Fui consciente de que se trataba tan sólo de una visión fugaz, sin embargo, me hizo recordar con claridad sus ojos diáfanos y las palabras que pronunció con tanto fervor aquel día cuando le pregunté qué era lo que sentía por mí.
No, ya no dudaría más.
Habiendo concluido esto hice mi mejor esfuerzo por calmarme y a continuación dije lo que creía que era necesario decir.
—No tendrías que haberte molestado en ocultar la verdad, Jane. —Ella detuvo sus pasos que se dirigían hacia la salida de la habitación y se giró para mirarme con una mueca de incomprensión que me pareció que calzaba perfecto con la situación y con lo que diría a continuación— Una de las cosas que más me decepcionan es, sin duda alguna, la cobardía.
—¿De qué hablas, Daphne?
—¿Creíste que no sabría que te acostaste con él mucho antes de dar rienda suelta a tu lengua?
Jane abrió la boca sin saber qué decir, pero luego pareció ordenar sus pensamientos, porque respondió con cautela:
—No sé cómo lo supiste, aunque sí, en efecto, me acosté con él anoche. ¡Pero entiéndeme! Me callé porque no había necesidad de hacerte daño.
Me puse de pie, paseándome por la habitación arrastrando el porta suero junto a mí—¿Sabes? Me repugna la hipocresía, tanto como me decepciona ver espíritus cobardes. ¡No fuiste capaz de enfrentarme con la verdad! ¿Creíste que le darías un respiro a tu conciencia cerrando los ojos ante la mano que sostenía la daga? Estás muy equivocada, Jane. ¿Sabes por qué? —Me acerqué a ella y a sus hermosos ojos grises que me miraban confundidos— Porque fuiste perfectamente capaz de discernir tus acciones cuando las llevaste a cabo, por lo que intentar negarlas ahora sólo habla de un gesto de autocomplacencia, nada más ni nada menos. No lo hiciste por evitar hacerme daño, sino para liberarte de la culpa que te carcomía y sentir que no tenías nada que yo pudiera recriminarte.
—¿Culpa? ¿Por qué habría de sentir culpa, Daphne? No somos amigas, te lo acabo de dejar muy claro, por lo que no te debo ninguna lealtad. Y aunque lo fuéramos, nunca he creído en ese estúpido código de amistad que dice que no puedes tocar lo que le gusta a tu amiga.
—Nadie excepto tú ha sacado a relucir ese código, Jane —dije exasperada—. Para que te quede claro, en ningún momento te he considerado más que una persona que me cae bien y que acepto en mi casa por los recuerdos que tenemos en común. Cuando hablo de culpa no hablo de la que generaría una traición, sino más bien del malestar que sientes por no haber hecho las cosas sin quedar como una perra ante el espejo, porque créeme, no es a mí a quien intentabas engañar, sino a ti misma.
—¡Yo no intento engañarme a mí misma! ¡Soy una persona decente! ¡La única que se engaña aquí eres tú, revolcándote en tu propia baba por un hombre que no te quiere!
—Jamás lograrás disuadirme de que su cariño está dirigido a mí. Puedes acostarte con él cuantas veces quieras, eso ya no me afectará en lo más mínimo. El tacto de tus manos como el de muchas más se borrarán de su piel en el momento en que su cuerpo sea corrompido por alimañas que harán de él su nido. Pero todo lo que permanece intangible dentro de su pecho, todo aquello lo he podido sentir yo y sé que es real. Más real que un simple orgasmo.
Al escucharme, Jane rio con incredulidad, para luego reemplazar su expresión por una de necia superioridad.
—¡Estás demente, Daphne! ¿Sabes? En realidad, eres una ilusa. Si alguien te ama no se acuesta con otras personas, es así de simple. Pensé que realmente podía haber estado interfiriendo entre Jiwoo y tú, pero me di cuenta de que de eso nada. Si algo hubo entre ustedes, está claro que ahora es del todo inexistente.
—¿Sabes qué es lo que nos condena, Jane? La sed por lo que no permanece. El cuerpo, la carne, la sangre son impermanentes. Siempre se convierten en algo más gracias a la acción de la putrefacción, y son tan breves que no son sino un triste suspiro en medio de la existencia. Pero podemos aspirar a lo divino o entregarnos al delirio de rozarlo con la yema de los dedos sólo a través de la pasión en nuestros sentimientos. ¿Sientes ese fuego en tu interior cuando lo miras a los ojos, Jane? ¿Sientes que se estremecen tus venas sólo con rozar levemente el vaho de su aliento? ¿O sólo pretendes saciar el hambre que nos consume a todos mediante su cuerpo? Él no me pertenece, Jane, y en su libertad está su amor.
—¿De qué rayos hablas ahora? ¡Estás loca! ¡Eres una loca! —Entonces Jane se apresuró fuera de la habitación y sus pasos resonaron por el pasillo de linóleo, haciéndome creer que sería la última vez que la vería.
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—Los exámenes no muestran nada anormal en tu organismo —El médico revisaba los papeles frente a mí y lo que decía no podía importarme menos. Mi mente estaba muy lejos de allí, vagando entre brumas e ideas difusas—. Y has mostrado una notable mejoría estos cinco días. De modo que te daré el alta mañana. Asegúrate de tomar los medicamentos que te recetaremos para controlar una posible recaída.
—Muchas gracias. —Hice una corta reverencia mientras el médico abandonaba la estancia.
Me senté en la cama y me dediqué a revisar mi teléfono, el que había tenido abandonado estos últimos días. No me había hecho falta. Yoongi y Jimin me visitaban cuantas veces podían, y lo cierto es que no me había faltado compañía.
De pronto unos dedos golpearon suavemente la puerta. Alcé la mirada y vi a quien menos me esperaba: Kim Seokjin. Me sorprendí enormemente, pero luego recordé que le había mencionado dónde me encontraba en la respuesta que le había dado a su correo.