Aquel día era una representación perfecta de lo que debería estar sintiendo; si todo fuese real, claro. El sol asomaba por cada rincón de la ciudad, aun cuando era época de días nublados. El clima era cálido y el vestido amarillo y brumoso que Bastian le había enviado a casa -de aquella forma misteriosa que incluía a su discreto chofer-, la hacia sentir como toda una princesa.
Las cuerdas de las zapatillas color crema rodeaban sus tobillos de forma perfecta, casi podía engañarse hasta a sí misma. Mientras se miraba al espejo ya solo podía ver aquella mujer; la que estaría comprometida en algunas horas, la que se convertiría en la persona que tanto deseó ser.
—¿Estás lista? —la voz entusiasmada de Morin la hizo salir de su ensoñación.
Llevaba cerca de media hora en aquella casa y el secretismo con el que todas actuaban le dejó saber que Bastian les había dicho lo que pasaría. Al menos no sería la única actuando sorprendida.
El que hubiese mucha más gente, que obviamente desconocía, le hizo sentirse un poco nerviosa. Estaban despidiendo a Vera Campell, pero con el cambio de planes y la futura boda en puerta ella volvería antes de lo que pensaba. Aquella fiesta era más una excusa para anunciar que el cotizado soltero estaba siendo tomado por el “amor”.
Lo habían hablado una noche antes, mientras él asomaba la cabeza a la habitación de Annabelle. Minerva debía admitir que desde que el dinero no era una preocupación podía dormir mejor; placida y profundamente en aquel sillón de hospital costoso.
—Mañana es el gran día —siseó él, como si en verdad le ocasionara el mínimo sentimiento de emoción. Quizá lo hacía, pero era la seguridad de tener todos esos millones en su cuenta lo que lo provocaba y no su puesta en escena como una pareja enamorada hasta los huesos.
—Estaré lista cuando termine tu guardia —respondió ella, sonriendo. Comenzaba a pretender que aquello la ponía feliz también.
La maleta llena de vestidos que Bastian le había llevado aquella mañana, diciendo que Alba los eligió para ella, ocupaba una esquina en la habitación y aun cuando no era brutalmente enorme se sentía como si lo fuera.
Y al caer la tarde, Minie había salido del hospital con aquel vestido. Nadie la había mirado de forma extraña, porque se había asegurado de que nadie la mirase en primer lugar. Se sentía avergonzada en el fondo, pero no sabía con exactitud el motivo.
En el camino a casa de los Campell, con Bastian a su lado en aquel uniforme y con rostro exhausto, Minie se había preguntado muchas veces si aquello era lo correcto, hasta que tomó una decisión; dejaría de preguntárselo. Era la única manera en la que podría tranquilizar a su sentimental corazón.
Ahora estaba en aquel lugar, supuestamente a la espera de que Bas terminase de darse un baño. Morin la había llevado a su habitación para mostrarle sus pinturas; bellísimos paisajes de una hermosura tan fantasiosa que dudó que fuesen lugares reales, hasta que ella aseguró que lo eran.
Ante la mirada sugerente de Morin al decir que su hermano estaba listo, supo que la actuación debía comenzar, y como era algo novata en aquello de los nervios pre-presentación; no encontró mejor opción que encerrarse en el baño para ganar un poco de tiempo. Desde luego el tiempo se le estaba terminando, porque era la tercera vez que Morin le hablaba a través de la puerta.
Aquel baño era más grande que su casa entera. Miró a su alrededor una última vez, antes de tomar una respiración tan profunda que le hizo arder los pulmones. Tragó saliva y cuando volvió a mirarse en aquel espejo; estaba definitivamente preparada.
—Si, si, ya estoy lista —soltó mientras salía del baño para encontrarse con la encantadora Morin en su vestido primaveral.
Aquella fiesta estaba llena de ese tipo de prendas. Suponía que era una rareza más de gente adinerada; que estando en tiempos otoñales vistieran como si fuese la estación anterior. Pero, como he mencionado, el clima aquella tarde era todo sol y nubes ligeras…
—Bass nos ha contado lo de tus padres… lo siento muchísimo. Tal vez podrías pasar más tiempo en la casa y así acompañar a mamá. Pronto mis primas volverán a Italia, le hará bien tu compañía, así no estarás sola en tu apartamento… aunque Bass dice que está cerca del hospital y pasan mucho tiempo juntos… —la miró, era definitivamente, la persona más parlanchina que había conocido en la vida.
No le tomó importancia a todo lo que Bass les había contado, porque finalmente era parte del trato, aunque tuvo que apuntar mentalmente algunas cosas para no cometer errores después.
— ¿Tú te quedaras más tiempo? —preguntó, mientras salían de la habitación. Ella asintió, su cabello oscuro hasta los hombros, peinado en lindos bucles se movía con ella.
Había pasado todo ese tiempo conversando con Morin; sabía que tenía veinticinco y aun cuando ya era buenísima en la pintura, se mantenía tomando clases con expertos de todo el mundo. Estaba soltera en aquel momento, pero había pasado ocho años con el mismo chico desde el instituto. Es un arrogante hijo de empresarios, por eso no funcionó, creo que me gustaría salir con un escultor ahora, le había confesado con una sonrisilla cómplice.
Hasta ese momento, Minie no había pensado en que quizá los artistas solo pueden encontrar el amor completo en otro artista, alguien tan incomprendido y sediento del mundo como ellos, como ella… entornó los ojos cuando llegaron a la cima de las escaleras. Las personas se arremolinaban en casi cada espacio de la casa, sosteniendo copias del último libro de Vera Campell, con la esperanza de que lo firmase. Su mirada curiosa chocó con un par de ojos cafés bajo unas espesas cejas oscuras. Bastian le dio una sonrisa apenas perceptible en medio de aquellas personas con las que conversaba.
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Editado: 10.08.2021