No supe en qué momento se volvió de noche, pero estos tres sujetos y yo, —todavía no sabía sus nombres—, empezamos a tomar, a cantar y a gritar por los partidos que transmitía la televisión.
—Qué increíble ha sido conocerte, yo pensé que estarías en California, con los Bears, ¿qué haces aquí en Inglaterra? —me preguntó el de los lentes (en realidad todos tenían), así qué, específicamente, me lo preguntó el primero que se atrevió a hablarme, él se autoproclamó mi fan “número uno”.
—Pues, para resumir, digamos que me vine en plan de recuperar a alguien muy importante para mí, pero me salió mal.
A estas alturas, estaba dispuesto a contarle hasta mi número del seguro, me encogí de hombros ante mis pensamientos, no me importaba decirle todo a un desconocido.
—¡Uh! ¿Había otro?
—¡Ja, ja, ja! ¿Otro? ¿Quién sabe si hasta es en plural?
De inmediato me quise retractar de esas palabras, yo no pensaba eso de Amalia, o tal vez sí, ya nada estaba claro en mi mente, sentía que no la conocía como yo creía.
El tipo me miró incrédulo y se echó a reír.
—¿Sabes qué? ¿Por qué no invitamos a un par de chicas? Así te consuelas —volteó a mirar a sus amigos, que también estaban tomando y charlando—. Muchachos, traigamos algunas compañías.
—¡Claro! Yo tengo un par de amigas que seguro van a querer conocer a Lucas —anunció el de la barba.
—Voy a llamar a mi novia —dijo mi fan número uno. Se puso de pie y se alejó un poco del bullicio de la gente.
—Disculpen que sea tan grosero, todavía no sé sus nombres —les dije a los dos sujetos que estaban ahí conmigo.
—¡Es cierto! Yo soy Paul —me dijo el de la barba.
—Y yo Reggie. —Él era el más bajito y el más regordete de los tres. Me estrechó la mano como si no tuviéramos más de cuatro horas hablando y riendo.
—Ya les he escrito a las chicas, dicen que estarán aquí en quince minutos —anunció Paul.
Le di un gran sorbo a la cerveza y puse con fuerza la jarra contra la mesa. El líquido se salpicó por todos lados.
—¡Que así sea! —grité.
A pesar de que me estaba divirtiendo bastante con ese par de desconocidos, no podía sacármela de la cabeza. ¿La solución que aportaba mi cerebro? Fácil: toma más.
Los quince minutos pasaron y, puntuales, como solo un británico podría ser, las dos mujeres llegaron. Paul se puso de pie para saludarlas y me presentó a mí y a su amigo Reggie, quien también había buscado compañía.
Mi fan número uno ya había vuelto a la mesa, y yo todavía no le preguntaba su nombre.
—Esta belleza de aquí es Bambi —presentó Paul, a una mujer pelirroja que me recordó muchísimo a Irina, quise soltar una carcajada por su nombre, pero me contuve, no podía burlarme de la que podría ser mi potencial saca corcho.
»Y ella es Dana —continuó. Dana era rubia y definitivamente yo no quería volver a ver a otra rubia en mi vida, así que centré mi atención de inmediato en la chica con nombre de personaje de Disney.
Si la cosa me salía bien, le preguntaría por qué sus padres le habían puesto tal nombre.
—¿De verdad eres famoso en América? —me preguntó la pelirroja.
Me puse de pie y le busqué una silla para que se sentara a mi lado, de inmediato le indiqué al camarero para que le trajera una bebida. Antes de que se sentara la miré disimuladamente.
La mujer no estaba nada mal, tenía una figura diminuta y pronunciada, era atractiva, no podía negarlo.
—Bueno, eso dicen. —Le regalé mi mejor sonrisa de chico conquistador. Ella se echó a reír y se puso bastante nerviosa. Ni siquiera borracho perdía el toque.
—¡Ay! No tienes que ser modesto.
Bambi se aferró a mi brazo como si fuera un juguete. De inmediato empezamos a entablar una conversación entre los siete que estábamos ahí.
—¿No vendrá tu novia? —le pregunté a mi fan.
—Me dijo que sí, aunque no parecía muy convencida… —se interrumpió a sí mismo porque fijó su mirada en la entrada del local—, de hecho, ahí viene.
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Editado: 03.11.2019