De Taxista a Presidente

El recuerdo

Salió de la Casa Rosada con la mente entumecida.

            El Policía lo saludó como a un viejo amigo pero él apenas atinó a levantar la mano y dejar un ademán a su paso.

            Sin saber que había caminado se encontró en el centro de la plaza. Se frenó y giró para mirar la Casa Rosada. La luz de la tarde le iba dejando una mancha geométrica anaranjada sobre la fachada.

            Beto no sabía lo que pensaba. No sabía lo que sentía, pero sin avisar un recuerdo se le asomó, tal vez para ayudar.

            Recordó el día en que su mamá lo llevó a conocer la escuela donde haría el secundario. El lugar era conocido simplemente como El Industrial. Beto recordó el encuentro con ese lugar gris, inmenso, lleno de secretos futuros, de aventuras probables. Recordó ese miedo, esa fascinación y esa nostalgia previsible por la perdida de sus amigos de la primaria.

            Algo similar le pasaba ahora. Eran demasiadas emociones juntas, demasiadas ideas contrapuestas, demasiadas incertidumbres. Y Beto no se había preparado mentalmente para nada parecido. Se había preparado para manejar el taxi hasta que el cuerpo le diera, jubilarse y quedarse hasta su último día en el departamento de Villa del Parque, tratando de ser un abuelo lo suficientemente divertido como para que sus nietos quisieran visitarlo.

            Lo que le estaba pasando ahora le arrebataba la única seguridad que le quedaba, y encima le pedían de todos lados que tomara una decisión, ya sea con persuasión o con amenazas.

            Pero algunos de sus amigos de la primaria perduraron, y el secundario interminable de seis años se acabó en un suspiro. Y aunque casi todas las cosas cambiaron, cada tristeza se enrolló en una alegría. El cambio de escuela no fue una nueva vida, fue su vida.

            Mientras el sol bajó, la mancha de luz subió por las paredes rosadas hasta desaparecer en una penumbra azul. El bullicio de la ciudad terminando su día de trabajo céntrico, para él era silencio.

            A la salida del Industrial su mamá le había comprado un turrón de maní en el kiosco de enfrente. Por ese quiosco pasó todos los días que salió de la escuela durante esos seis años, con frío o con lluvia, solo o acompañado, afeitado o con bigotito, niño o joven. Pasó de comprarse un turrón a comprar cigarrillos y preservativos. El cambio fue su propio cambio.

            Tal vez esta vida que le llegaba no fuera otra, sino la suya.




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