“¡No puedo creerlo señores!, Los Golden Bears han ganado el campeonato, y nosotros no podemos estar más contentos” …
La voz inconfundible del narrador me dio el alivio que necesitaba, había pensado que ese último touchdown sería imposible de lograr, pero finalmente Albert había logrado correr con el balón hasta el otro lado.
Me quité el casco porque ya no aguantaba más el calor. El sudor me corría por la frente a chorros, al punto de caer por mis ojos y provocarme escozor, pero nada de eso me importaba porque estaba feliz de haber ganado el campeonato con mi equipo.
Los gritos del público no se hicieron esperar, había confeti por todos lados de color azul y dorado, los jugadores se lanzaron hacia Albert; incluyéndome, y lo levantamos mientras sostenía el preciado trofeo de la temporada.
—¡Bien hecho Hall! —me gritó el entrenador.
Uno a uno fueron felicitándome por haberle hecho el pase definitivo a Albert.
Sonreí complacido y me fui corriendo a los vestidores porque deseaba quitarme el uniforme húmedo y todo adherido de confeti.
—¡Esto hay que celebrarlo! ¡Hall, vamos por unas cervezas! —invitó Marc, uno de los defensivos.
—¡Por supuesto que sí! —asentí emocionado.
Me despojé de toda la ropa y me metí a las duchas de inmediato. Cuando estuve cambiado y perfumado, ya casi todo el equipo estaba listo para salir a celebrar.
Afuera, un montón de periodistas y entrevistadores nos esperaban para acribillarnos a preguntas, pero yo ya había respondido las suficientes, y no tenía gana de quedarme una hora más respondiendo cosas.
—¿Y ahora por dónde nos vamos sin que nos vean? —me preguntó Marc.
Lo pensé por unos instantes y entonces se me ocurrió salir por el estacionamiento, pero era probable que también estuviesen ahí.
—¿El estacionamiento, tal vez?
—No, son muy ingeniosos esos carroñeros, sabrán que saldremos por ahí —acotó.
—No si nos vamos disfrazados. —Le guiñé un ojo y nos pusimos manos a la obra.
Agarramos un par de gorras y unos lentes, a los demás jugadores les había tocado la mala suerte de ser nuestra tapadera para poder huir, pero luego se reunirían con nosotros en el bar.
Avanzamos como si no tuviéramos nada que ocultar, Marc, Albert y otros dos más además de mí, intentábamos huir por ahí.
Todo fue en vano porque los reporteros nos reconocieron a kilómetros. Pensándolo en retrospectiva, la idea fue estúpida, una gorra y unos lentes no podrían disimular el metro ochenta, o los dos metros que tenía cada uno.
Corrimos a toda velocidad hasta llegar a mi auto, afortunadamente logramos hacerlo antes de que la turba con cámaras y micrófonos nos alcanzara. Los flashes de las luces no me dejaban ver por dónde iba, pero a estas alturas ya era seguro que saldríamos en el periódico, así que no me importó y pisé el acelerador.
Los reporteros se alejaron por instinto y, finalmente pudimos escapar.
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Editado: 03.11.2019