Estaba arreglando un rato su cuarto. Poniendo en orden sus cosas. Acomodando sus libros; ubicaba novelas que había comprado en la estantería y quitando otros libros que no quería seguir teniendo. Cuando movió un libro de lugar, una hojita se cayó. Puso el libro encima del estante y la recogió. Era una notita: Te quiero, decía.
TE QUIERO, repitió en su mente.
Se acordó de ella, de lo bien que se la pasaba en su compañía. Recordó sus berrinches y como se burlaba de él. También se acordó que ella le decía que parecía un niño y se burlaba de él porque hacía todo tipo de preguntas y pensaba mucho las cosas, algo fastidiosamente divertido para ella.
Se dio cuenta de que la extrañaba. De que la quería, de que si pudiese verla le pediría disculpas en ese mismo momento.
Pensó en su sonrisa, recorrió la comisura de sus labios como una cámara en su imaginación; comprendía que probablemente no volvería a escuchar el sonido particular de su risa, y que eso le hacía mucha pena. Pero ¿aún ella lo quería? ¿Aún no lo quería lo suficiente para salir de su casa, subirse al auto, manejar al otro lado de la ciudad, comprando flores de paso, y una caja de chocolates, e ir como un loco desesperado a decirle que la quería, que la quería lo suficiente como para tragarse sus malditas palabras?
No lo sabía, y no lo podría saber a menos de que fuera a buscarla.