19 de junio, 2016.
Durante toda esta semana hemos estado cerca de que nos capturen. Especialmente a mí, pues, parece que el objetivo soy yo.
Lo que pasó el sábado pasado, ocurrió lo mismo ayer. Nada más que eran cuatro y diferentes a los anteriores. Esto ha dejado un temor que hasta la fecha no he podido superar. Estar pensando constantemente en que en cuestión de minutos pueden secuestrarme, me aterra. Incluso hasta dejar de ir al colegio he pensado.
Gabriel en estos días ha estado ayudándonos. Incluso ayer nos ayudó más. No obstante, pienso que Gabriel me oculta algo porque ¿cómo sabe que van a intentar secuestrarme?
Ha pasado una semana que no he vuelto a recibir un mensaje de ese tipo. Tampoco les he dicho a ellos el mensaje que recibí la última vez. Esto para no alarmarlos y que tengan más miedo.
Esto tengo que resolverlo por mi cuenta. Con mis padres se quiere meter. Está bien, pero también se las verá conmigo.
Son pasada las cinco de la tarde. Nuevamente estamos en casa de Solange. No hemos salido del todo desde anoche. Únicamente su mamá y su hermano menor.
Vimos las noticias de medio día y en éstas se decía de dos nuevos incendios, donde tres personas perdieron las vidas y en otro lograron salir con vidas. También se decía de múltiples desapariciones, de entre ellos, tres de nuestros compañeros de clases. Sí, no los miramos en toda la semana que pasó.
Estoy con Carolina, ambos sentados en el sofá viendo una película. Jolene y Moisés están en el jardín trasero. Solange hace dos horas que está durmiendo.
–¿Qué haremos ahora, Elías? –pregunta Carolina sin dejar de ver la película que estamos viendo.
–Sinceramente no sé qué hacer ante todo esto –respondo volteándola a ver.
–Yo solo quiero volver a mi vida normal y tranquila –dice ella viéndome–. Estoy con miedo, desesperada y aterrada de lo que pueda pasarnos si salimos de aquí. En clases no puedo estar tranquila porque estoy pensando en que me pueden secuestrar.
>>Y-Yo solo quiero estar tranquila y podamos disfrutar de nuestro noviazgo feliz, Elías –concluye en medio de sollozos. Con mis manos limpio las lágrimas que se escurrieron por sus mejillas. Presiono suavemente mis labios de los suyos.
–Así me siento yo también, Carolina. Sé que no es agradable lo que están viviendo por mi culpa –respiro hondo–. Pero tenemos que estar juntos y no separarnos. Aunque quisiera ser yo quien resuelva todo esto.
>>Sé que suena egoísta, pero no quiero meterlos más en problemas. Solo quiero que todos estén bien.
–Pero sabes bien que cuentas con nuestro apoyo, Elías –dice Moisés sentándose a la par mía–. Y no te dejaremos resolver esto solo. Nosotros te apoyaremos hasta donde podamos. No importando lo que nos pase.
–¡Ojo! Protegiendo nuestras vidas, claro está ¿verdad? –dice Jolene mientras se sienta en el sillón de alado.
***
Carolina junto con Solange y Jolene preparan la cena. Moisés y yo nos arriesgamos en venir a comprar unos refrescos y pan para completar la cena.
–¿Irás mañana a clases? –pregunta Moisés mientras esperamos a que nos entreguen lo que pedimos.
–Siendo sincero. Estoy con miedo, pero no tengo demostrárselo –digo–. Así que sí, si iré a clases mañana.
–Yo también. Al menos tenemos nuestros uniformes en casa de Solange –reímos.
Pagamos lo que pedimos. Salimos de la pulpería. Está algo largo de la casa de Solange. Mientras caminamos siento que me observan y persiguen. Volteo a ver constantemente detrás de mí, pero solo veo a pocas personas pasando; algunas en sus casas sentadas afueras.
–Alguien nos está siguiendo, Elías –die Moisés y se detiene.
–Pensé que era el único que sentía esa sensación –digo–. Estamos a pocas cuadras de la casa de Solange. Tendremos que tomar el camino más largo, o bien dividirnos
–Opino que tomemos diferentes caminos –dice él y voltea a ver atrás. Algo seguro lo sorprendió–. De hecho, si nos están siguiendo –susurra.
Volteo a ver. Veo a dos hombres escondiéndose en la oscuridad que produce un árbol. Los veo por unos largos segundos y ellos no salen de ahí.
Decidimos irnos juntos, pero tomar otro camino para no llevarlos a la casa de Solange.
Nos dirigimos al parque central. Lo bueno es que hay mucha gente, lo que nos permitirá poder perderlos. Al menos eso espero.
Nos dirigimos por la entrada a Países bajos. Al pasar por uno de los bares que está cerca de la esquina de la calle, Moisés me adentra al local y me indica que me quede en silencio.
–¡Mierda! Lo hemos perdido otra vez –dice uno de ellos. Parece que se han detenido en la entrada del bar. Espero no entren, de lo contrario, no creo que salgamos de ésta.
–No te preocupes que pronto los volveremos a ver –dice el otro–. Volvamos, quizás sepan algo los demás.
–Vale, volvamos. No hay que decirle nada al jefe.
Algo en mi interior me indica que esas voces son familiares, pero saber de quienes son realmente me cuesta. Se me hace difícil.