la mejilla a Teresa y mira a su novia, que está muy bella, vestida con un traje ceñido que dibuja toda su figura, y eso le gusta y a la vez no, porque el es muy celoso e inseguro.
—¡Bueno señora Angélica, primero que nada quiero felicitarla por su matrimonio con el señor Rafael…!
—¡Gracias muy amable!
—Y también, para decirle que estoy de nuevo por aquí, porque quiero que hablemos sobre un asunto que quedó pendiente!
Angélica réplica muy reactiva…
—¡Pero tiene que ser hoy!
—¡Si, señora, yo no quiero estar viendo a Teresa escondida, porque ella también me quiere ver, quiere hablar conmigo, y mire, yo creo, señora Angélica que lo mejor es que sea en su casa, como Dios manda!...¡Quiero hablar hoy con el señor Rafael!...
—¡Ay Dios mío!—Angélica mira al cielo.
Melba se atreve a opinar, aunque no es problema suyo…
—¡Mamá, no se atemorice, déjelo que hable con el, y así, sale de eso!
Teresa no decía nada. Solo estaba sonrojada.
Miranda también observaba y decía su parecer, y Angélica la oía también…
—¡Vaya señora Angélica, a lo mejor, ahora sí da el consentimiento, como está recién casado, y de luna de miel!...
—¡Esta bien!...¡Vamos a ver si Rafael acepta!
Caminaban y Angélica a sabiendas del carácter de Don Rafael y de lo celoso que es con sus hijas; lo que sentía era frío, y un leve temblor en los pies. Ella se imaginaba que iba a sacar el revolver y que lo apuntaría como hizo con el esposo de Yolanda. Desde allí, caminaron en procesión junto a Reinaldo, todos los vecinos y señoras del barrio comentaban y veían cuando pasaban….
—¡Mira se casó hace poco y ahora parece que una de ellas tiene novio!...¿Cuál será?...
Miranda que no era para nada tímida y le encantaba poner a la gente en su puesto les decía…
—¿Que miran para acá?...¿No tienen nada que hacer en la casa?...¡Busquen oficio!...
Angélica la reprendió….
—¡Miranda!... ¡Que modales son esos, no le grite así a la gente!.
Por fin llegaron al porche de la casa, y Angélica entra primero, después las muchachas pero Reinaldo Malpica se quedó afuera.
Don Rafael acababa de salir de darse una ducha en el baño nuevo, que acababa de hacer por motivos de la fiesta matrimonial y tenía puesta una bata de baño gris, y una pantuflas. El se les queda mirando y pregunta muy ingenuo…
—¿Cómo estuvo la misa había mucha gente?
—¡Bien, estuvo bien, pague promesa, y di limosna!...y…
—¿Y?...
En ese instante, Angélica se acordó de una oración muy tradicional, que se la enseñó su hermana Alejandra, que era la invocación a San Marcos de León, que según ella, era muy eficaz para amansar a los maridos de mal carácter, y también se acordó de San Judas Tadeo el abogado de los imposibles, durante unos pocos segundos; tomó aire de nuevo y se llenó de valor…
—¡Rafael no se vaya a enojar!
Todas las muchachas al escuchar esas palabras salieron corriendo, los tacones resonaron en el piso de concreto hasta los cuartos.
—¡Ah vainas!...¿Que me va a decir?...
—¡Este, bueno, mire, usted tiene que entender como están las cosas ahora, y quiero que por favor comprenda, que las muchachas ya crecieron, estudiaron, se graduaron, están trabajando, y…
—¡Es por los novios!...
Mire Angélica, se lo voy a decir ya, yo no le voy a entregar a mis hijas a ningún pingo recién vestido que no tenga nada en los bolsillos; yo estuve en la fiesta mirando a Melba con las andanzas que tiene con el hijo de Consolación, ella tiene que estar clara ¡que ellos son primos hermanos!, y eso no le conviene, porque los hijos Angélica les pueden salir con tara, puede nacer un mongólico en la familia, y otra cosa ella es muy menuda, muy delgadita, usted no se ha dado cuenta de lo grandes que son en esas familias, parecen unos elefantes, hasta la señora Margarita parece una matrona, y mi hija es muy delgadita, así que no. Mi hija no se va a casar con ningún elefante.
—¡No, no, no es Melba, es el muchacho que quiere visitar a Teresa, Reinaldo Malpica, y quiere que lo atienda un momento!...
Otra vez, la cara le cambio de colores…
—¿Cómo es la vaina?..