Los días pasaron, la luz del sol se desvanecía como el humo de un cigarrillo día tras día tras la misma ventana al anochecer, mis clases continuaron y llegó el momento en que tuve que dejar a Yoongi.
—¿De verdad tienes que irte, Daphne?
—Con el dolor de mi alma tengo que decirte que sí. Hoy debo reunirme con mis padres y mi hermana me está esperando. Mi destino es incierto —dije con un gesto dramático— pero sabes que seguirás en mi corazón.
—Está bien... me cuentas cómo va todo.
Nos dimos un abrazo apretado y partí.
El camino de vuelta a casa fue bastante tranquilo. La pálida y flébil luz del sol se colaba por entre las hojas de los pocos árboles que las tenían, creando ilusiones verdes y doradas que se reflejaban en la ventana del autobús en el que iba viajando. Miré las nubes. ¿Cabía la posibilidad de que Taehyung estuviera mirando al cielo igual que yo? Me lo imaginé, el cielo reflejado en sus ojos grandes y oscuros. Si tan solo fuera así y tuviera esa certeza, me reconfortaría tanto como si estuviera entre sus brazos.
Aquella tarde cené con mis padres en su casa. Era, ciertamente, una casa bastante grande, decorada al estilo europeo y con plantas de las que se ocupaba mamá. Mis padres me dijeron habían decidido que ya era tiempo de que regresara con ellos y pese a que amaba mi libertad, después de lo ocurrido con Taehyung no me sentía capaz de llevar a cabo sola una vida normal sin hundirme, de modo que acepté. Me ayudaron a trasladar mis pertenencias (que no eran muchas) y pronto me vi instalada en mi habitación.
Las cosas cambian abruptamente sin que nos demos cuenta y el tiempo sigue girando pese a circunstancias que nos hacen desear que se detenga. Así me encontraba yo, tirada sobre mi cama, con un mechón de cabello entre mis dedos mirando lo que quedaba de un zancudo aplastado en el techo. No hallaba dentro de mí el impulso para hacer algo, no encontraba formas de salir del encierro que suponía mi cuerpo y no sabía cómo dejar de sentir la desesperación que me ardía al mirar el reloj y percatarme de que las manecillas permanecían en el mismo lugar.
Ya no estaba sola, así que no podía llorar. Mi hermana, pese a su explosión emocional de hacía tan solo unas semanas, había regresado a ser distante, aunque de una forma más gentil, y mi madre era silenciosa como tumba; prácticamente huía si me veía. Suponía que tenía que buscar una forma de arreglar las cosas con ella, pero no podía importarme menos. Tenía bastante en qué pensar.
Aquel día tenía una cita con el doctor Kim Namjoon, pero ya no me importaba realmente arreglarme para fingir que estaba bien, de modo que simplemente me vestí con una sudadera gris y unos pantalones de cotelé blancos. Me sequé el pelo, me envolví en mi chaquetón de cuero marrón y salí a la helada intemperie.
Al llegar a la clínica me senté en esos incómodos asientos desvencijados de plástico azul típicos de las salas de espera. Era un lugar horrible, frío y lúgubre. Como siempre, las clínicas psiquiátricas no reciben mucho financiamiento por parte del gobierno, de modo que era comprensible que, siendo la construcción una mole antigua, se colara el viento helado y no hubiera calefacción. Me envolví en mi chaquetón lo más que pude y esperé pacientemente a que el doctor Kim terminara con el paciente con el que estaba.
Me estaba quedando prácticamente dormida arrellanada en la silla cuando se abrió la puerta de la sala de consulta y salió el doctor seguido de... Taehyung. ¿Qué mierda estaba pasando? ¿Por qué nos encontrábamos otra vez? ¿Acaso...? Bueno, tenía sentido. Lo había conocido precisamente allí, en la clínica. Empecé a entrar en pánico. Me hubiese gustado pensar que esa pequeña coincidencia significaba algo parecido al destino, pero Taehyung me miró como si fuera parte del mobiliario y tras despedirse del doctor se fue caminando por el pasillo, bajó las escaleras y desapareció.
Me quedé helada, con un horrible dolor en el pecho, como si me faltara el aire. Mis ojos se habían cristalizado sin que lo hubiera notado.
—¿Daphne? ¿Vas a entrar? —Volví a la realidad. El doctor me estaba llamando y yo lo único en lo que podía pensar era en que ya no existía en la vida de Taehyung. No importaba cuántas veces pensara en el cielo en los ojos de Taehyung, no importaba cuántas veces mirara el atardecer y me reconfortara en la idea de que Tae observaba el sol poniéndose al mismo tiempo que yo, aunque fuera por unos minutos y por unos minutos conectarnos a través del astro, porque ese espacio en su mente que podría haber sido para mí, ya no existía. Me había borrado. Realmente todos esos pensamientos, a estas alturas, resultaban absurdos, patéticos.
—Sí, lo siento. —Entramos y, tras cerrar la puerta, el doctor se sentó frente a mí con su escritorio como obstáculo representativo de su poder como médico.
—¿Qué pasó allá afuera? —Me preguntó mientras revisaba mis archivos.
—Usted... Tae-Haneul...
—¿Lo conoces?
—Sí, él y... —Titubeé. ¿Tenía sentido contarle? No sentía cercano al doctor. ¿Podría confesarle lo que realmente pasaba en mi interior?
—¿Sí? —Preguntó él fijando su mirada inquisitiva en mis ojos.
—¿No le contó?
—Haneul me cuenta muchas cosas, pero no puedo decirte cuáles. —Suspiré, desalentada.
—Nosotros estuvimos juntos hasta hace poco. Nos conocimos en la clínica. Fue algo bastante fugaz, quizás para él no tuvo mayor importancia-
—¿La tuvo para ti?
—Sí.
—¿Quieres contarme al respecto? —Se me trabó la lengua y tragué saliva, pensando en cómo debería abordar el tema. Finalmente le conté todo de forma somera, omitiendo el hecho de que habíamos tenido sexo, por supuesto, no quería llegar a compartir los detalles de mi vida sexual con el doctor.