Defensores de Havenfield

CAPÍTULO VIII

La Diana suena puntual a las 04:00 para anunciar la llegada de un nuevo amanecer. Aún está oscuro afuera y hace bastante frío. Poco a poco, César, Damián, Kate y los otros cincuenta y tantos integrantes del Bata­llón 3 se levantan de sus camas para formar las filas y salir del dormitorio al patio central.

Los rostros de dormidos de los recién llegados al Batallón son para morirse de risa. Incluso Damián no asimila aún el despertarse tan tem­prano. Él solía ser uno de los más dormilones del grupo. Yo no siento sueño, pues mi reloj biológico pareciera adaptarse rápidamente a dormir poco.

Al abrir la puerta del galpón, nos encontramos con una neblina un poco espesa, ilu­minada por los reflectores del patio. Es un clima maravilloso, en un sitio arquitectónicamente espectacular. Aún no logro ver cuánto se extiende el área de los dormitorios.

Cuando mis ojos logran adaptarse a la luz artificial y a la ne­blina, observo que sólo están saliendo personas de trece de no-sé-cuántos galpones que no logro divisar.

Afuera nos espera el Comandante Leitner y algunos de sus principa­les subordinados. Al intentar ver el tamaño del grupo de voluntarios y soldados, calculo que somos aproximadamente ochocientas personas. Leitner intenta ubi­carse en un lugar que esté a la vista de todos y comienza a hablar.

- Defensores, Defensoras. Muy buenos días. Como ya lo saben, hoy el Presidente Alapín vendrá al Cuartel para la presentación de ustedes, voluntarios, ante él. Les informo que no seremos los úni­cos en recibir al Presidente, pues de todas partes de Havenfield es­tarán llegando Defensores a lo largo del día, desde las mesetas del sur, las montañas del oeste y las llaneras del centro –esto explica por qué tantos dormitorios desocupados–. Por ser el Cuartel Gene­ral, somos los anfitriones, así que luego de nuestra media hora de trote para calentar, irán a las duchas para luego comenzar con los arreglos del lugar. Las mujeres vayan con la General en Jefe Helena Giovan, cuarta al mando, son las que le pondrán ese toque femen­ino a la gala con las decoraciones y arreglos florales. Los hombres irán con el Comandante en Jefe Hugo Giovan, tercero al mando, se encargarán de hacer el trabajo pesado, como armar la tarima, montar sonido, transportar cargas… tendrán mucho movimiento.

- ¡Vaya! Los Giovan –exclama César.

- ¿Qué sucede con ellos? –pregunto.

- Son descendientes de los fundadores de los Defensores, ellos nun­ca empezaron como reclutas, entraron de novatos siendo Hugo sargento ayudante y Helena sargento supervisor –explica–. Son unos suertudos.

- Ahora entiendo por qué tienen esos cargos siendo tan jóvenes –dice Kate.

- Si –digo–. Parece ser genético. ¿Hay algún otro Giovan en el cuar­tel?

- No que yo sepa –asegura César.

- Deben ser unos consentidos –agrega Kate.

- Los consintieron dándoles cargos “importantes”. De resto ha­brían sufrido lo mismo que sufriría cualquiera para escalar posicio­nes –añade el pelirrojo.

Es increíble. Son personas sin preparación alguna que, obviamente, no saldrán de una tienda de campaña o búnker durante la guerra, y quizás no tengan la necesidad de estar en ella por el simple hecho de ser descen­dientes de los fundadores de la escuadra. Se merecen todos los lujos y protecciones que puedan existir durante los tiempos de guerra.

Resulta injusto. Aquí hay personas de todas las clases sociales que no miraron su estatus para presentarse como voluntarios por defender a nuestro país y salvarlo, quizás, del robo de nuestras riquezas y de una po­sible e inminente destrucción adicional.

Aún no vemos a Helena ni a Hugo en el patio. Pero según César, de­ben tener alrededor de nuestras edades. Son realmente jóvenes y afortu­nados.

Rápidamente, luego de conocer parte de la historia y los beneficios que tiene ser familiar de un fundador de cualquier institución existente en la vida misma, nos reacomodamos en nuestras filas esperando alguna orden.

- ¡Batallón 3, atención! –grita Damián–, esta información va para los recién llegados: Se trotará alrededor del patio, pasando frente a cada uno de los cincuenta dormitorios, la niebla aún no permite que veamos bien el conjunto, pero hay galpones a ambos lados del patio, por una extensión de casi 700 metros y al final, junto al 25, hay una redoma. Salimos desde el tres, llegamos a la redoma, gira­mos en ella y regresamos por la vereda del 26 al 50, que es el últi­mo dormitorio, y luego cruzamos el patio en línea recta hasta el 1. Repetimos el ciclo hasta que se completen los 30 minutos. No se re­zaguen. Esperemos la orden.



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En el texto hay: misterio, amistad, guerra

Editado: 02.10.2018

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