El primer pensamiento medio coherente que cruza por mi mente es, ¿cuánto bebí anoche? Ni siquiera recuerdo en qué momento perdí la cuenta de las bebidas que ingería o como llegué hasta mi apartamento, porque estoy en mi apartamento. ¿Cierto? ¿Dónde más estaría? Seguro Miguel me trajo porque tengo el vago y borroso recuerdo que estaba bebiendo con él, Paulina, Andrea y por supuesto, Raymond.
¿Porque anoche pensé que sería una brillante idea beber con ellos como si no existiera el mañana?
Paso una mano por mi cara e intento abrir los ojos, pero aquello provoca un terrible dolor en mi cabeza y aprieto los ojos con fuerza. Mi boca sabe amarga seguro por todo el licor que bebí, lo cual repito, no fue lo más inteligente que he hecho, pero cuando estoy en una fiesta y me estoy divirtiendo todo me parece una buena idea, creo que se debe a que no salgo mucho y cuando lo hago, quiero aprovechar esa salida al máximo.
—¡Oh, Santo Cristo agárranos confesados! ¿Dónde estoy?
Puede que tenga una terrible resaca justo ahora, pero estoy muy segura que yo no acabo de decir eso. Esa en definitiva no fue mi voz y tampoco es la voz de mi hermano, no, es la voz de otra persona. Mierda, ¿qué hice anoche?
Mis manos van a hacia la sábana que cubre mi cuerpo y ruego mentalmente a todos los santos que existen y de los que recuerdo para que yo tenga ropa debajo de las sábanas, pero cuando llevo con cuidado una mano debajo de la sábana, noto que no tengo nada.
Mierda, Atenea, ¿por qué no pudiste mantener las piernas cerradas? —me regaño—Bien, respira, esto no es tan malo como parece.
Soy una persona adulta, soltera y no veo porque deba crear una tormenta de esto. Solo fue un pequeño error, un desliz que le pudo suceder a cualquiera, pero claro con mi suerte eso tenía que sucederme a mí y justo con el hombre que finge ser mi cita, hombre que ni siquiera conozco. Por qué es él quien está a mi lado, ¿cierto? —abro un ojo y miro a la persona que está a mí lado—Sí, es él.
—¿Qué pasó anoche? —pregunta Raymond con voz ronca por el sueño y debo reconocer que suena muy sexy, pero no es momento de pensar en eso.
Abro lentamente los ojos y tardo un momento en adaptarme a la poca luz, que, por suerte, hay en mi habitación.
—¿Qué crees que pasó? —le devuelvo yo la pregunta.
Quiero tantear el terreno para saber que se supone que sucedió y averiguar si él tiene idea de lo que hicimos.
Yo lo busco con la mirada y veo que él tiene una mano contra su rostro, cubriéndose de la luz tenue de mi habitación, porque sí, estamos en mi apartamento. Raymond tiene las sábanas hasta la mitad de su vientre, dejando su pecho al descubierto y me permito admirar la vista, porque si tuvimos sexo anoche, no veo porque estaría mal mirar ahora, de todas formas, ayer ya debí ver todo eso.
¿Qué estás haciendo, Atenea? Lo estas mirando sin su permiso y eso está mal—me digo mientras aparto la mirada de su pecho marcado, que muestra claramente que él hace ejercicio con regularidad, porque tiene un muy buen físico.
—Recuerdo que bebimos mucho y eso explica mi reseca, también recuerdo que tomamos un Uber para venir aquí porque ambos estábamos muy mal como para manejar—me empieza a decir Raymond—. Ah, también recuerdo que querías que te llevara a la colina del beso porque querías besarme ahí.
—¿QUÉ? No, eso te lo estas inventando, yo no te pediría eso. No quiero besarte. No, no, eso no sucedió. Ni siquiera te conozco.
Es ahí cuando el recuerdo de lo que él me está contando me golpea y agradezco que Raymond siga con los ojos cerrados para que no vea como mis mejillas se tornan rojas por la vergüenza de recordar lo que hizo Atenea borracha.
—Claro que sucedió, sabes que más pasó. Me pediste que me case contigo. ¿Eso tampoco lo recuerdas? Porque anoche estabas muy decidida a que nos casemos para iniciar este año como una feliz mujer casada.
Claro que lo recuerdo ahora que él lo ha mencionado.
—No, no sé de qué estás hablando—miento y cierro los ojos mientras pienso en lo que sucedió anoche.
Bebo la copa de champán y me apresuro a tomar otra, Andrea está contando una anécdota que sucedió en su último caso y cuando termina, Paulina saca una botella de tequila de su bolso y dice que el tequila será más divertido que el champán.
Un vaso de tequila se vuelve dos, luego tres y después perdí la cuenta de cuantos vasos llevo bebiendo, solo sé que la botella se ha terminado y alguien ha traído otra botella.
—Raymond, ¿sabes que sería genial? ¡Casarme! Sí, eso sería perfecto. ¿Crees que podamos encontrar un ministro aquí? Para que me case ahora mismo.
Paulina y Andrea están en una discusión contra Miguel, y los tres ignoran la conversación que mantengo con Raymond.
—Creo que no hay un ministro aquí y que estas muy borracha, no creo que quieras casarte si estuvieras sobria.
—No, de verdad quiero casarme, lo juro. Yo soñaba con el día de mi boda por años, creí que me casaría con Mike, pero él se va a casar con Tracy.
Tomo la botella de tequila y me sirvo un vaso para después servirle uno a Raymond.
—¿Por qué deberíamos brindar? —le pregunto mientras dejo la botella en la mesa.
—¿Es necesario que brindemos?
—Sí, es muy necesario, debes brindar antes de beber cuando estas en una fiesta, es la regla y más aún si es una fiesta de fin de año. No sales mucho, ¿verdad? Da igual, yo tampoco salgo mucho. Así que aprovechemos el momento.
Él toma el pequeño vaso y asiente en mi dirección.
—Bien, brindemos si eso es lo que quieres.
Yo le sonrió victoriosa y levanto mi vaso en el aire.
—Brindemos por las personas a las que nos han roto el corazón y por los cobardes que ilusionan, enamoran y se van.
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Editado: 20.12.2021