Decadentes

C31

— ¿Quién eres? —Le pregunté sin pensar.

Me había desconcentrado tanto mirando a Cailín que ni siquiera me había percatado de su presencia ni de lo que quería. No lo conocía, pero se me hacía tan familiar. Su cabello era claro, pero estaba cortísimo, sus ojos café estaban fijamente puestos en los míos como si quisiera enfrentarme. Tenía una cicatriz en su mentón. Vestía ropa deportiva junto a algunos anillos de oro en sus manos, también una cadena gruesa alrededor de su cuello. 

 —Piensa un poco, Caín. Te permito hacer sinapsis por unos segundos —rió con ironía.

— ¿Qué demonios quieres? —Escupí.

En ese entonces ya había entendido quién era, pero no sabía qué es lo que hacía ahí. Ese tipo, aparentemente de mi edad y con un rostro claramente maquiavélico y enloquecido era el imbécil que andaba tras mis pasos y sólo bastó que se quedara mirándome fijamente para entenderlo.

—Cosas fáciles —se encogió de hombros mientras se acomodaba en la silla como si ese lugar le perteneciera. ¿Y si realmente le pertenecía y yo era el que estaba entrando en su territorio? La verdad poco me importaba.

— ¿Qué te hace pensar que haré lo que me pidas? —solté una carcajada.

Él levantó el mentón señalando hacia la barra, volteé para mirar y entendí a lo que se refería, Cailín.

—Así que ahora sólo debes cerrar tu puta boca y escuchar lo que voy a decirte

—destapó una cerveza que una chica había dejado sobre la mesa para él. Me quedé esperando a que hablara, intentando controlar mis malditas ganas de ahorcarlo. —Mi nombre es Alec Crick —Se presentó. Mi mente rápidamente viajó a ese apellido, el hijo de puta de Mark Crick. —Exactamente lo que estás pensando, yo era todo lo que Mark Crick tenía y me has dejado vivo —rió. —Si te querías deshacer de él pues deberías haber pensado en las personas que dejaste atrás ¿No?

— ¿Esto es una puta broma? —Reí. — ¡Mark Crick murió hace tres años!

—Exclamé. — ¿Qué demonios piensas hacer? ¿Revivirlo? ¡Ya basta, por favor! —sonreí.

— ¿Qué es lo que te causa tanta risa, Caín? —Preguntó con frialdad. —Sí, hace tres años que lo asesinaron y me ha bastado todo ese tiempo para planear dejarte en la ruina. — ¿En la ruina? —alcé mis cejas. —Mírame, sigo vivo en frente de ti —me burlé. — ¿Qué crees, Alec?

—Que estés aquí sentando en frente de mí no quiere decir que no estés en la ruina.

Es fácil mirarte y descifrar que sólo falta darte un empujón para que te caigas al vacío. — ¿Crees que olvidé quién soy? Yo creo que a Mark se le olvidó darte algunas características mías.

—Bien, comencemos —rió. Su risa enloquecida me dio escalofríos, pero me mantuve siempre mirándolo a los ojos fingiendo que no me perturbaba que estuviese frente a mí. —Primero, Dante casi muerto, luego Ian muerto... Pobre Ian ¿No? —rió. —Luego tu bendita hija que nunca pudo conocer la luz. Siempre estuvo encerrada en un lugar oscuro y lleno de gritos de auxilio de su madre —hablaba con ironía y eso me enfurecía. Quería matarlo e iba a matarlo a patadas si no se detenía. —Y Jaxon, hablemos de Jaxon Oliveira ahora, ¿14 años tras las rejas sólo por su amigo? ¿Crees que eso pasó porque así lo quiso el destino? ¡El destino lo creo yo, imbécil! —rió con malicia. —Y finalmente la pobre de Cailín. Con su corazón destrozado se ha quedado de mi lado porque entendió que tú eres un hijo de puta, ahora dime, Caín ¿Crees que Anthony Macheen seguirá a tu lado cuando no ganes el torneo?

— ¿De qué hablas?

—Porque vas a perder la final ¿No?

— ¿Y si no?

—Vas a perder la final, Caín —Apoyó sus codos en la mesa mirándome fijamente. —Y con eso perderás todo. ¿Y si no? Pues despídete de esa mujer —Señaló a Cailín. — ¿Crees que me trago el cuento de que la vas a superar algún día? —me miró con superioridad. — ¿o acaso me vas a decir que estás en este bar por mí?

Me puse de pie, iba a golpear la mesa de una patada para estrellársela, pero todo el bar se quedó silencioso. Miré a mí alrededor petrificado por el silencio, pero todas las miradas estaban puestas en mí.

—Estás en mi territorio, Caín —sonrió —Y si se te ocurre hacer algo, la misma mujer de la que estás enamorado te entregará a la policía para que te pudras en la cárcel.

Tragué saliva. Respiré profundo intentando controlar mi ira, volví a sentarme y Alec movió su mano en el aire y todo volvió a la normalidad en aquel escalofriante bar que claramente le pertenecía a él.

— ¿Qué dices? —Continuó.

—No perderé la final, Alec —solté.

—Entonces despídete de ella, Caín. Si quieres te doy unos minutos —rió.

Sabía que jamás iba a entregarle a Cailín para que la asesinara, pero si perdía la final, definitivamente quedaría vacío. Vacío de todo, de amigos, de apoyo, de triunfos. Todo se iría a la mierda y si la asesinaban definitivamente iba a morir junto a ella. ¿En que estaba pensando Cailín cuando decidió comenzar a trabajar con él? ¿Por qué no fue más inteligente?

— ¿Ella sabe sobre esto?

— ¡Claro que no! Ella sólo piensa que te asesinaremos a ti, jamás se le pasaría por la cabeza que estoy dispuesto a asesinarla si Caín Bennet no pierde.

—Eres un hijo de puta —escupí.

—Lo soy, tanto y más que tú, pero he sabido llegar a donde estoy. Soy el sobrino de Mark Crick, pero también soy uno de los mejores boxeadores del mundo que ha pasado a la final junto a ti.

—Si estás haciendo todo esto por dinero, puedo dártelo —lo miré.

— ¡Por favor! ¿Crees que he estado durante estos tres años buscándote para pedirte dinero? ¡Quiero verte muerto, Caín Bennet! ¡Quiero que sufras, que te revuelques del dolor y que te arrepientas de todo lo que has hecho!

— ¡¿Qué es todo lo que he hecho?! —Golpeé la mesa con mis puños. — ¡Tu puto tío envenenaba al mundo con sus malditas drogas!

— ¡¿Y acaso Darell Bennet era un ángel?! ¡No me vengas con tonterías, por favor, Caín!




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