Defensores de Havenfield

Capítulo II

Mi padre me contaba historias que sus abuelos le dijeron sobre las épocas de guerra y el procedimiento que utilizaban las fuerzas armadas de Havenfield para hacer crecer sus tropas de combate: los “Defensores de Havenfield”. Una de esas tantas historias relataba el reclutamiento del bisabuelo de mi padre.

Al bisabuelo de mi padre lo detuvieron sin cometer ningún delito y lo llevaron a una celda, como un criminal. Ahí lo tuvieron ence­rrado unos varios días en las peores condiciones en las que un ser huma­no podía vivir: hacinamiento, mal drenaje, pozos sépticos, poca -y mala- alimentación. Era una lamentable manera de hacerles saber que eran lo más bajo en el rango, atentando contra su moral y su dignidad. Era una tortura psicológica.

Ahora sólo pienso en Natalia. En aquel entonces eran sólo hombres los que iban a combate. Parece que esta vez han cambiado las reglas. ¿Por qué a Natalia? Ha sufrido tanto en tan poco tiempo que me siento culpa­ble por no ser yo quien esté en ese lugar de mala muerte, a no ser que las condiciones hayan cambiado. Aunque creo que no, porque el procedi­miento de selección sigue siendo el mismo, hasta donde sé. Pero, ¿Por qué una guerra en estos momentos tan difíciles para el planeta? ¿Qué buscan con esto? El propósito común de las guerras es la lucha de territorios, ri­quezas y poderes. La preocupación principal de nuestro presidente, Vladimir Alapín, debería ser el bienestar de los sobrevivientes de Havenfield, ¿no?

Estoy encerrado en mi pequeño cuarto, en el búnker. Es una noche incómoda, mi cabeza sólo me refleja tres imágenes: la muerte de mi pa­dre, la muerte del Sr. Sears y lo que mi mente imagina acerca de la situa­ción de Naty. Enciendo la radio, más que todo para no sentirme solo. No hay nada más que estática. ¡Vaya día! Pareciera que hoy es mi día de mala suerte. Cambio la frecuencia, con la esperanza de escuchar algo más que es­tática. Y lo logro. Justo a tiempo para escuchar una transmisión especial desde el Palacio Presidencial. Suena el Himno Nacional de Havenfield para luego darle el pase al Presidente Alapín; me lo imagino con su rostro adornado por una barba con buena forma, cabello oscuro, peinado hacia atrás, siempre presentable para las transmisiones televisivas.

- ¡Buenas noches, Havenfield! Tierra de paz, tierra de tranquilidad, hoy y siempre –qué irónico–. Ciudadanos, es un honor para mí es­tar hablándoles de nuevo, después de tantos días de silencio. Se nos ha informado sobre un posible ataque a la paz de nuestra nación. Sa­bemos el gran potencial industrial que tenemos en Havenfield. No­sotros, como gobierno soberano, no estamos dispuestos a permitir que ningún líder extranjero o uno local con malas ambiciones ponga sus manos sobre nuestro país. Es por eso que, en acuerdo previo con el Comandante General Miguel Leitner, hemos decidido comenzar con el reclutamiento vo­luntario de Defensores de Havenfield, que tendrá una duración de dos semanas y se llevará a cabo en nuestra base militar principal, en el lado este de Atsuín, para prepararlos para afrontar con gallardía la amenaza que ha sido declarada en nuestra contra, para hacer respe­tar a Havenfield con valentía y honor. De igual manera, ofrecerle a las familias de los reclutas voluntarios: una donación quincenal de alimentos, una beca para los menores de edad y una ayuda econó­mica a las madres solteras o viudas. Todo esto, mientras sus hijos estén luchando por un país libre, democrático. –Y concluye con el lema de nuestra nación– Havenfield, Honor y Gloria, buenas no­ches.

Sorpresa.

¿Reclutamiento voluntario? Veo que Alapín se quiso pasar de listo. Piensa que con este discurso engalanado y ofreciendo subsidios va a calmar los nervios incontrolables de padres y familiares de esos miles de jóvenes que han sido reclutados a la fuerza para pelear una posible guerra que ellos no pidieron. Pero… ¿Quién nos amenazó? A Alapín se le olvidó mencionar quién es nuestro país enemigo. Además, se notaba en su voz algo de inseguridad. He de pensar que es la primera vez que se dirige a toda una nación para notificarles que, probablemente, entraremos en una guerra inneces­aria. Ahora estaremos bajo la mirada atenta de Gran Germania.

Intento dejar de pensar en las cosas vividas el día de hoy y tratar de conciliar el sueño, pero no lo consigo. El sentimiento de frustración e incertidumbre es similar a ese que viví cuando mi madre fue a buscarme al salón de clases cuando mi padre murió. No aguanto un se­gundo más en la habitación. Salgo a la sala del búnker y ahí está Yannick sentado escribiendo cosas en una hoja de papel.

            - ¿Tú también sin sueño? –le digo.

            - Como que no soy el único –responde.

            - ¿Y esto qué es? –pregunto, señalando la hoja.



#13146 en Joven Adulto
#32905 en Otros
#4727 en Acción

En el texto hay: guerra, amistad, suspenso

Editado: 22.02.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.