Demond
Los Ángeles... ¡Agh! Solo 16 minutos aquí y ya estaba sudando una barbaridad. El clima ideal, sí como no, ideal el día que llegaron a estar sobrios. Este lugar era el mismísimo infierno ¿no podían haber escogido uno más fresco? ¿O al menos que estuviera bajo los cuarenta grados centígrados?
¡Con un demonio!
Me quité el caluroso saco y arremangué las mangas de mi camisa blanca mientras apretaba fuertemente la esfera antiestrés que había comprado antes de viajar a Los Ángeles, la anterior la había roto de tanto estrecharla y ahora más que nada necesitaba una que resistiera con el malgenio que cargaba al reencontrarme con mi dichoso padre.
Hace una semana el susodicho me había contactado para que le hiciera un trabajo, al parecer había dejado unos cabos sueltos en su anterior asesinato. Ya sabía yo que la edad le estaba pasando factura, pero ¿quién lo haría soltar el timón del barco?
Era un hombre tozudo y cerrado, cuando algo se le metía entre ceja y ceja ni el mismísimo diablo lo haría cambiar de opinión. Y ahí es cuando entro yo, arreglando todos sus estúpidos errores y fingiendo estar a gusto cuando lo que más deseo es tomar el mando de una vez por todas y evitar a toda costa que se cometa la menor cantidad de faltas posibles.
Soy un asesino hecho y derecho, pero a los ojos de mi padre sigo siendo su crío e inmaduro hijo. Aunque, eso está a punto de cambiar. Conmigo de vuelta no hará falta mucho tiempo para que todos descubran lo excelente asesino que soy, puedo incluso asegurar que mucho mejor que mi padre en sus mejores tiempos. Estoy dispuesto a poner toda la carne al asador con tal de llevarme el poder. Soy ambicioso y disfruto de ello.
Al pasar por el detector de metales, este sonó. ¡Carajo! pero si me había prácticamente quitado todo de encima, estrujé aún más aquella suave esfera entre mis dedos. Malditos aparatos, ¿por qué tuvo que ser Los Ángeles? estaba muy bien en Londres tomándome una taza de café cuando me notificaron de la petición de mi padre ¡Jamás pensé que fuese todo un suplicio viajar a América!
La chica que estaba haciendo de guardia me miró de arriba abajo y sonrió ampliamente –cómo no– y comenzó a toquetearme de arriba abajo, al llegar a mi abdomen tardó un poco más de lo apropiado. Rodé los ojos y la miré fijamente.
—¿Algún problema, señorita? —pregunté con un poco de hastío.
La joven negó y me miró a los ojos, deteniéndose asombrada en ellos. Entendía el porqué de su estupor, padezco heterocromía parcial. Mis ojos en su mayor parte son azules, pero ciertas zonas estaban cubiertas de un verde esmeralda acuosos haciendo que estos resalten. Esto jamás me había supuesto un problema, es más, casi siempre ha sido motivo de orgullo en cuanto a mujeres. Les atrae lo misterioso y enigmático, aunque ¿cómo culparlas? simplemente soy irresistible. Y muy, muy malo.
Seguí mi camino ignorando como me clavaba la mirada a mis espaldas. Me dirigí hacia la cinta transportadora y tomé mis pertenencias. Me calcé mis zapatos negros y tomé mi saco junto con mis maletas. Al llegar a la antesala me senté a la espera de que la persona a la que habían designado mi transporte llegara, saqué mi móvil y me puse a repasar mis objetivos sobre el encargo de mi padre.
Hace unas dos semanas atrás, una mujer (Mila Wallabanger) había descubierto la red de asesinos de mi padre, tenía nuestra ubicación exacta, nadie sabe cómo o cuándo la consiguió, pero el mero hecho de saber quiénes éramos y dónde encontrarnos nos colocaba en una posición crítica. Mi padre al descubrir aquello se puso como loco, en mi opinión la mujer había tenido agallas. ¡Claro! sin contar que había descubierto no solo una red de asesinos a sueldo, sino que había encontrado la más amplia y poderosa de todo el continente americano. No me sorprendió que la borrarán de la faz de la tierra en un chasquido, pero habían cometido un error. No fue grave, pero podría serlo si no tomo cartas en el asunto.
La dirección de nuestro paradero. La mujer llevaba esa información no solo grabada a fuego en su mente, sino que la llevaba como una biblia en cada bolsillo que tuviera. Nadie tenía conocimiento de esto, no fue hasta que revisaron las cintas de las cámaras ocultas que tenemos implantadas por doquier y descubrieron su error. Como ya se sospechaba del asunto, me contactaron a mí como último recurso. Tenía la tarea de extraer toda evidencia de nuestra dirección de su casa, y por supuesto, de su persona.
Sonreí ampliamente al recibir un mensaje por parte de mi querido padre, la ubicación del papel estaba en una casa funeraria. Los Williams, una acaudalada familia dedicada a los funerales y velorios, el cuerpo de Wallabanger debe estar en la casa al parecer la pareja Williams se irá de viaje, dejando a su hija Nicole.
—Mmmmmm... Nicole. —murmuré saboreando aquellas palabras.
Las bellezas de América son incomparables pero muy predecibles, piernas largas, contextura delgada, cabello rubio o moreno, tez bronceada y ojos verdes o marrón.
Típico.
Aunque en Londres no era mejor, las chicas eran estiradas y sosas, jamás había conocido una chica revolucionaria y lo prefería así, las chicas son pasaderas. Simplemente para una noche. Por mucho.
Hummm... Al parecer la chica siempre iba pegada a otra, aunque eso no supondría ningún problema. Seguí leyendo el expediente y algo captó mi atención, en la descripción de la "lapa que tenía por amiga" de Nicole no había absolutamente nada, cosa que me extrañó e intrigó sobremanera, ¿cómo era posible que alguien fuera prácticamente "invisible"? como estaba únicamente descrito bajo la fotografía de su cabello rojo en movimiento.
Sacudí mi cabeza y me concentré en mi objetivo, Nicole Williams
Espero que no te entrometas en mi camino, de otro modo tendré que asesinarte.
Reí con cinismo, sería divertido probar algo nuevo, aunque prefería proceder con cautela.