Luego de preguntar cuál es el apartamento de Gabe, ya que la primera y única vez que he estado aquí salí huyendo y lo que menos me importaba era saber dónde vivía, finalmente me encuentro frente a su puerta, esperando que abra luego de haber tocado.
El bolso donde traigo el tazón con la comida no es muy liviano que digamos, olvidé preguntarle cuántas personas asistirían y, por extraño que parezca, no tengo su número de teléfono… haber venido en trasporte público y caminado el resto del trayecto, no ayuda mucho a mi ligeramente adolorido hombro.
Para resumir lo que pasó con el tema del auto diré que ambos, Gabe y yo, contamos los hechos y nos declaramos culpables del daño.
André no reaccionó como creía que lo haría, estuvo calmado todo el tiempo mientras explicábamos, cerró los ojos por un momento, con una expresión de derrota en su rostro, primero su casa y ahora su auto.
Nos dijo que se encargaría de buscar quien lo arreglara, pero que nosotros pagaríamos todos los gastos, cosa que aceptamos fácilmente. Seguidamente se encerró en la habitación de Blair y no salió más hasta la hora de cenar.
Blair tampoco dijo mucho, de todas formas, no tenía tanto derecho como André de reclamarnos por el auto. Sencillamente se ocupó del estado emocional de él hasta que salió del cuarto. Sin embargo, sus reacciones no me consolaron nada, sigo sintiéndome culpable de todo, pues yo era la encargada del auto y lo arruiné.
Escucho un ruido dentro del apartamento que me alarma y toco nuevamente para que me abra, sin recibir respuesta. Una puerta es cerrada bruscamente en el interior y me cuestiono de si es o no el apartamento correcto, y que quien me dijo que era este se equivocó.
Retrocedo unos pasos, por si acaso el propietario viene a abrirme, enojado. Pero nada pasa. No se oyen pasos, ni vociferaciones. Nada.
Estoy a punto de dar media vuelta y marcharme justo cuando escucho varios vidrios romperse al mismo tiempo al chocar contra el suelo. La persona del otro lado de la puerta maldice, y no entender lo que dice es lo que me confirma que es aquí donde Gabe vive, además de que es su voz.
Insisto nuevamente para que me abra, pero sigo siendo ignorada. Él guarda silencio de inmediato y escucho que otra puerta se cierra. Tomo la manija de la puerta principal y empujo, llevándome la sorpresa de que no está asegurada.
Entro en el lugar, deteniéndome al instante al fijarme en lo que está delante de mí. Cierro la puerta lentamente y, sin hacer ruido, dejo el bolso en el suelo a un lado de la puerta, donde no estorbe y me aventuro en el desorden que hay.
Gabe no está por ningún lado de la sala de estar ni en la cocina, y miro con horror lo que me rodea.
Las cortinas fueron arrancadas de su sitio con todo y cortinero, hay vidrios rotos en el suelo cerca de la encimera de la cocina, cosa que me extraña, pues cuando estuve aquí no vi nada de ese material, salvo las ventanas.
Me asomo por la cocina, viendo que los vasos plásticos están esparcidos por el suelo, una de las puertas de los estantes está abierta y cuelga de la bisagra inferior. El gabinete de los cubiertos está abierto y vacío, y su contenido acompaña a los vasos en el suelo, junto con uno de los cojines del sofá.
Vuelvo a sala, zigzagueando entre las sillas del comedor, que están tiradas en el suelo. Las lámparas y bombillas también están rotas, el sofá fuera de su lugar, al igual que la mesa del comedor y el olor a alcohol no pasa desapercibido.
Abro la puerta más cercana, encontrándome con que es el baño, y que también está totalmente destrozado. Las puertas de la ducha están fuera de su lugar y los pequeños estantes están vacíos, el contenido en el suelo y la bombilla, junto con la lámpara, rota.
Todo está como si un huracán hubiese arrasado.
Abro la segunda puerta, que es su habitación. A diferencia de la sala de estar, que está totalmente iluminada porque las cortinas están en el piso, su cuarto sí las tiene y está en penumbras, veo su silueta sentada en el piso en una esquina de la cama, del otro lado de la habitación, y me dirijo hacia él.
Casi beso el suelo cuando me tropiezo con el edredón hecho maraña en el piso y las almohadas también están regadas. Logro recuperar el equilibrio y no caer de cara al suelo apoyando las manos en el piso y termino de llegar hacia donde él está.
Me coloco de rodillas para estar a su altura y espero unos segundos para que levante la cabeza y me mire, pero no lo hace. Tiene las rodillas flexionadas, los codos apoyados en los muslos, los dedos entrelazados y la frente apoyada en ellos, con los ojos cerrados.
Algo realmente malo tuvo que pasarle para que destruyera todo el apartamento de esa forma. Desde mi lugar puedo oler perfectamente el aroma a alcohol que desprende, llevándome un dedo a la nariz para evitar respirar eso por unos segundos.
—Gabe —acerco mi mano, rozando los dedos en su brazo con cautela y, al ver que no reacciona de mala manera, me atrevo a acariciarle el brazo—. Gabe, mírame —me inclino hacia un lado para verle la cara, pero mira en la dirección contraria para que no lo vea—. Gabe —le hablo un poco más fuerte.
—¿Qué haces aquí? —pregunta con la voz ronca y entrecortada, y escucharlo hablar así hace que se me encoja el corazón.