Solange
12 de marzo, 2016
Es fin de semana, la alarma de mi celular suena constantemente. Veo la hora, son apenas las siete de la mañana. Tengo la costumbre de levantarme tarde los fines de semana, puesto que es obvio que no hay clases.
Me detengo a ver al jardín a través de mi ventana. El sol está más caliente de lo habitual. Parece que hará mucho calor el día de hoy. Las constantes notificaciones que en mi celular entran y me hacen despejar la vista de mi ventana.
Permanezco en cama veinte minutos más. Posteriormente me levanto y la ordeno. Luego ordeno mi cuarto. Terminando de ordenar, busco mis cosas para luego adentrarme al baño.
Mi madre me está llamando para desayunar. Me dirijo a la cocina,
Mi madre ríe de diversas cosas que le comento acerca de lo que hemos hecho los chicos y yo en el instituto y de las pocas veces que hemos salido. Me gusta conversar con mi madre de todo lo que me pasa, así ella me aconseja y yo escucho y aplico de sus consejos.
Me dirijo a mi habitación a hacer mis tareas que, a decir verdad, los maestros se esmeraron para que no descansáramos el fin de semana. Lo bueno es que mamá me ayuda con los quehaceres de la casa. Mi hermano por el contrario es difícil que ayude en la casa porque él es el que más tarde se levanta. Aún duerme y apenas son las nueve con diez minutos.
Son casi las dos de la tarde y para poder avanzar bastante me salté el almuerzo, pero veo que fue mala idea porque mi estómago pide a gritos comida. Logre terminar varias materias, aunque me falta tres para culminar todo.
Estoy sentada en el jardín bajo el árbol de mango que tenemos, uno de tantos árboles que hay. Es bastante amplio el jardín trasero lo que me agrada porque es donde mayormente paso el tiempo, ya sea leyendo, oyendo música o intercambiando mensajes con mis amigos.
Estoy hablando por teléfono con Javiera, una de mis amigas que hice en mi antiguo colegio. La conozco desde hace ocho años y se ha convertido una de mis mejores amigas desde entonces.
–¿Qué tal la has estado pasando allá, Sol? –suelen decirme así cada persona que conozco–. Desde que te fuiste no me has dicho nada de lo que has hecho, pendeja –río ante eso.
–¿Qué te puedo decir? –río–. Pues, excelentemente bien. Mis maestros son amables y divertidos, no como los que teníamos el año pasado. Lo malo de ellos es que nos dejan bastantes trabajos en casa. Me estresa eso, pero puedo soportarlo.
–Tan aplicada como siempre –ríe.
–Claro mi amor –río–. ¡Te cuento!
–A ver, a ver, a ver, no lo retengas y déjalo ir –dice, pero me mantengo en silencio por pocos segundos para impacientarla y lo logro–. Eres malvada ¡ya dime lo que me tengas que decir!
–No es nada extraordinario, pero si quiero compartirlo, solo que quise ser un poco dramática –río fuerte lo que hace que se moleste–. Solo es que me encontré con Elías nuevamente, aquel del que te hablaba…
–Como olvidarlo. Lo tengo de amigo en Facebook y está super buenote –dice y parece que babea lo que me hace reír porque no se equivoca en nada, pero no es mi tipo, además que tiene novia.
–Eres una grandísima perra. Lo tenías de amigo y no me lo dijiste. Que mala que eres Javiera –me disgusto lo que hace que ría más fuerte ella.
–Pero lamentablemente tiene novia y una muy bonita déjame decirte, por lo que vive casi publicando a diario lo mucho que la ama y lo feliz que lo hace.
–De eso no tengo dudas, lo veo a diario y su amorío es muy cursi y empalagoso. Creo que me dará diabetes por eso –ambas reímos con mucha fuerza que, creo que mi madre escucha mi risa.
–Eso si fue gracioso Sol.
–Ni que lo dudes. Bueno tengo que colgar Javiera. Mañana continuamos con la llamada, tengo que ir a terminar mis tareas.
–No te preocupes amiga. Hablamos mañana y saluda de mi parte al candente Moisés y besa a mi crush Elías –no puedo evitar reír otra vez.
–Vos queras que Carolina me deteste. Es obvio que no puedo besar a Elías. Si que eres pendeja. Vale nos vemos, cuídate –me despido.
–Tu igual –dice y da por finalizada la llamada.
Me adentro a la casa. Veo a mi madre dormida en el sofá. Mi hermano está sentado afuera en la acera de la casa. Paso por la cocina y me sirvo comida, otra vez, justo ahora tengo muchísima hambre. Me dirijo a mi cuarto.
He terminado con dos materias. Me falta una, pero me es difícil poder encontrar lo que la maestra pide. O por lo menos algo coherente. Esta investigación me ha estado fastidiando por lo menos una hora. Me rindo, lo dejaré para mañana.