Su boca estaba amarga, como si por su garganta traspasara hiel. La abrió y cerró, tragando saliva; pasando la lengua por su mejilla y labios para tratar de desaparecer el sabor. Abrió sus ojos, mientras una punzada en su sien lo hacía levantarse del lugar en donde reposaba su cuerpo.
No recordaba cómo había llegado a esa habitación—ni que le interesara mucho.— Bajó los pies, que aún llevaban calzado, del colchón y se acomodó la camisa. El cuerpo le dolía, pero era lo que menos importaba en ese momento. Necesitaba encontrar a Yeong Hwan para hablar de los trabajos que iba a hacer.
Cruzó el espacio que dividía la habitación y abrió la puerta con calma. Un cuchillo se plantó a centímetros de su garganta y entonces su boca se torció en una sonrisa fina. No meditó en su próximo movimiento, porque no lo necesitaba. Solo alzó su pálida mano y abrazó el filo del arma con la misma. Dobló con todo y la mano contraria el objeto, luego alzó su derecha para llegar a un área peligrosa, entre la clavícula y debajo de la vena aorta. Presionó en el espacio, logrando que el sujeto se quejara de dolor y luego cayera al suelo brotando saliva de sus labios.
Yoon Gi hizo como que no pasó nada, a pesar de que su palma destilaba su espesa y roja sangre. Caminó en toda la extensión del segundo piso, para entonces bajar al primero y entrar al vestíbulo principal. Allí estaban algunos hombres con trajes elegantes. Yeong Hwan extendía una copa de vino a uno de ellos.
Observó el muchacho en el umbral de la puerta, que se inclinaba en reverencia ante los presentes. Los hombres se quedaron observando al recién llegado y volvieron su rostro con curiosidad al mayor. Este respondió el saludo del pelinegro y dirigió su mirada orgullosa a los demás.
—Señores, este es un logro que todos debemos celebrar. Ya tenemos a nuestro Assasin. Cuando lo necesiten solo tienen que pedirlo.— expresó, extendiendo su mano al muchacho. Yoon Gi volvió a hacer reverencia y se quedó de pie con las manos detrás de la espalda. Los hombres continuaron con la cena, mientras se intercambiaban palabras.
—¿Que ha pasado con los Wang? ¿Han logrado capturar al líder?— preguntó Yeong Hwan, limpiando sus labios con la servilleta de tela, mientras dejaba los cubiertos sobre la mesa y sorbía de su copa.
—Señor, temo decirle que los Clanes se están uniendo muy rápido.
El mayor alzó la mirada del plato que estaba atacando y la condujo a uno de los hombres a su derecha. No quería complicar más las cosas. Si el gobierno se percataba de que esos clanes estaban en alianza, ponía en riesgo su posición como gobernador de Daegu.
Tenía que ser cuidadoso con sus próximos actos o pondría en riesgo su integridad. Deslizo la mirada en torno a Yoon Gi, que mantenía la vista fija en un punto, como un robot.
Ya tenía la estrategia perfecta. Para separar a a esos malnacidos.
***
Los pantalones le ajustaban un poco y eso lo tenía incómodo. No entendía el afán de Yeong Hwan por usar esa ropa tan apretada y extraña para su gusto. Él era demasiado cuidadoso al elegir, porque necesitaba ropas un tanto ligeras y que le permitieran moverse con facilidad, pero el solo decía que era la única manera de infiltrarse al barrio que dominaba el Clan Wang.
Llevaba un cubre bocas blanco, con una mueca extraña dibujada y su cabello azabache caía sobre sus ojos para ocultarlos un poco. Un pequeño revolver y las navajas reposaban en un cinturón sobre de su camisa holgada, debajo de una chaqueta.
Saboreo la inminente posibilidad de matar a unos cuantos y continuó su paso sereno en la calle. Ya conocía las caras de las victimas, así que solo necesitaría que se aparecieran en su camino para divertirse un poco.
Escuchó tras él un murmullo. Al parecer le perseguían, eso hacía más interesante su cometido. Sonrió con malicia y se detuvo de golpe para observar una vitrina repleta de playeras blancas y negras. Fingió mirarlas. Un hombre y una mujer pasaron por su lado. Él miró de soslayo, descubriendo que eran las personas que buscaba.
Sacó un billete de cien mil wons, dirigiéndolo a la cajera. Está le devolvió el dinero restante. Estaba dándoles tiempo. Le agradeció a la mujer y continuó su camino suave y relajado.
¿Que sorpresa le tendrían?
Una mano le tomó de la muñeca, la otra se extendió con la palma hacia adelante, chocando con su torso y haciendo que este retrocediera.
Era una mujer. Su cabello rubio se tornaba algo naranja con los rayos del sol. Lo miraba con unos labios extendidos en una descarada sonrisa. Tenía una posición de ataque como si conociera las técnicas del Tae Kwan Do.
Maravilloso. Pensó. Una mujer enfrentándose a un hombre que posiblemente llevaba el doble de su peso. La miró ansioso.
Otra persona se posicionó tras él. Y le apuntó con un arma en la espalda.
—¿Quién eres?— preguntó el hombre de cabello oscuro en un tono áspero.