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Esa noche Sofia no podía dormir, hacía calor y el pequeño ventilador que tenía frente a ella parecía soplar llamaradas de fuego haciendo que su cuerpo se sintiera pegajoso sobre el colchón, en la oscuridad de su pequeña habitación meditaba sobre la palabras de Nora, “en otro país” se decía a sí misma, recordaba la cantidad de veces que había escuchado decir lo mismo a otras personas, recordaba anécdotas de gente que conocía a terceros que hablaban de los triunfos económicos de coterraneos en otros países, todos los días resonaba con más fuerza la opción de salir a trabajar en el extranjero, el éxodo de gente joven dispuesta a ganarse la vida haciendo lo que fuera para garantizar lo básico a sus familia era cada vez más grande.
Pero ¿cómo podría ella tan siquiera soñar con ir a otrom pais? ¿cómo? sí ella apenas podía proveerse de lo básico. Le haría falta un pasaporte, visas, dinero para sostenerse mientras conseguía un trabajo, un sitio donde vivir… Para Sofía sería imposible viajar, su vida se había reducido a estudiar y trabajar para compensar a su tía por tenerla en su casa. En medio de la decepción y la impotencia concluyó que jamás podría hacer de sus pensamientos una realidad, para ella no había viajes al extranjero ni un futuro diferente.
Los días siguientes los enfrentó con un aire de tristeza al que trataba de huir entregándose con esfuerzo a los quehaceres diarios, entregaba lo mejor de si para no hacer germinar la semilla de inconformidad que su patrona había sembrado en ella, ese era su país, esa era su vida, su verdad y tendría que vivirla tal y como estaba, lo quisiera o no.
Luego de hacer una larga fila tras las puertas de un supermercado por varias horas, finalmente Sofía pudo comprar algunos víveres indispensables después de varias escaramuzas e intentos de saqueos por parte de la población indignada por los racionamientos y los elevados precios. Caminaba de vuelta a casa de su tía en compañía de una vecina igual de joven que ella, pero con la diferencia de que la joven lucía una prominente panza de embarazada y además en sus brazos llevaba a un pequeño en edad de comenzar a caminar. En compañía de la joven madre Sofía se hacía notar aún más por su estilizada figura, volviéndose blanco de la mirada grosera de los hombres que la veían pasar.
- ¿Y cómo te va en tu trabajo?
- Bien. – respondió Sofía – es un trabajo fácil, el señor al que cuido no da que hacer, el pobre está muy enfermo.
- ¿Pero te pagan bien?
- Si, pero que es medio tiempo y eso no me alcanza.
- ¿Y cómo podrías tu trabajar tiempo completo? el resto del día te la pasas atendiendo a tu tía, limpiando la casa…
- ¿Y qué otra cosa puedo hacer Yoli? Ella me deja vivir en su casa de gratis.
- ¿De gratis? – preguntó Yoli asombrada por la ingenuidad de su amiga – yo no creo que sea de gratis, tu, limpias su casa, cocinas para ella, la atiendes en sus necesidades, eso es más que un pago para dejarte dormir en ese hueco. -agregó segura de sus palabras mientras pasaba a su hijo de un brazo a otro.
- Es mi manera de colaborar, sí ella no me hubiera recibido, yo no hubiera podido estudiar. – dijo convencida.
- Bueno Sofí, tú lo ves así.
Las peligrosas calles del barrio de Petare en Caracas se erguían coloridas y ruidosas en torno a ellas, precarias construcciones sin ningún método especifico de construcción más que pegar bloque sobre bloque formando casas improvisadas servían de residencias para abastos y comercios informales, infinidad de variados establecimientos daban vida a la zona convirtiéndola en uno de los barrios más grandes y peligrosos de Latinoamérica. En las aceras las personas de mayor edad vigilaban con ojo agudo a todos aquellos que pasaban por sus calles, niños mal vestidos jugaban con tapas de botellas y palos simulando que eran pelotas y bates de beisbol, todo el paisaje se había vuelto normal para ellas a fuerza de costumbre y de falta de opciones.
Esa misma tarde de nuevo sentada frente a la cama del anciano recibía otra visita de Nora, esta vez la elegante señora traía en sus manos dos tazas de una perfumada infusión, ofreció una a Sofía que aceptó con timidez y gratitud quedándose la otra para ella.
- Me da tanta lastima verlo así. – confesó Nora sentándose en una silla igual a la de la enfermera.
- Me imagino.
- No pensé que iba a resistir tanto tiempo, los doctores dijeron que sería cosa de días y ya han pasado semanas desde que está en ese estado.
- Se ve que es un hombre fuerte. – acotó Sofía para luego probar la infusión que tenía en sus manos.
- Lo que es complicado para mí, tenía que viajar dentro de muy poco tiempo y ahora no sé cómo hacer.
- El señor Alejandro no puede viajar en esas condiciones. – dijo Sofía sintiendo una punzada de envidia al escuchar hablar de viajes nada propia de ella.
- Tenemos que viajar a Rusia, José tiene negocios que atender allá, tiene mucho tiempo que no va y ya es imperativo que revise él mismo como van las cosas. La última vez fue hace más de un año.
Sofía escuchaba por cortesía lo que Nora le contaba, no quería oír hablar de viajes al extranjero ni de vidas esplendidas de gente adinerada, hasta que un comentario la hizo mirar a su patrona con interés.
- Espera y te muestro las fotos de nuestro último viaje.
Nora sacó de su bolsillo un teléfono celular de última generación que llamó de inmediato la atención de Sofía que miró fijamente el aparato con los ojos llenos de admiración, verlo en manos de Nora la hizo sentirse muy pobre tirando la precaria fortaleza que había construido para contener su autoestima. En la pantalla había fotos de paisajes de ensueño, calles pulcras y bien organizadas, edificios majestuosos, Sofía soñó despierta viéndose retratada en cada una de esas imágenes.
- Y esta última fue en Suiza. ¿Te digo algo? Todo muy bello, pero es mentira que el mejor chocolate es de ellos, ¡para mí el mejor es el venezolano!