<<El dicho decía que un clavo saca otro clavo, pero nadie le advirtió que conocería a un desatornillador directamente.>>
La brisa le golpeaba el cabello con fuerza por ello enredaba y se juntaba en su rostro sin permitirle ver más que los mechones castaños sumamente incómodos. Escupió varias veces antes de tomar su cabello con amabas manos y amarrarlo en una coleta baja.
- ¿Mal viaje? - pregunta una voz ronca, grave, amable aunque rasposa. La voz de su padre le lleno los oídos en vez de la música, aquello le fastidio un poco.
- No - respondió a secas.
El hombre era algo viejo, las arrugas se le juntaban en los labios y en las orillas de sus ojos, tenía bolsas debajo de los mismos por falta de sueño y la tez morena parecía más bien pálida, el cabello tan castaño como l de su hija era mucho más corto y poseía unos cabellos grisáceos en algunos lugares como sus patillas. Sus ojos eran de un precioso marrón seco, media 1.69, y ya tenía 52 años. Marcus McCalister era un hombre de apariencia amable y cálida, a pesar de que su voz reflejaba a veces lo serio que podía llegar a ser, por supuesto que aquello era sólo en su trabajo, ser abogado era agotador a veces.
El auto se estaciono, Alisson abrió la puerta del auto apenas este se detuvo.
- Te vengo a recoger - aviso Marcus.
- Adiós -
Alisson camino hasta la entrada de su secundaria, ya era su tercer año, estaba a punto de salir y aquello le emocionaba, sería como aquellas chicas de bachillerato que tienen detrás de ellas a mil chicos babeando por un poco de su atención, aquel pensamiento le hizo sentir poderosa.
Sólo una semana más, se dijo, con ello terminaría el año escolar.
Era aburrido ir a las clases cuando sólo estaban los chicos entablando conversaciones con los de su propio grupo, pero sus padres se aferraban a la idea de que ir hasta el final de las clases era bueno, ¿razón? Ellos creían que seguían estudiando, pero el profesor se la pasaba en su teléfono mientras los alumnos hablaban estupideces o simplemente veían televisión o películas en sus móviles.
Ella, en cambio, prefería leer por dos razones: una, aprendía más con ello y de alguna u otra forma se sentia un poco más intelectual que el resto y dos, sus mejores amigas sí que habían faltado a las últimas dos semanas de clases, aunque ahora solo restase una.
Leyó casi con vehemencia, esperando comerse un libro más para leer otro por el verano, o no leer jamás, cualquiera de las dos que cayese le conformaba. Su profesor, en un estruendoso suspiro agotado, se levanto de su asiento y abrió la puerta del salón, Allison seguía sin prestarle la mínima atención, una chica se presento ante el profesor y pidió entrar al salón en busca de una de sus alumnas.
El profesor carraspea y por fin llama la atención de Allison, quien sube la mirada para encontrarse con un cabello rubio semi-ondulado, ligeros rayos cobrizos, ojos marrones y piel clarísima; una chica de no más de 20 años se posaba frente a ella con una amable sonrisa.
-Hola, soy Minerva, es un gusto conocerte - dijo y axtendió su mano derecha, Allison la miro por un rato y luego extendio la suya, Minerva, a punto de tomar la mano de Allison, se detiene al ver como la chica lleva su mano de la de Minerva hasta sus audífonos, quitándoselos y observando nuevamente con indiferencia a Minerva, quien carraspea incómoda y oculta su mano, pareciendo ligeramente avergonzada.
- ¿Qué quiere de mi? - pregunta Allison, mirando atentamente a Minerva, su rostro rojo era casi para que se riera, pero ella era una chica sin sentimientos y con corazón de hielo (o al menos en su cabeza), sería imposible que se riera por esa estupidez.
- Sólo... - aprieta los dientes por un momento, pero parace que Allison se lo ha imaginado porque no pasa ni medio segundo cuando ella esta sonriendo nuevamente, incluso, decía ella, podía jurar que se había movido, estaba en la misma posición y en el mismo lugar, pero ahora parecía que en su cien había gotitas de sudor - quiero entregarte esto -
Un sobre medio amarillento, casi con el color de las páginas de los libros antiguos que resguardaba su madre con tanto empeño y cariño.
- ¿Qué es eso? - pregunta sin tomarlo, aunque la curiosidad la carcome viva.
- Es una invitación, pero para saber de qué trata deberá de tomar la carta - dice ella, cada vez más roja, parece que ha corrido un maratón.
- Mis padres me han dicho que no acepte cosas de desconocidos -
Ahora, incluso su cabello parecía desarreglado, ¿por qué?
- Bueno, no me digas que les haces mucho caso a tus padres -
Pues mierda, aquello era verdad.
Tomó la carta con una sonrisa ladeada, a su gusto prefería la ceja arqueada, pero no podía hacerla.
Con letra cursiva, pulcra y lisa, estaba el nombre de una mujer y un hombre, ambos hermanos, junto a una dirección, las leyó repetidas veces y cuando iba a preguntar, Minerva había desaparecido.