Era demasiado tarde, tenía planeado quedarse en la ciudad después de tomarse algunas copas con sus compañeros de estudio, pero, Daniel no contaba con que esa noche discutiría con Marcos, uno de sus amigos más cercanos y dueño de la casa donde pasaría la noche, así que después de una acalorada e innecesaria discusión, Daniel condujo a su casa, no había tomado en exceso y aunque sabía que era irresponsable no quería pasar la noche en su auto, su viejo campero azul no era el lugar más seguro, por supuesto, conducir con unas cuantas copas encima por el camino solitario que lleva a la pequeña finca de sus padres tampoco lo era, pero qué más da, antes de salir de la ciudad Daniel, como de costumbre, encomienda su vida a la virgen María.
Lleva más de una hora conduciendo, hace un frío terrible y la lluvia empieza a caer, no es la primera vez que conduce lloviendo, siempre hace el mismo recorrido casi todos los días, de la finca a la ciudad para ir a la universidad, por suerte, era lunes festivo, realmente estaba cansado, quizá no fue buena idea salir ese día. El camino solitario hace que pueda poner las luces altas, Daniel pestañea, desea llegar pronto a casa, observa un vehículo estacionado a mitad de camino obstaculizando el paso, Daniel abre los ojos en expresión de sorpresa, la escena que está viendo hace que su sangre hierva de ira, ni siquiera puede pensar con claridad, la cara de terror de la chica mientras el hombre la sujeta con fuerza nubla su raciocinio y en menos de nada se encuentra golpeando a un desconocido en medio de una madrugada lluviosa, sabe que no puede parar, como odia a esta clase de personas, Daniel tiene una hermana, si algo así le pasara, ¡lo mata! ¡por Dios que si lo mata!
Un golpe, tras otro, alguien le dice que pare, lo vuelve a repetir, esa voz calma un poco su enojo y Daniel suelta al hombre, pero cuanto desearía acabar con el, déjalo ir, le dice aquella joven, el hombre rápidamente se marcha, la chica lo toma del brazo, ¿puede alguien arder bajo la lluvia? Daniel jura sentir su corazón bombear con fuerza, cada latido impacta con su pecho, la rabia crece y luego, luego llega la calma, un dulce olor a naranja y cedro inunda sus fosas nasales, la joven llora desconsolada sobre su pecho, aunque es una desconocida, Daniel le acaricia la espalda, está bien, ya pasó, le dice para tranquilizarla.
El enojo ha desaparecido casi por completo, Daniel se encarga de llevar a la joven a su casa, Vanesa es su nombre, que ojos más bonitos, piensa mientras la mira disimuladamente, le ha prestado una chaqueta, sus mejillas están rojas por el llanto y el frío, la ve un poco más calmada, a todo esto, Daniel no le ha preguntado donde vive.
—¿Hacía donde te diriges? — le pregunta mirándola de reojo para luego enfoca su mirada a la carretera, la lluvia no ha cesado y el camino se torna cada vez más oscuro. Vanessa al parecer no le ha escuchado puesto que lleva la mirada perdida en la carretera, Daniel vuelve a preguntar.
—A la hacienda de los Gonzales— responde con la voz algo débil.
Daniel quiere preguntarle que hacía a estas horas en un taxi ella sola, sobre todo en estos caminos tan solitarios, pero no se atrevió, no quería que ella mal entendiera sus palabras y pensara que a través de esa pregunta estuviera tratando de justificar los hechos.
—¿Y eso? — pregunta el joven tratando de buscar tema de conversación, la chica lo mira sin entender —¿de vacaciones? — complementa su pregunta, nunca la había visto por estos lugares, supone que va de visita.
—Visito a mis padres—dice ella mirándolo.
—¿y quiénes son sus padres? Conozco a Marta y Miguel— Daniel habla de más, Miguel es el capataz de la hacienda de los Gonzales y Marta es su esposa, suponía que Vanesa es hija de ellos ya que Miguel había hablado mucho del regreso de su hija.
Vanesa ríe forzadamente.
—Mónica y Andrés, así se llaman mis padres— responde.
Daniel la mira sorprendido.
—¿Eres hija de los Gonzales? Disculpa es que nunca te había visto por aquí.
—Es que casi nunca vengo— responde ella —¿los conoces?
—No mucho en realidad.
Vanesa vuelve a mirar por la ventana, a Daniel le gustaría saber que piensa con exactitud, su cabello mojado color castaño se pega a sus mejillas y a él le parece el rostro más lindo que ha visto en su vida, es hija de los Gonzales se dice a si mismo, una chica como ella no se fijaría en alguien como él, conduce concentrado en el camino vuelve a hablarle.
—¿Y tú vives por aquí?
—Así es, a unos cuantos kilómetros de su hacienda— responde.
—¿En serio? ¿Cuál es tu apellido? — pregunta.
Daniel ríe, no cree que lo conozca.
—Rodríguez.
La expresión en el rostro de la chica, el típico ni idea, tal cual se esperaba.
—¿Son nuevos viviendo por aquí? — vuelve a preguntar.
—Toda la vida hemos vividos aquí.
—Que raro, nunca he escuchado hablar de su hacienda, ni he visto su apellido ni a usted en las ferias.
—Es que nuestras tierras no son muy grandes y nunca vamos a ferias— explica Daniel.
Los ojos de Vanesa son tan bonitos y tienen un toque de algo que casi es posible leer lo que ella piensa.