DENTRO DE VENUS.
Descalza. El dolor punzante causado por las espinas volvía a sus desgastados pies. La sangre yacía inerte apegada a su transpirada blusa. El maquillaje diluido, confundido entre lágrimas, saliva y sudor, retratando un paisaje de miedo e incertidumbre que recubría un rostro alguna vez jovial, marcado ahora por el horror, impregnado de arrepentimiento, absorto, fatigado, con cansancio.
Gemelos, trillizos, cuatrillizos danzantes, algunos rimbombantes, otros taciturnos, sin embargo sus siluetas entregadas a un tiempo nocturno solo transmitían constantes sensaciones de deja vu, de extravió, de perdida. Espesura y oscuridad inundaban cada ruta que tomara por aquel frondoso bosque. Hacía ya mucho que ignoraba las fechas. Tan solo observaba el calendario para recordar los cumpleaños, aquellos días especiales que marcaron su ya superada juventud y uno que otro día de feriado más. Juraría que, por lo recargados de hojas verdes, que por lo oscuro de la noche se observaban teñidas de un morado grisáceo, parecían estar los tiempos gozando de plenas primaveras. Mas la fiesta tomo lugar hacía pasadas varías horas, nueve y media o un cuarto para las Díez, recordó haber visto en el teléfono de Beto cuando por casualidades lo encontró junto a su vieja amiga Gloria, sirviéndose dos vasos de Hellack, conversando sobre el nada innovador y defraudador catálogo de funciones y características que presentaba el tan esperado Myphone G7.
“Si tan solo me hubiese quedado conversando junto a ellos”- Pensó, lanzando un pequeño y silencioso suspiro acompañado de resignación. Aunque se llenó de desconcierto al no lograr recordar con exactitud como el orden de acontecimientos la llevo a dar con tan penosa y desesperanzadora situación, no se sorprendió en lo absoluto cuando por las ansías de sobrevivir su inconsciente ordenaba constantemente a los pies el no rendirse, casi por instinto a seguir adelante sin detenerse y a sus ojos a no ver nunca atrás.
Como si el mundo se hubiese acabado, como si la realidad visual desapareciese después de un determinado punto, arrastrando junto a ella la lógica y las leyes de un “Atrás, alrededor y por delante de ello existe un algo”. Colina arriba, en aquella pendiente yacía una vieja cabaña la cual despertaba en ella cierta simpatía, cierto anhelo. Sin embargo lo que más llamo su atención fue observar que todo el paisaje alrededor suyo habría de desaparecer, pero aquello no genero ningún desconcierto. Como si fuese el orden natural de las cosas el desaparecer de nuestra vista, como si la vida nos arrinconase a concentrarnos, a pensar en un solo y determinado objetivo, olvidando todo lo demás que la complementa convirtiéndola en un complejo mosaico de maravillas y aberraciones. Aquella cabaña, aquel cubo iluminado por una inexistente luna, construido con desgastados ladrillos y maderas colocados por quien sabe cuándo, en ningún punto del tiempo, dónde, en ningún lugar del espacio y por qué sin alguna razón existente, con un techo casi arrancado por un irreal viento y por aquella puerta que a primera vista reposaba adrede tumbada, que invitaba, que observaba, que esperaba. Entro en aquel lugar.
Pasó la tarde junto a él en su apartamento aunque a penas y llevaban tres meses saliendo, oficialmente enamorados desde aquella noche después del encuentro grupal en la plaza juvenil. Puesto que lo vio venir y escucho de aquellos sentimientos un tiempo atrás por medio de un amigo, para probar aquella pintoresca experiencia se atrevió a otorgarle un sí mientras caminaban por el viejo parque del barrio Mercabo, a tan solo cuatro cuadras de su casa. Que importaban las malas experiencias, o lo que de él habría escuchado. Ahora comprendía que aquello de los cultos o las pandillas y la mala vida o el libertinaje fue solo un artilugio más de la gente, o de ello nunca pudo sorprenderlo y por más que lo pensase dentro del marco de aquella ocupada vida entre los estudios, su novia y el trabajo no entraba en el mundo de posibilidades. En este momento, en este instante, solo dos preguntas oscilaban palpitantes dentro de su apaciguado y sereno cerebro.
“¿Puedes prestar atención? Al menos escucha lo que la camarera pregunta.”- Soltó su voz intentando esconder la incomodidad y el ya germinado enojo.
Sin embargo su amante desde el mismísimo momento que decidieron tomar aquella mesa junto a la ventana, cuya cabeza pasó agachada con sus ojos, los cuales parecían ver inquietos, intranquilos, directos a aquella molesta pantalla y a tan delgado celular, hizo caso omiso a ambas.
“Vaya. A mí deme un café con tres cucharadas de azúcar, un plato de pollo a la coco cola, con ensalada solo de lechuga y veo que aún tienen el menú del desayuno. ¿Aún queda maíz con queso?”- Sin importar si de ella viese aquella decrepita mujer una glotona, sabía que debía preparar su estómago para el alcohol que estaba dispuesta a digerir aquella noche en la fiesta del bosque “Maohiriparos” de la cual su novio habría de hablarle hacía dos días, el jueves. El trabajo estaba yendo en cuesta abajo. Su jefe cada vez se metía más con ella por los errores que cometía y sus compañeras creaban historias del como ascendió a vendedora visitando la casa del gerente a media noche. De ser posible, vomitaría aquel ultimo desayuno que con tanto amor preparo su madre, antes de fallecer aquella misma tarde mucho, mucho atrás en el tiempo.