Desastre Con L

23. La Medianoche.

Capítulo veintitrés
La Medianoche

Siento mis párpados pesados. Once y media, y ya estoy rendida ante los brazos de Orfeo. Me remuevo sobre mi cama, abrazo la almohada mientras me encojo dentro de las cobijas.

Me gustaría decir que mantengo un sueño tranquilo, pero no es así. El repiqueteo sobre mi ventana me hacen fruncir el ceño, no logró diferenciar si es parte de mis instintos imaginativos de esta noche o sí es real.

Y de nuevo, ahí está.

Más fuerte, precisó, como si quisiera llamar la atención y al mismo tiempo pasar desapercibido.

Con un gruñidos, abro los ojos e inconsciente bostezo frotandolos con las manos hechas puños.

¿Acaso no saben que es lo que ocurren cuando me despiertan? Nada bueno, debo agregar.

Apartó las sábanas de mi cuerpo y bajo con los pies desnudos en dirección a la ventana. Estoy dispuesta a correr a cualquier animalejo que se atreviera a perturbar mi sueño o en otras circunstancias llamar a un cura.

Al abrir las cortinas, brinco impresionada con un ataque al corazón. El aliento se me escapa cuando me encuentro con esa enigmática y fría mirada, una pizca de autosuficiencia se cruza sobre sus facciones al verme cohibida por su presencia.

¿Qué —carajos — está haciendo aquí?

No me lo puedo creer. Santa madre de los pectorales, virgen de las invisibles, milagrosa rosa de Guadalupe.

Abro las persianas, sin dar crédito a lo que veo.

—Ya era hora, chica torpe. — ahí vamos de nuevo. Si no estuviera muy impresionada, discutiria.

—¿Liam? —parpadeo muchas veces, como si por hacerlo él desaparecería —¿Qué haces aquí? — pregunto, impresionada.

—¿No es obvio? Dijiste que pasará por ti. — responde como si nada.

Cierto, quería darme una bofetada mental.

—Lo olvidé. —confiezo avergonzada, ¿en verdad iba hacerlo? —¿Y cómo sabes dónde vivo?

—No importa, debemos irnos, nos esperan.

—Oh, por Dios. ¡Me acosas! — exclamo horrorizada. ¿Qué otra explicación hay.

—O, simplemente, le pregunté a tu amiguita.  — responde sin tomarle un poco de importancia.

Fany, traidora.

—Es hora, nos esperan. — le apresura mirando el costoso reloj que reposa en su muñeca.

¿A mí también? Confundida abro la boca para preguntar, debe haber un error, —¿Nos esperan? —asiente —¿Quiénes?

—En el domo. Te dije que la pelea era a media noche, ¡ya vámonos, Sheccid!

Le tapo la boca asustada, ¿acaso no sabe que la gente escucha?, examino en todos lados que nadie estuviera cerca o se asomara por sus ventanas, —Shh... Baja la voz, si mi madre se da cuenta, me mata. —murmuro bajamente.

Sin duda, tenía mucha suerte que todos mis vecinos estuvieran a esta hora dentro de sus hogares.

Liam sonríe desde abajo.

—¡Es cierto! Todavía castigan a ciertas chicas en pleno siglo veintiuno. — silba con una mala actuación de asombro.

—Y tú estás aquí por una chica que castigan.

—Touche —sonríe muy cerca de mi rostro.

En este momento, me doy cuenta de algo muy importante. Mi habitación se encuentra en la planta de arriba, entre cuatro o cinco metros —tal vez —, ¿cómo es que está aquí frente a mí? 

Quizás, ¿por qué hay un árbol frente a la ventana?


Se sostiene del tronco, ni siquiera parece estar incómodo.

Éste chico sin duda es el karate kid, sinceramente, no le veo pinta de kung fu panda.

—Podría tirarte, en verdad, puedo hacerlo.

Una de sus perfectas y pobladas cejas se arquea, la línea de sus labios se curvan en una divertida sonrisa sabionda.

—No lo harías, eres demasiado buena. Es más, yo sé que tampoco vendrás conmigo, eres tan predecible.

¿Qué?

Una parte me dice que sólo busca provocarme. Eso le gusta demasiado, fastidiar a la gente. No quiero caer en su juego, enserio, quiero empujarlo haber sí esa sonrisa continua en su linda cara. Por otro lado, el hecho de probar esto nuevo hace que quiera hacerlo más. Además, es una buena excusa, ¿no?

¡Diantres! Nunca conocí a una chica más liosa que yo, quiero pero no. Tampoco puedo creer que necesite una excusa para probar algo nuevo, aunque, es peligroso. Él es peligroso, quizás es lo que más me asusta.

¿Que demonios pasa conmigo?

—Me pongo los tenis y un abrigo.

—¿Qué tiene de malo ir así?

—Que estoy descalza, animal.

—¿Ya vas a empezar con los malos apodos? —se burla.

—Tú me llamas chica torpe, — le recrimino, caminando hacia el ropero de madera descolorado, de donde, sacó un suéter de lana, cojo mis tenis y vuelvo a sentarme al borde de mi cama.

—¿En verdad, vendrás? — pregunta con incredulidad, entrando por la ventana para tomar asiento a mi lado. 

Intento no establecer cualquier contacto visual mientras abrocho mis tenis, es imposible que pueda mantener esa táctica si tardó menos de treinta segundos en hacerlo. Su mirada penetra mis sentidos y desborda mi pulso cardíaco.

—Dije que lo haría, ¿no? Yo cumplo lo que digo.

No parece sorprendido, sólo satisfecho. Genial, ahora quiero darle un puñetazo en la cara por ello. Creo que Jorge podría tener razón al decir que soy una salvaje.

Cuándo se pone de pie, lo veo dirigirse a la ventana, haciendo una señal de que lo siga.

Me cruzó de brazos, enarcando una ceja, —Ni loca bajo por ahí, — esta demente, yo no soy de su misma especie. Mis padres no son Dioses griegos, okey exagero, pero con esa apariencia parece uno. No me agrada, del mismo modo en qué no estoy ciega —Yo voy por la puerta.

—No, bajamos por aquí, es mejor. Hay una mayor probabilidad de que te descubran si bajas directamente.

Admito que tiene un buen punto, pero me niego. Me da miedo, ¿y si me caigo?

Parece que lee mi mente, porque no para de decir lo que pienso, —¿No dijiste que no te daban miedo las alturas?




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