Cuatro días después
…
¿Cómo se debería sentir una persona al estar realizando una decisión que se supone, será lo mejor a para él o ella? No sabía lo que haría otra persona, pero en mi caso ya estaba todo casi hecho, y si en caso quisiera cambiar de opinión, ¿podría hacerlo? ¿o sería demasiado tarde cuando lo haga?
¿Es lo mejor? ¿Realmente lo es? Me cuestionaba con pequeñas espinas de duda en mi cabeza… Quería sentirme mejor, ya estaba harto de mucho drama. Estaba harto de los ataques de pánico y ansiedad, estaba harto de sentirme solo y deprimirme profundamente por eso. Había perdido mucho en poco tiempo, pero de igual modo, gané mucho. Y pese a lo mucho que gané, aún seguía teniendo aquel extraño pensamiento negativo por lo absurdo.
Empecé la mañana reproduciendo “Demons” en mi celular, para intentar calmar mi mente, pero sobre todo para reprochar cualquier tipo de duda que me impida seguir con mi decisión. Mi maleta estaba a un lado de la cama, y mi mochila encima de ella. Las miré un segundo, y luego fui a ducharme.
- I want to hide the truth. I want to shelter you. But with the beast inside, there's nowhere we can hide… – Canté la canción, como si estuviera describiendo mi vida.
Salí de la ducha luego de cinco minutos. Me vestí y luego unos minutos bajé las escaleras para desayunar. En el comedor me encontré a papá y Lucas, conversando mientras mamá terminaba de preparar el desayuno. No me acostumbraba a verlos juntos. Se sentía extraño.
-Buenos días. –Los saludé.
-Buenos días. –Respondió papá.
-Buenos días cariño. –Respondió mamá.
- ¿Tú no deberías estar en el colegio? –Le pregunté a Lucas.
- ¿Y no verlos partir? ¿Estás bromeando? Mamá y yo los acompañaremos hasta el aeropuerto.
La relación entre Lucas y yo había mejorado mucho en los últimos días. No podía culparlo de algo en el que solo fue una víctima más. Y tampoco puede adentrarlo al hoyo en el que me encontraba. Yo debía asegurarme de que él no sufriera lo mismo que yo, y que no tengas los mismos pensamientos absurdos que yo tenía.
Luego de desayunar, subí a mi habitación. Me paré justo en el medio, desde donde pude ver cada rincón. Cada cosa de cada estante. Y mientras miraba hacia el rededor, muchos recuerdos llegaron a mi mente. Cada ataque de pánico que tenía. Los rápidos y eternos momentos en los que pintarrajeaba dibujos en mi escritorio cada vez que tenía una crisis de ansiedad. Las lágrimas que derramé mientras me encerraba en mi habitación y me sentía eternamente solo. Cada momento que pasé en esa habitación, en momentos de crisis, llenos de dolor. Saqué la caja de los dibujos que hice, muchas hojas pintarrajeadas sin ninguna forma o figura precisa, con diferentes colores. Recordé lo que sentí en cada momento. Angustia, miedo, tristeza, una serie de sentimientos agobiantes que cargué por cinco años. Aún no podía creer a lo que me llevó, para bien o para mal, no podía seguir así. Tenía la oportunidad de intentar cambiar en otro lugar, no podía desaprovecharla. No importaba si tenía una pizca de duda, si me equivocaba o no. Debía intentar, y ¿si fallaba? No lo sabía, y seguiría así si no lo intentaba. Puse las hojas de vuelta en la caja, salí de la habitación con ella. Bajé las escaleras, mamá me esperaba en la sala de estar.
- ¿Todo listo? –Me preguntó sonriente. Pero aquella sonrisa, no era aquella que siempre me mostró por mucho tiempo, aquella siempre tomé como una burla. Dicha sonrisa que me recibió cuando bajé las escaleras, ocultaba algo. Ocultaba tristeza, lo podía notar en sus ojos y en la forma en que decía las palabras. Casi entrecortadas.
-Sabes que no me voy para siempre, ¿verdad? –Le cuestioné, haciéndole notar que descubrí lo que ocultaba.
-Lo sé, cariño. –Se acercó a mí, y me rodeó con los brazos–. Pero eres mi hijo, y aunque te vayas solo un día o incluso unas horas, me voy a sentir triste. Porque eso es lo que hacen las mamás con sus hijos… Y perdóname si no te e dado la suficiente atención antes…
-No mamá. Ya lo hablamos, nada de esto es tu culpa. Ni tuya, ni de papá, y mucho menos Lucas.
-Te voy a extrañar, cascarrabias. –Me dijo mientras me daba un abrazo.
-Y yo a ti mamá. –Le respondí el abrazo, tratando de dejar caer la caja.
- ¿Esa caja es lo que creo que es? –Me preguntó mientras se separaba lentamente.
-Sí. –Le respondí con suavidad.
- ¿Qué vas a hacer con ella?
-Olvidarla. –Le respondí. Fui a la cocina y tomé el encendedor. Luego fui hasta el jardín trasero. Puse la caja sobre el asador, y le prendí fuego. La vi quemarse, poco a poco hasta quedar solo cenizas. Fue una manera distinta, en la que podía intentar olvidar todo lo que había sufrido, era el primer paso hacia un nuevo mañana.
-Estoy listo. –Les dije cuando salí de la casa y me acerqué al auto.
-Pues andando, nos espera un eterno tráfico. –Dijo mi papá, revisando su reloj–. El vuelo a Lima sale en dos horas, démonos prisa.
Papá condujo el auto. Me senté en el asiento de copiloto, mi mamá y Lucas se sentaron atrás. Al ambiente en el auto era tranquilo, se podía respirar paz, pero existía una mínima sensación de tensión. Tenía los audífonos colgando del cuello y el celular en las manos, listo para reproducir cualquier música que me hiciera huir del momento. Encendí el teléfono y lo observé un momento en mis manos, con el dedo justo encima del botón de play en Spotify. En lugar de presionar el botón, guardé mi teléfono y observé el cielo. Despejado e iluminado, apenas y había unas cuantas nubes por aquí y por allá. Era hermoso, y realmente relajante.
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Editado: 16.04.2021