Abro los ojos como platos apenas me despierto, recordando lo que olvidé ayer: los chocolates de Blair.
Literalmente soñé con eso durante toda la noche, como si fuera una voz constante diciéndome «Los chocolates» «Acuérdate de los chocolates» «¡Compra chocolate!», cada vez que medio recobraba la consciencia.
Estiro el brazo para ver la hora en el teléfono y suspiro al entrever, con los ojos hinchados, que la pantalla marca las siete y diecisiete. Ya sentada en la cama me froto los ojos con ambas manos para quitar todo rastro de lagaña y lagrimeo involuntario durante la noche.
Asomo la cabeza en el pasillo, comprobando que no hay moros en la costa. No se escucha ni pío y es un enorme alivio. No exagero cuando digo que la masoquista de Blair ama comer chocolate luego de un episodio de migraña, y se molesta si pide y no le traen.
Me dirijo al baño haciendo el mayor silencio posible y cierro la puerta con sumo cuidado. Hago mi aseo diario lo más rápido posible y salgo. Camino a la sala de estar, con bolso en mano, lista para salir, cuando algo me detiene.
—¿Acaso duermes? —le pregunto a André, quien está sentado en el sofá, distrayéndose con su teléfono.
Presiona un botón y me mira con una pequeña y cínica sonrisa.
—Buenos días a ti también, maleducada —no respondo, espero mi respuesta—. Dormí casi toda la tarde de ayer.
—¿Cómo está Blair?
—Acostada. Dormida —juega conmigo—. Con menos dolor de cabeza y ganas de chocolate —enarca una ceja, inculpándome—. Olvidaste traerlos anoche.
—Lo sé. Salí tarde —me excuso, omitiendo que me distraje con hombre que llama mi atención a escalas alarmantes—. ¿Ella lo notó?
—Afortunadamente para ti, no.
—Iré a comprarlos.
***
La pequeña tienda se encuentra casi vacía, y es que me encontré con el dueño abriéndola. Divago, buscando cosas que necesitamos en casa y, finalmente, llego a los chocolates. Busco la marca favorita de Blair y tomo tres cajas. Sólo le daré dos, no se enterará de la existencia de una tercera caja en el apartamento, por lo que podré disfrutarla en paz.
Pago todo y voy a mi vivero favorito, uno que tiene una sección especial sólo para especias. La señora Dorianne me sonríe y se acerca apenas me ve.
—¡Pequeña, que bueno es verte por aquí otra vez! —exclama al llegar a mí, tomando mi rostro entre sus manos y bajando mi cabeza para besarme la frente.
Es una señora de estatura pequeña que ronda los sesenta años, su canoso cabello la delata, y algo que siempre he admirado de ella desde que la conozco es lo arreglada y elegante que se ve siempre. Sus ojos azules, llenos de sabiduría, me miran a la espera de que diga algo.
—Se nos está acabando el orégano.
—Esa chiquilla de Blair siempre tan fan de él —dice con regocijo, tomándome de la mano y llevándome a mi sección preferida.
Cruzamos a la derecha y ante nosotras se muestran cuatro hileras largas, todas con varios grupos de distintas especias. El aroma que desprenden todas juntas es impresionante y embriagador. El paraíso de todo chef o amante de la cocina. Están acomodadas de tal forma que los aromas combinan y provoca no salir nunca de allí.
—¿No han pensado cultivar orégano en casa? —se acerca una maceta a la nariz e inhala profundamente.
—Si hiciéramos eso, tendría una razón menos para visitarla —ella coloca la maceta donde estaba mientras yo tomo otra y la olfateo—. Y estoy segura que ninguna de las dos quiere eso.
—Para nada —concuerda conmigo, negando con la cabeza y quitándome la maceta—. Jóvenes como ustedes son los que le dan vida a esta ciudad, pero no muchos son amantes de las plantas... o de las especias, como en el caso de ustedes, así que este negocio sería totalmente aburrido si no fuera por mis plantas —toma una de las del medio, la huele y me la da—. Es una de las más frondosas que hay, y mira sus hojas. Te aseguro que tus comidas quedarán tan buenas como para comerse hasta el plato.
Le sonrío. —Le traeré un poco del primer plato que prepare con él.
—¿Cómo está Blair? —me da la espalda para dirigirse hacia la pequeña cabina donde se hacen los pagos y la sigo—. ¿Ha tenido más episodios desde la última vez que la vi?
—De hecho, está saliendo de uno justo ahora.
La razón por la cual la señora Dorianne nos conoce tanto es porque venimos a su vivero desde hace años en busca de las mejores especias de París, incluso tiene contratos con algunos de los mejores restaurantes, incluyendo el Allexia Mourie; y siempre nos ha tratado como si fuésemos sus nietas.
—Es un padecimiento un poco fastidioso, sobre todo cuando llega un episodio en el momento más oportuno —coloco la planta y las bolsas sobre el mostrador para buscar con qué pagar, a la vez que la escucho hablar—. ¡Oh! No hace falta que desordenes tu bolso —detengo mi labor, mirándola aún con las manos metidas en el bolso, debo causarle gracia—. Esta será cortesía de la casa.
—Gracias —le digo apenada, cierro el bolso y tomo de nuevo las bolsas.