Habían transcurrido algunas horas que parecían interminables, pero aún no llegábamos. Dentro de aquel cajón gigantesco no se veía luz alguna y tal parecía que la oscuridad se podía palpar con solo estirar la mano. Los quejidos ya no se oían. Al parecer los rehenes que andaban juntos a mí se rindieron y entregaron su suerte al destino. Desmayados estaban unos pocos y con cada bache o desliz de la calle se golpeaban fuertemente contra las paredes recubiertas de metal. Aproveché que no se veía nada y que todos estaban en lo suyo para esconder mejor todo lo que pudiera resultar "sospechoso" y evitar así llamar la atención. Justo cuando terminé, la camioneta se detuvo y casi al instante el sonido de las patadas que estaba recibiendo la puerta me impresionó un poco, unos segundos después se abrió. Al parecer la cerradura no quería funcionar, por lo que tuvieron que probar fuerza bruta.
—¡Vamos inútiles que no tengo toda la noche para ustedes! —Gritó el criminal a toda garganta.
Todos se apresuraron en salir, por lo menos los que se podían mover. Me mezclé lo mejor que pude y no me notó el conductor, al contrario, entró con rabia dentro del cajón y, aunque no podíamos verlo, sabíamos lo que iba a pasar.
—¡Imbécil! ¡¿No me oíste?! ¡Dije que salieras!
La sangre salpicaba fuera de la camioneta, los golpes retumbaban y los gritos de dolor llenaban mis oídos. De repente salió alguien volando de dentro del auto y aterrizó en la calle de espaldas golpeándose severamente. Estaba empapado en sangre, y su abrigo con capucha había cambiado de color. Intentó pararse, pero sus piernas le temblaban, por lo que fui y agarré a esa persona firmemente para que pudiera sostenerse sin lastimarse más. El hombre que nos había traído nos dio la orden de movernos y yo y la persona que tenía aferrada a mí, que no sabía quién era porque tenía capucha puesta, caminamos lentamente dirigiéndonos a un gran edificio.
—Gracias... —dijo una voz casi apagada que parecía ser de quien tenía a cuestas.
—No es nada —Agarré mejor a mi acompañante y seguimos caminando.
Era de noche, pero con toda la situación en la que estaba no lo había notado. Todo pasó tan rápido que, cuando menos me lo esperaba, ya estábamos bajando las escaleras que parecían conducir a algún tipo de sótano. Nos lanzaron a unas celdas que habían allí como si fuéramos perros. Antes de pensar que hacer, primero ví a mi alrededor para saber claramente mi situación. Algunos estaban tirados en el suelo tratando de buscar una posición cómoda para no sentir dolor, otros estaban sentados quejándose, era increíble que tuvieran energía aún. Solo había una persona sola y desplomada en una de las esquinas del fondo, donde la escasa luz que daba el foco del pasillo casi no llegaba. Era la persona de la capucha.
«¿Se habrá desmayado?»
Fui a confirmarlo por mí mismo. Avancé lentamente para no llamar la atención y evitar que me hicieran preguntas incómodas.
—Oye, ¿estás bien? —Puse mi mano en su hombro.
«No reacciona, parece que se desmayó. Pero tiene algunas heridas graves, debo hacer algo...»
Hice lo primero que se me pasó por la mente. Me quité la camisa que llevaba bajo el chaleco de vestir y separé las mangas de la camisa de su lugar rasgándolas. Volví a ponerme lo que quedaba de camisa y encima el chaleco. Luego procedí a inspeccionar al sujeto.
—Bien, veamos que tenemos aquí —Le saqué el abrigo suavemente.
«¡¿Una chica?!»
Casi lo digo en voz alta sin darme cuenta, pero me frené. Era una chica de cabello corto castaño, pestañas largas y piel blanca. Además, tenía, podríamos decir, buenos atributos físicos...
«Ahora si no puedo echarme para atrás. Si no la ayudo solo parecerá que la estoy desvistiendo.»
Vendé las heridas de sus brazos y su abdomen con los pedazos de tela, luego la recosté en una posición cómoda para que no se lastimara. Le puse su abrigo encima para que se calentara su cuerpo.
—Bien, ya es momento de salir de aquí —Me puse en pie y caminé hacia la reja que nos separaba del exterior.
Había muy poca luz, así que no tuve la oportunidad de memorizar el terreno, pero ví el rayo de esperanza...
«¡¿Una computadora aquí?!»
Sí, había una computadora ahí abajo. No me pregunté el porqué, solo acepté la oportunidad, como si el mismo Dios me la hubiera dado.
—¡Necesito ver a su jefe...! —Grité a toda voz hacia el pasillo—. ¡Y que sea rápido que tengo un mensaje que darle de parte del señor Tashiro Okabayashi!
El hombre sentado en la computadora, que antes no había reaccionado, al oír el nombre que mencioné, se puso de pie al momento y se dirigió a mi con una furia notable.
«Parece que toqué la tecla del piano que está rota. »
—¡¿Quién demonios eres?! —Se aferró el criminal a los barrotes y comenzó a gritarme en la cara—. ¡Lo que vayas a decirle al jefe tienes que decírmelo a mí primero! ¡¿Quién rayos te crees que eres, imbécil?!
—No puedo hablar desde aquí adentro, hay un espía que en estos momentos tiene conexión con el exterior y puede informar el mensaje que voy a decirte. Acércate más y te lo diré al oído para que nadie se entere.
Fueron unos segundos de silencio, pero el hombre se había creído todo, se le notaba en la cara.
—Te escucho —Se pegó lo más que pudo a los barrotes, como si estuviera unido a ellos.
«Ya cayó.»
—Hay un... —Hice una pausa.
—¿Hay un qué? —Protestó el hombre intrigado.
—Hay un...
Al instante en que hice nuevamente la pausa empujé al sujeto contra la reja de metal muy fuerte, dos veces. Al momento cayó inconsciente.
—Hay un estúpido en la calle hoy, y parece que eras tú, ese es el mensaje —Me reí un poco.
Todos me miraron con miedo y se escondieron cómo gatos asustados en la oscuridad. Sin hacerles mucho caso, registré al criminal y encontré las llaves de las celdas. Unos minutos después ya estaba afuera amarrando al hombre que aún seguía desmayado. Lo llevé a una esquina, le quité su ropa y la intercambié por la mía. Me puse unas gafas y ya estaba, nadie me reconocería. Lancé al tipo en una de las celdas vacías, aseguré con llave y fui rápido a la computadora. No tomó ni diez minutos enviarle el mensaje a Tashiro. Acto seguido registré los estantes que estaban a los laterales del escritorio y encontré municiones y un silenciador. Ya era hora de comenzar con la operación escape.
—¡Hana Okabayashi! —Empecé a gritar mientras caminaba por el pasillo hacia el fondo—. ¡¿Dónde estás Hana Okabayashi?!
Repetí el proceso hasta llegar al final de la fila. Eran unas cuantas celdas ciertamente, pero solo hubo una sola respuesta.
—¡¿Qué quieren ahora de mí?! —Se oyó una voz débil que venía desde la última celda, la más oscura y húmeda—. ¡Ya les dije que no importa lo que me hagan no voy a hablar!
—Así que tú eres Hana —Me paré frente a la celda—. Tengo buenas noticias para ti.
—¿No me digas? —dijo irónicamente—. ¿Qué, ya van a acabar de matarme?
—Eso no puedo hacerlo, porque, al fin y al cabo, vengo a sacarte de aquí —Abrí la celda y me adentré un poco—. Mucho gusto señorita, su padre me encargó sacarla de aquí.
—Mi papá...
—Exacto, así que ¿por qué no nos largamos de este lugar ya mismo?
No pude ver su reacción, sólo sé que hizo un pequeño silencio y luego salió de aquel hoyo. La agarré de la mano y caminamos apresurados hacia la puerta, quedándonos frente a ella.
—Escucha Hana —La miré a los ojos—, en estos momentos la policía está por venir, cuando te de la señal saldremos de aquí y trataremos de llegar donde tu padre. ¿Entendido?
—¡Sí!
—Bien, toma esto —Agarré su mano y le di un revólver—. Solo tiene seis balas, pero no te veas limitada por eso, si tienes que disparar hazlo, no tengas compasión de nadie.
Mientras esperábamos me acordé de los otros rehenes, abrí todas las celdas donde estaban y les indiqué lo que debían hacer para salir de allí con vida. Acababa de terminar cuando tres explosiones removieron el lugar.
«¡Esa es la señal!»
—¡Todos, nos vamos de aquí! —dije en voz alta a todas las personas que esperaban el momento.
El primero en salir hacia el exterior fui yo. Revisé con la vista el alrededor y empezamos a salir de uno en fondo. Iba todo bien, hasta que, cuando doblé una esquina, me topé con un sujeto armado. No tuve tiempo para avisar a los demás, por lo que todos salieron después de mi. El hombre, lleno de pánico apuntó con su arma en mi dirección.
—¡Oye tú, tienes gente detrás de ti! —Fue lo único que dijo antes de disparar con su arma automática.
—¡Sepárensen! —Todos comenzaron a huir en distintas direcciones.
—¡No dispares más compañero! —El sujeto hizo oídos sordos a mis palabras. A pesar de que me había confundido con un camarada suyo.
Tuve que dispararle. Solo fue un solo diaparo, pues le di en el medio del pecho y cayó muerto al instante. Miré hacia atrás buscando a Hana y al parecer se había escondido tras la pared. Había algunos que las balas los habían alcanzado, pero no tenía tiempo, había que salir de allí. Comenzamos a correr y cada vez el sonido de las granadas y los disparos se hacía más cercano. Llegamos a la salida, y justo como le había dicho a Tashiro, allí estaba él y un escuadrón de la policía esperándonos mientras cubrían a la fuerza principal.
—¡¡Papá!! —Gritó Hana mientras corría hacia el señor Tashiro.
—¡¡Hija!! —Tashiro abrazó fuertemente a su hija—. ¿Tienes alguna herida? ¿Estás bien?
—Sí papá, estoy bien. Todo gracias a este hombre... —Señaló Hana con su mano tratando de buscarme, pero ya yo no estaba ahí.
Me dirigí hacia la otra salida y vi como casi todos, menos los que habían muerto salían corriendo. Había sido todo un éxito, pero faltaba algo.
«¡¡La chica!!»
Sí, con la situación me había olvidado de ella. Antes de decidir si ir o no ya mis piernas estaban corriendo por los pasillos del edificio de nuevo. Había fuego por todos lados y el techo quería venirse abajo. Llegué a las celdas, abrí rápido la de la muchacha y entré a buscarla, pero...
«¡¿No está?!»
—¿La buscas a ella? —Una voz vino desde fuera de la celda.
Me giré al momento y me paralicé.
—¿Sorprendido, no?
Era el tipo al que había dejado amarrado e inconsciente no hace mucho. Tenía a la chica agarrada por el cuello y con una pistola apuntando hacia su cabeza. Ella estaba despierta y en sus ojos se veía claramente el miedo de su corazón reflejado.
—¡Arrodíllate y pon las manos detrás de la cabeza! ¡Házlo ya!
No me quedó más opción que obedecer.
—Eso es, se obediente como un perrito de patio —Se acercó poco a poco hasta que estuvo casi frente a mí. Luego empujó a la chica bruscamente tirándola a un lado.
—¿Qué harás ahora cabeza hueca, eh? ¡Levántate lentamente y no hagas ningún movimiento brusco o te vuelo el corazón! —pegó la boca del cañón del arma a mi espalda.
—Solo diré una cosa —Me levanté suavemente.
—¿Mmm?
—Sigues siendo un estúpido.
Giré completamente golpeando con mi mano la mano del sujeto haciendo que el arma saliera volando, acto seguido lancé una patada frontal hacia el exterior de su rodilla y al mismo tiempo le di un puñetazo por el mentón que lo dejó tirado en el suelo.
—¿Te encuentras bien? —Dirigí mi vista hacia la chica que estaba petrificada del miedo en una esquina—. Sígueme, te sacaré de aquí —Me acerqué para tomarla de la mano.
—¡N-No me toques! —Gritó asustada.
—No tengas miedo. Ves esas vendas —Señalé a su brazo y abdomen—, yo fui quien te las puso, así que, no tengas miedo y ven conmigo, yo vine a rescatarte.
La chica se armó de valor y se levantó poco a poco, pero cuando se fue a acercar a mí perdió el conocimiento. Antes que cayera la tomé en mis brazos y, sujetándola bien, salí corriendo.
«Esto es malo, ha perdido mucha sangre. Si no me apresuro no sobrevivirá.»
Corrí con todas mis fuerzas, y aunque el dolor de la herida de mi hombro era una pena constante, no me detuve. El techo estaba derrumbándose por todos lados, por lo que me topé con algunos pasillos cerrados, pero, logré salir. Ya los disparos habían parado, y los criminales estaban siendo montados en una camioneta enrejada.
—¡Aiden! ¡¿Dónde estabas muchacho?! —Gritó el señor Tashiro que me vió salir corriendo del edificio.
—Señor Tashiro —Frené ya sin fuerzas—. Rápido, no hay tiempo, llévenla al hospital, ha perdido mucha sangre.
—¡Enseguida! ¡Paramédicos, por aquí hay un herido!
Los paramédicos tomaron a la chica y la montaron en una ambulancia que salió disparada de allí.
—Ya todo está resuelto Aiden, dijeron que se recuperará.
—Que bien, entonces ya puedo estar tranquilo —Me dejé caer en el suelo y cerré mis ojos. No tenía ya fuerzas y el dolor era más intenso.
—¡Aiden, muchacho! ¡Rápido, otra ambulancia!
—No hay Señor.
—¡Usen entonces mi carro y lleven a este muchacho al hospital!
—¡Entendido!
—¡Trátenlo como si fuera mi hijo!
—¡Así haremos!
Solo podía escuchar ecos distantes de las voces de todos, a penas sentí cuando me cargaron y me montaron en el auto, pero...
«Ya puedo estar tranquilo. Todo se terminó.»
O por lo menos eso pensaba yo...