Amalia se quedó callada un buen rato, y me di cuenta de que la persona que le hablaba por el teléfono parecía estarle dando una pésima noticia. No estaba seguro de qué se trataba, pero por alguna razón mi corazón se había acelerado, y un miedo comenzó a embargarme. Definitivamente algo estaba muy mal.
—Estaré allá lo más pronto posible —concluyó con la voz quebradiza. Su mirada parecía perdida y noté que sus ojos habían comenzado a aguarse.
—Amalia, ¿está todo bien?, ¿qué ocurre?
Sus ojos se empañaron aún más de lágrimas, acercó su silla a la mía y me abrazó con fuerza, estaba sollozando de manera descontrolada, no podía enunciar las palabras con claridad y entonces temí lo peor.
»Pulga, me estás asustando, por favor dime que sucede. —Estaba preocupado, demasiado preocupado. La abracé con fuerza y le avisé al mesero que quería la cuenta.
El hombre me lanzó una mirada de confusión, no tenía idea de que yo no le había propuesto matrimonio, imaginaba que pensaba que probablemente ella me había rechazado o algo así.
—Es mi padre.
Sentí que mi corazón se paralizó por un instante, ¿acaso había ocurrido un accidente? No era posible, el hombre estaba en una clínica de rehabilitación. Me negué a pensar lo peor. Tragué saliva antes de responder.
—¿Qué le pasó?
El mesero llegó con la cuenta y Amalia no pudo decir nada, le pasé mi tarjeta de crédito y esperé a que se fuera para que me respondiera, pero ella no parecía querer hablar. Sacó su celular de nuevo y texteó deprisa un mensaje que no alcancé a ver.
El receptor del mensaje respondió a los pocos segundos y ella volvió a teclear de nuevo con apremio. No entendía qué estaba pasando, y no quería presionarla, pero la incertidumbre me estaba matando.
El mesero volvió con mi tarjeta y el recibo; y en cuanto lo notó, se puso de pie y me sacó prácticamente a rastras del restaurante.
—Amalia, por favor dime qué está pasando —exigí.
—Mi padre se escapó del centro de rehabilitación hace dos días y no me lo habían querido decir porque pensaron que lo encontrarían, pero eso no ha sucedido e incluso ya han involucrado a la policía.
—¿¡Qué!? Pero si hablaste con él, dijiste que había mejorado… no… —Me había quedado sin palabras.
—No sé qué pasó Lucas, no lo sé. —Las lágrimas amenazaron con volver a salir a flote y la impotencia de no poder hacer nada me abrumaba.
—Iremos ya mismo a Atlanta, tu padre tiene que aparecer.
Amalia me miró esperanzada y al mismo tiempo, el miedo se reflejaba en cada centímetro de su rostro.
—No puedes venir, tu juego…
—Eso no importa ahora, tú eres mi prioridad número uno, ¿entiendes?
Nos dirigimos de prisa a la casa, ambos teníamos que preparar algunas cosas antes de partir.
Amalia conversaba con su hermano Cristopher por mensajes, y cuando llegamos, su celular no paraba de sonar ni un instante. Su madre la llamó muy preocupada cuando le contó la noticia, quería venir esa misma noche, pero Amalia se negó. Partiríamos en la madrugada del día siguiente y nos encontraríamos con Cris más tarde.
Mientras estaba distraída arreglando sus cosas y hablando con su familia, comencé a encargarme de mis propios asuntos.
Sabía que lo que iba a hacer podía costarme el lugar en el equipo, tal vez de forma permanente, pero no podía dejar a Amalia sola, mucho menos en una situación tan delicada como esa, yo debía estar ahí para ella.
Llamé a Daniel sin que se diera cuenta.
—¿Ya está? ¿Eres un hombre comprometido? —preguntó con entusiasmo.
—No, no es por eso que te llamo, necesito tu ayuda, es urgente.
—¿Qué pasó? —Por el tonó de su voz, supe que había comprendido la gravedad de mis palabras.
—Necesito que me cubras con el entrenador, no estoy seguro de por cuánto tiempo, dile que tuve una emergencia familiar.
—¿Qué? Lucas, en menos de una semana es el partido, la oportunidad que te ha dado, ¿sabes que no se va a volver a repetir verdad? ¿Qué es tan grave como para que arriesgues eso?
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Editado: 03.11.2019