Cuando despierto, noto que estoy de espaldas a Gabe, con su brazo aún rodeándome la cintura; su cuerpo se amolda perfectamente al mío. Siento su pausada respiración en mi cabeza, señal de que sigue dormido, y tengo unas enormes ganas de darme vuelta y observarlo, lo cual no pude hacer la primera vez que dormimos en la misma cama.
Me giro con mucha cautela, simulando los movimientos que haría estando dormida. Una sonrisa amenaza con salir de mi boca apenas lo veo: más perdido en el mundo de los sueños no puede estar. Tiene el pelo regado por la cara, cubriéndole los ojos y la nariz; sus labios ligeramente separados y su semblante relajado son una clara demostración de serenidad.
Su pelo se mueve con cada exhalación que hace, y sus facciones se contraen involuntariamente al sentir cosquillas en su piel. Deslizo los dedos con delicadeza por su frente, apartando esos cabellos que le molestan para que pueda seguir durmiendo tranquilo.
Peino su pelo hacia atrás, cuidando que no se me enrede en los dedos, de forma que no se resbale y vuelva a estorbarle en la cara. Mis dedos exploran su mejilla, pasando por su cuello y bajando hasta llegar al inicio de su torso, donde continúo descendiendo lentamente hasta que mis dedos dan con el borde de su camiseta.
Un vago y muy interesante recuerdo regresa a mi mente cuando rozo la cálida piel de su abdomen: a él le gusta dormir desnudo.
No logro ascender mucho, pues su camiseta no me lo permite, pero lo que puedo tocar y sentir me hace anhelar verlo sin tela que cubra la parte superior de su cuerpo nuevamente.
La calidez y tersidad de su piel me resultan adictivas. Quiero hacer de esto mi vicio, acostumbrarme a tocarlo cuando quiera y él me lo permita. Sentirlo siempre, no sólo cuando esté dormido y ajeno a lo que mis manos hacen. Desgraciadamente para mí no puedo hacer eso con tanta libertad.
Retiro mi mano antes que despierte... ¿a quién engaño? La retiro antes que no pueda detenerme. Aparto su brazo de mi cintura con suavidad y cuidado de no despertarlo y me dispongo a ponerme en pie.
A los lejos, se escuchan las voces de Blair y André hablando sobre qué desayunar. Su conversación me da una idea de la hora que es, aún faltando tiempo para el almuerzo con Clinton.
Si bien no terminamos de zanjar el tema anoche, para Clinton todo sigue como el plan original, y pretendo que se mantenga de esa forma.
Salgo directo al baño para aliviar la presión de mi vejiga y cepillar mis dientes, no sin antes haberle dado los buenos días a Blair y André, que me observan fijamente mientras estoy en su campo de visión. Sus miradas me analizan a más no poder, descifrando cómo me siento, mas no lo preguntan.
—¿Y Gabe? —pregunta Blair cuando tomo asiento al lado de André, viendo junto a él cómo ella prepara el desayuno.
—Sigue dormido. Ayer terminó su turno. Dijo que suele dormir casi todo el día luego de eso… así que anoche lo despertamos —aún siento algo de culpabilidad por haber interrumpido su sueño.
—¿Durmieron juntos? —me mira por unos segundos, aparentando ser casual.
—Sí, Blair —respondo, tajante. Si dirige esta conversación hacia donde creo que lo hará, me iré a mi habitación de nuevo.
—Me debes cincuenta euros —ella señala a André con la cuchara, acusándolo.
Los observo alternadamente con indignación. ¡Los desgraciados han hecho una apuesta a costa de nosotros!
—¿Era necesario? —no hace falta que especifique, ellos entienden perfectamente.
—Sabes cómo somos cuando discrepamos en algo —me recuerda y pongo los ojos en blanco. No tienen remedio—. Yo aposté a que dormirán en la misma cama, y André a que tú en tu cama y él aparte —lo mira—. Te dije que durmieron juntos cuando no vimos a Gabe en el sofá, ¿o no?
André imita mi gesto anterior y me mira.
—En mi defensa, supuse que no dormirías con él… sabes el motivo.
—También creí eso —respondo automáticamente y frunzo el ceño, dándome cuenta que acabo de mentirle. No se me pasó eso por la cabeza—. Pero con él no sentí miedo en ningún momento —ni siquiera estando muy cerca y besándonos, pero esos son detalles que a ellos no les incumben.
—Cambiando de tema —vuelve a hablar Blair—. Hay algo que olvidé decirte anoche. Nos inscribí en una competencia de cocina —dirige su mirada a mí para ver mi reacción. No me sorprende ni me molesta, al contrario, me entusiasma, y mi mente comienza a imaginarse todo el escenario antes de que ella siga hablando.
»Es un programa que busca nuevos talentos culinarios con grandes ambiciones, y los que demuestren dar la talla lograrán entrar. Envié un video de nosotras hace un tiempo y nos aceptaron. Tenemos que ir este fin de semana.
—¿Grandes ambiciones?
—Como la tuya —de pronto, la idea de participar me entusiasma aún más.
—¿Qué clase de premios?
—Equipamientos básicos para una cocina de restaurant y dinero.
—¿Hablas en serio? —sonrío.
—Uhum... —gesticula con orgullo y mirándome de reojo, una comisura se mantiene elevada en su rostro.
—¡Eres la mejor! —me bajo del banco de un brinco y rodeo el mesón casi corriendo.