Pasar una semana evitando a Bastian como hubiese querido, fue imposible estando a diez días de la boda. Pero al menos se había librado de pasar la navidad con la familia Campell.
Cuando Minerva era pequeña, su abuela horneaba pavo para la cena. Después comenzó a ser ella la encargada, porque la fuerza de Annabelle se agotaba de a poco. Pero el olor de la comida navideña nunca pudo cubrir la bruma de infelicidad que aquellas fechas llevaban a sus vidas. Eran un recordatorio de lo perdido. Ese año sería la primera vez que pasaría sola aquel festejo, pero estar sola era mejor que ver el rostro de Bastian.
No podía mirarlo a los ojos. No cuando se había sentido traicionada sin razón; estaba consciente desde el principio que aquello pasaba... él, con alguien, o con muchas alguien. Además, se sentía terriblemente mal por haber sido atrapada husmeando. Y como cereza del pastel, se había preguntado que sentiría ella, había deseado su lugar…
Todo en aquella situación le parecía repulsivo. Así que, gracias a Bruno y lo fácil que era sacarle información, pudo ir a ver a su abuela en los momentos en que Bass descansaba, terminaba sus guardias o estaba en cirugías largas y complicadas.
Aquel brillante plan de evitarlo duró como cuatro días. Cuatro. Tan poco. Se podría decir que Minie preferiría haber estado lista, pero la verdad es que ni siquiera sabría cómo prepararse para estar de nuevo frente a él.
Quizá lo mejor fue que pasara sin aviso. La voz grave la hizo sentirse mareada. Lo escuchó mencionar su nombre y puso todo de sí para mantener los ojos cerrados, fingiendo dormir.
—Minerva —podía imaginarlo recargado en el marco de la puerta.
Y como su imaginación no le era suficiente, abrió los ojos. Mirándolo de verdad. Rindiéndose ante lo que sea que le deparase el destino.
—Lamento despertarte —aborrecía aquello de Bastian.
Aborrecía su eterna amabilidad. Debería ser un idiota sin educación y entonces sería fácil odiarlo. Si no se preocupase por ella, si no le pidiese todo de forma afable, si no tomase en cuenta sus deseos y decisiones… Te odiaría tan fácil Doctor Campell.
—Lamento haber visto eso, de verdad —soltó ella, mirando hacia sus manos.
No había algo más que pudiese decir, porque eso era todo en lo que estaba pensando últimamente.
—No importa. Al menos no fue alguien más.
Claro, alguien que pudiese hacerlo público. Sé un poco más egocéntrico y quizá sí que podré odiarte.
Minie asintió. No podía mirar el rostro de aquel hombre, pero le habría gustado notar la leve preocupación que le causaba desesperación a Bass.
—Estamos bien ¿no?
—Si.
No había otra respuesta posible, porque ¿Cómo podría recriminarle algo cuando desde un principio acordaron algunas cosas, dentro de las cuales, aquello que había observado estaba bien?
Se sentía triste y no podía negarlo. Pero estaba consiente de que no estaba bien sentirse aprensiva o celosa. Aunque realmente había comenzado en su interior un duelo de espadas entre lo que deseaba y lo que sabía que podía tener. Su alma soñadora no podía darse por vencida.
En las historias románticas, el amor es algo capaz de cambiarlo todo. Entonces aun podía imaginar que su amor sería capaz de cambiar aquello, descongelar aquel corazón de hielo. Cuando tuviese el valor de decirle, quizá todo podría cambiar. Ella cambiaría todo ¿no es así?
¿No estaba hecha del mismo material que todas las chicas lindas e idealistas que transforman a la bestia en príncipe? Esperaba que sí. Esperaba tener esa magia y lograrlo…
—¿Qué harás en navidad? —el abrupto cambio de tema la hizo desestabilizarse.
Nada. Es obvio Bass. Estoy tan sola… Elevó la mandíbula al contestar, mirándolo esta vez.
—Voy a salir con amigos, después de pasar un rato aquí —mintió. Su mano aferrándose a la de su abuela se llevó la atención del médico.
—Deberías venir a casa, habrá una fiesta —Minie negó.
—Mejor después.
—Minerva, se supone que nos casaremos. Necesito que vayas y las personas te vean a mi lado —Minie negó nuevamente, aun cuando su tono demandante siempre la hacía asentir.
—No celebro navidad Bastian. Mis padres murieron en una —soltó mirándolo a los ojos.
Iban de camino a conseguir un regalo para ella… que absurdo regalo obtuvo; la ausencia definitiva de quienes la trajeron al mundo.
Con los años era menos pesado, pero dolía aún. La muerte nunca deja de doler.
Bass pensó en que ya tenían algo más en común; los sucesos difíciles precedían sus navidades. Aunque la separación de los padres no era nada comparado con perderlos de manera definitiva, seguía siendo algo que marcaba la vida de un niño.
En cuanto lo observó abrir la boca, contrariado, ella levantó una mano en su dirección.
—No te disculpes, ya sé que lo sientes —odiaba eso; no poder decir que alguien se ha ido sin hacer sentir mal a otros.
No es culpa de nadie, nadie debería disculparse por preguntar y obtener ´muerte´ como respuesta.
#4288 en Novela romántica
matrimonio por contrato, drama amor mentiras, secretos herencia casualidades
Editado: 10.08.2021