Elías
Debo de estar soñando, si seguro es eso. No, no puedo estar soñando, quizás esto solo sea una ilusión.
¡Mis padres ya están en casa, conmigo!
—Mama, papa –digo y camino a ellos para abrazarlos.
—Hijo –dicen al unísono devolviéndome el abrazo.
—Al fin ya estamos nuevamente juntos –digo y lágrimas brotan de mis ojos.
—Nuevamente juntos –repite mi madre. Alza mi rostro con sus dedos y limpia las lágrimas que he derramado.
Esta alegría que siento justo ahora no puedo encontrar comparación alguna. Me siento el más feliz del mundo.
Pero el pensamiento de saber que esto aún no ha terminado me hace borrar mi sonrisa. Sacudo mi cabeza para despejar ese pensamiento de mi mente y concentrarme en que estoy con mis padres.
¡Dios! Estoy mega feliz.
—Ya puedes volver a casa, hijo –dice mi papá–. Vuelve rápido para que cenemos los tres, como familia.
—Voy ahora mismo a traer mis cosas que tengo en casa de Carolina –digo y me acerco a la puerta.
—Aquí te esperamos –dice mamá–. Salúdala de nuestra parte.
—Está bien –digo con entusiasmo. Salgo de la casa y me dirijo a traer mis cosas.
Abro la puerta, veo que Esmeralda ha preparado la cena. Andrés está en el sofá viendo algo en la televisión. Carolina está sentada en la mesa esperando su comida.
—¿Qué te trae feliz, hijo? –pregunta Esmeralda.
No dejo de sonreír. Quizás por eso se debió la pregunta de ella.
—Mis padres ya están en casa y me han pedido que vuelva –digo. Andrés se acerca a la mesa.
—Eso es bueno ¿no? –ríe.
—Primero cena con nosotros y luego vas por tus cosas –dice Esmeralda.
—Ehm, bueno, está bien –digo. Lavo primero mis manos y me siento a la par de Carolina.
Después de terminar de cenar, me encargo de lavar los platos, secarlos y ubicarlos en su lugar.
Me dirijo a la habitación donde he dormido todos estos dias. Busco mis maletas y comienzo a guardar mis cosas.
Carolina se acerca y me ayuda a terminar de guardar todo.
—¿Vamos? –le pregunto a ella. Me da un beso.
—Pediré permiso –ríe–. Aunque ya sé cual será la respuesta.
—A puesto a que sí –reímos y salimos de la habitación.
—¡¿Papá, puedo ir con Elías?! –pregunta gritando mientras nos acercamos a ellos.
—Claro, no negaría eso a mi hija –responde.
—Un buen padre –dice Esmeralda y todos reímos.
—Vuelvo más tarde –dice Carolina. Me ayuda a cargar con una maleta.
—Salúdalos de nuestra parte, Elías.
—Por supuesto, Andrés –digo y salimos de la casa.
Caminamos los pocos metros que separan muestras casas. Me extrañó al ver las luces de la casa apagadas. Carolina no lo nota.
Abro la puerta. Está todo oscuro. Enciendo las luces. Noa dirigimos a la cocina, todo está en orden. Subimos a mi habitación y me encargo de desempacar todo bajo la vista de Carolina. Ella se sienta en mi cama.
—No están –dice Carolina rompiendo el silencio que había entre nosotros–. Es mentira todo.
—No digo mentira –frunso el ceño–. Mis padres estaban aquí. Los vi con mis propios ojos.
—Pero no...
Se detiene y escuchamos ruidos provenientes de la cocina. Nos miramos sorprendidos y luego se escucha el quebrar de vidrios. Nos sobresaltamos y bajamos corriendo a la cocina. Lo extraño de todo es que cada cosa está en su lugar y no hay nada roto en el suelo.
Las pisadas fuertes que se escuchan en la planta de arriba interrumpe mis pensamientos. Carolina y yo permanecemos en silencio y caminamos lentamente arriba.
No se ve nada en el pasillo. Pero las pisadas se oyen en la habitación de mis padres. Nos acercamos en silencio. Las pisadas siguen.
Abro la puerta. Esto tiene que ser una maldita broma.
***
Solange
Estoy exhausta. Al menos ya he terminado de hacer todas las tareas que han dejado los maestros. Son aproximadamente las cinco con treinta minutos.
Me recuesto en mi cama. Mi estómago ruge como un león. Tengo mucha hambre.
Mi mamá está llamándome para ir a cenar. No lo pienso dos veces para dirigirme a la cocina.
Poco después de haber terminado de cenar. Recibo un mensaje de Jolene invitándome a ir a los juegos mecánicos que están en el malecón.
—¿Quién es? –pregunta mi mamá.
—Es Jolene –respondo.
—¿Qué dice Jolene? –pregunta.
—Me está invitando a que salgamos y vayamos, junto a Moisés, a los juegos mecánicos, que están en el malecón –digo mostrándole el celular–. ¿Podría darme permiso –parpadeo continuamente lo que la hace reír.
—Está bien –responde–. También quiero ir, al menos para distraerme por un momento.
—Está bien –respondo y contesto el mensaje de Jolene confirmándole que iré.
—Max, ¿irás con nosotras? –pregunta mamá a mi hermano.
—No mamá, no iré, quiero quedarme en casa. Bueno también vendré un amigo mio.
—Está bien –musita ella–. Bien Sol, vayamos a cambiarnos para ir donde tus amigos.
Me dirijo a mi habitación a cambiarme de ropa. Salgo y me dirijo a la sala. Mamá aún no se termina de cambiar.
Tocan la puerta. Me acerco a ella y abro. Jolene y Moisés son los que han golpeado la puerta. Los hago pasar adelante y nos sentamos en el sofá.
Mi mamá llega a nosotros. Se saludan y salimos.
—¿Y Elías y Carolina? –pregunto.
—Llame a Elías hace unos diez minutos y me dijo que no podría por lo que se le presento un problema en casa –dice Moisés–. Dijo algo sobre sus padres.
—¿Carolina?
—Ella dijo que está ayudandole a Elías. Yo la llame –responde Jolene.
—Esperemos que no sea nada malo –digo, olvide que mi madre viene con nosotros–. Nada malo con lo de su amigo.
—No está involucrado él –responde Moisés. Esta es una forma que hemos hecho para cuando queremos hablar del desconocido delate de nuestros padres.
—Menos mal –dice Jolene.
Hemos llegado. Subimos a varios de los juegos. Hay música a algo volumen. Lo bueno es que podemos escucharnos y hablar sin tener que gritar.