Delitos del alma

Capítulo 20

20

La terraza, ese espacio que tanto le gustaba a Marco le ofrecía a Sofia una imagen que sabía que no olvidaría mientras viviera. El milenario paisaje en el que se podía perder la noción del tiempo con el sonido de las olas rompiendo una y otra vez en las rocas a lo largo de costa y su sonido hipnótico se había convertido en el presidio más grande y más enigmático que nadie había vivido nunca. Las preguntas llegaban en tropel a su mente, todas sin respuesta, todas con respecto a su futuro tan enigmático como su entorno.

El niño en su vientre se movía exigiendo según su conciencia las respuestas que para él se traducían en garantías de vida… pero no había garantía de nada ni para la criatura ni para ella, solamente podía confiar que el destino tuviera misericordia con los dos.

- ¿Por qué te levantaste de la cama? -preguntó severamente Marco.

- Estoy bien.

- No. deberías estar en la cama.

- Tu deberías estar en la cama, te va a volver la fiebre.

- Estoy bien.

- Por fin tenemos algo en común. -dijo refiriéndose a la respuesta que ambos escogieron para justificarse el uno al otro.

Marco se sentó al lado de Sofia, por un instante ambos se dejaron llevar por el escenario. Sofia rompió el silencio.

- ¿Cuál es tu conexión con esa gente?

- ¿A qué te refieres?

- Ayer dijiste que estas relacionado con Pavel y su gente. Dijiste que podrían verse en la situación de poder presionarte, y que tu podrías hundirlos. ¿Qué significa eso?

Marco no quería seguir engañando a Sofia, su cuerpo y su mente no encontraron las fuerzas para inventar historias o tan siquiera para evadir la curiosidad de la joven.

- He hecho trabajos para ellos. Cuando me necesitan me contratan y yo hago lo que sé hacer.

- Claro. Eres un mafioso igual que ellos.

- No. Soy un profesional graduado con honores en la universidad.

- ¿Acaso ser delincuente se estudia?

- No Sofia, soy abogado.

Los ojos de Sofia se clavaron incrédulos en el hombre a su lado, de todas las respuestas que se había imaginado, la que recibió fue la que menos esperaba. Una sonrisa tímida apareció lentamente en su rostro para poco a poco convertirse en risa hasta llegar ser genuinas carcajadas casi histéricas que hicieron aflorar lágrimas en sus ojos. Marco la miraba estufefactos tratando de comprender que era lo que le había causado el ataque de hilaridad.

- ¿Por qué ríes? ¿Qué es tan gracioso?

Sofia no podía parar, tapaba su boca con las manos tratando de controlar la reacción tan inesperada que le había causado la información, pero no era suficiente, apenas podía balbucear palabras sueltas que trataran de justificarse.

- ¡Ab…! -titubeó entre carcajadas- ¡abog…!

- Abogado, sí, eso es lo que soy. ¿Qué es lo que te parece tan gracioso?

- ¡Tu…! -intentó decir controlando su respiración lo mejor que pudo- ¡Tu defiendes las leyes!

- Si Sofia. -afirmó bajando los ojos avergonzado- se supone que soy un defensor de las leyes.

- ¡Pues lo haces muy mal!

Así como la risa se apoderó repentinamente de la joven, se fue, en cambio se instaló la dureza y el rencor en la voz de Sofia.

- Defiendes criminales. -gruñó- y debes ser muy bueno porque para tener tanto dinero como para comprar mujeres debes haber salvado el cuello de muchos malditos delincuentes de esos. ¿No es así?

- Hago bien mi trabajo. -aseguró tratando de salvar el poco orgullo que le quedaba.

- ¡Eso es ridículo! Es como si yo dijera que hago bien mi trabajo si dejo morir a los pacientes por no darles su medicina… ¿acaso no te enseñaron en la universidad que las leyes fueron creadas en favor de la justicia?

La respuesta llegó de inmediato, dura y objetiva.

- La justicia no existe Sofia. Las leyes se retuercen únicamente en favor del que tenga más poder y dinero, por eso se hicieron tan extensas y libres de interpretación para quien las maneje. De lo contrario con los diez mandamientos del antiguo testamento bastarian para hacer siempre lo correcto. ¿No crees?

Los argumentos religiosos no tenían mucho sentido para Sofia, no logró comprender como el ejemplo se podía aplicar a la culpa que tenía el hombre frente a ella.

- Pero defiendes criminales, eso te hace cómplice de sus crímenes.

- Si. En esa complicidad nace mi propia condena. Como ves yo tampoco me puedo liberar de nuestros captores Sofia. Yo tampoco tengo opción.

De nuevo el silencio, las profundas y contradictorias palabras de Marco otra vez se oían discordantes con el razonamiento expuesto en ese momento. Nada tenía sentido.

- Pero alguna vez la tuviste. ¿Por qué escogiste defenderlos?

- Porque también quería el poder y el dinero que hace que la vida parezca justa.

- Debes saber muchas cosas importantes de ellos.

- Y tú ya sabes muchas cosas que te ponen en peligro. Sube a tu habitación y ve a descansar.

- Estoy bien.

- Su…

- Quiero quedarme aquí, contigo. -interrumpió suavemente.

Ya Marco no era el peor hombre del mundo a los ojos de Sofia, saber que de alguna manera él también era algo parecido a un prisionero le hacía sentir más cercana a él, tenían algo en común, algo muy retorcido, bajo y vergonzoso, pero era una conexión entre los dos. Marco se levantó bajo la mirada curiosa de Sofia, entró a la casa para salir de nuevo un instante después con el violín y el arco en las manos.

- Entonces, ya que te sientes bien… es hora de música. -dijo sonriendo con ligereza.

Sofia sintió como su corazón se alegraba, había perdido la capacidad de asombrarse de como el ambiente a su alrededor, así como su propio ánimo podían cambiar en segundos; había llegado a pensar que era una especie de fenómeno que le ocurría a pocas personas en el mundo y una de esas personas debía ser ella. Pero ¿acaso no era un desperdicio dejar pasar un momento de calma y tranquilidad cuando se había conocido el dolor el hambre y la soledad tan de cerca? Estaba dispuesta a saborear un pedacito, aunque fuera minúsculo de dulzura en su vida, el aire era agradable, su prisión tenía buena vista y la música era reconfortante. Definitivamente se dejaría llevar por un momento y olvidaría todo lo demás.




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