Mis alas estaban en llamas. Sentía el calor cerca de mi piel, sin embargo no me quemaba. Tengo que aceptarlo, mis alas se veían hermosas de este modo.
—¿Por qué hiciste eso? —pregunté mientras me apartaba de Frederick. Tener sus ojos clavados en mí no era muy cómodo.
—Para demostrarte que puedes confiar. ¿Acaso tus alas te están quemando? Tu sabes que no. Bueno, eso es gracias a mí. Ahora sólo sígueme, el fuego no te dañará.
Comencé a caminar detrás de él aún con duda. Al momento de llegar al fuego, temía que sólo me hubiera mentido y muriera en ahí, como una ingenua que confió en las palabras de un demonio, pero no. Comencé a caminar entre el llamas y no me hizo ningún daño. Seguía caminando detrás de Frederick, hasta que él se detuvo. Había un chico en el suelo y Frederick lo levantó. El chico estaba inconsciente o tal vez sólo estaba durmiendo, aunque lo dudo.
—Él es Joe, y es un idiota. Pero, ¿sabes qué es lo más importante? El también es un ángel de cristal. Este tipo apareció hace unas horas, así que no te preocupes, todavía me quedan dos ángeles de cristal por asesinar, incluyendote. —dijo y me guiñó el ojo.
—¿Para eso me has traído aquí? ¿Para asesinarme?
—No. De hecho te he traído aquí para que tú asesines a Joe. Está inconsciente, no gritará, no peleara. Será fácil.
—¿Qué? Yo no haré eso.
—Oh, casi lo olvido —abrió un cofre y sacó una espada preciosa, parecía estar hecha de....cristal—. Sólo con esta espada se puede asesinar a los ángeles de cristal.
Él tenía la espada muy cerca de mí, haciéndome retroceder y temerle aún más. Tomó mi mano y puso la espada en ella, obligándome tomarla. Después se acercó a mi oído y susurró:
«Asesinalo»
Y de pronto, sentí que debía hacerlo. Algo que ni siquiera podía controlar me hacía dirigirme a Joe. Quería detenerme, pero yo no controlaba mis piernas. Llegué hacia donde estaba Joe y sin querer hacerlo atravesé su corazón con la espada.
—¿Qué he hecho? —dije entre lágrimas y sin poder creerlo. Le había quitado la vida a alguien, esta no era yo.
—Tengo el poder de controlar a cualquier demonio y a cualquier ángel de cristal, por eso lo has hecho, porque te lo ordené. Y ahora te ordeno que atravieses tu propio corazón con esa espada.
Oh no... Mis manos sostenían la espada que cada vez se acercaba más a mi corazón, y por más que intentara detenerme, no podía.