Desde el interior de mi mundo

Capítulo 7. Recuerdos de una extraña bienvenida 2

-Escuché que hay uno nuevo -había dicho la de cabellos oscuros

 

Elizabeth había entrado a la habitación de otra paciente, su amiga castaña de cabellos ondulados y ojos color miel. La ansiedad de pacientes nuevos era desesperante, nadie sabía qué clase de persona podía llegar a ese hospital, Danielle no parecía tan preocupada por aquello. En muchas habitaciones se podía escuchar gritos desesperados y risas efusivas, llantos llenos de desesperación y una que otra amenaza de muerte masiva. Elizabeth en el fondo estaba asustada por todo eso, y solo con Danielle podía hablar de aquello,  de su temor por acercarse a gente peligrosa, aunque a veces su amiga castaña parecía estar hablando con alguien más, pero fuera de eso era muy normal.

 

-Mamá y papá dicen que seguramente es un chico que está demente, Yo no tengo que estar aquí. lo sabes, pero mis padres me dijeron que tenía que portarme bien porque era como la escuela y dijeron que realmente les gustaría que tuviera buenas calificaciones. Apuesto a que el nuevo es ... no lo sé, no creo que nos llevemos bien con él por como grita y amenaza. ¿Tú crees…que él está loco? -dijo levantándose de su cama acercándose a ella

 

-Sus gritos dan algo de miedo, pero quizás es porque está asustado. ¿Recuerdas cuando llegamos aquí la primera vez?

 

-¿Sabes? Nosotras dos no deberíamos estar aquí. Mira, existen personas que aunque no estén aquí están allá afuera, y no son personas con una locura normal, muchos de ellos lastiman a las demás personas o animalitos, puedo decir que incluso muchos de aquí somos inofensivos para la sociedad, yo nunca le hice nada malo a nadie.

 

-Eso es verdad, no deberíamos… -Elizabeth no pudo terminar la oración, sentía una punzada terrible en su pecho -D Daannieellle ...yo creo que .. me falta el aire-

 

Había dicho la chica de cabello oscuro. Sus mejillas se pusieron pálidas, parecía que tendría un ataque de un momento a otro. Sus labios perdían ese color rosado natural y sus ojos parecían expresar un terrible temor como si la muerte estuviera cerca, su pequeño cuerpo empezaba a temblar y sus respiraciones indican que sentía que el oxígeno se agotaba para ella, parecía gravemente enferma en cuestión de segundos.

 

Elizabeth estaba temblando, parecía como si padeciera de una especie de hipotermia. De un momento a otro su temperatura estaba subiendo poco a poco, sus manos ya no eran tan frías como hace unos instantes, era todo tan raro. Pero todos eran signos de su condición de casi ser una enferma eterna.

 

Lo cierto era que ella padecía un caso especial, adoraba sentir que alguien la cuidaba, necesitaba el cariño y protección de otra persona. Pues toda su vida creció sola luchando por vivir en aquel orfanato, cuando llegó la hora de adoptar, ninguna de las parejas la quería a ella. Veía a tantos niños encontrar un hogar y ella era invisible para todos, simplemente no existía. Elizabeth odiaba sentirse así, por eso es que tenía sus ataques de vez en cuando, para sentir la calidez de alguien más. En este caso Danielle era casi como una madre para ella, la única en quien podía confiar, era su mejor amiga, no quería apartarse de ella jamás. Sentía que si la perdía sería realmente invisible, que su existencia no era más que una mentira.

-¡Eliza!- exclamó ella mientras la sostenía con cuidado y la acostaba sobre su cama  llamando a las enfermeras con preocupación.

 

Danielle se quedó a su lado acariciando su cabecita con amor y la ternura de una madre mientras besaba su frente. Ella misma se encargó de relajarla dando masajes a sus manos y a sus piernas para que no se le durmieran y esperaba que pronto llegaran las enfermeras ­o los médicos. Incluso le había comenzado a cantar una canción dulce para distraerla, pues realmente le preocupaba que algo malo le pasará a su amiga. Parecía aún una niña pequeña suplicante de amor, Lo único que podía hacer era esperar, Danielle sabía que todo su estado dependía de su miedo más grande, a veces esos ataques eran más fuertes, a veces se desmayaba por los pasillos o vomitaba, otras veces se lastimaba, era doloroso verla así.

 

Elizabeth respiraba difícilmente tomando su mano con mucha firmeza, sin embargo, estaba completamente pálida. Las enfermeras llegaron pronto y atendieron a la joven de cabellos oscuros, usualmente tenía esas emergencias a pesar de que trataba de controlarlas. El problema era esa necesidad de sentirse querida y cuidada como un bebé, anhelaba ese amor que nunca tuvo. La azabache era llevada a cuidados “especiales”, unas cuantas palabras de aliento y caramelos eran todo lo que necesitaba para estar como nueva.

 

***

 

Un poco más tarde pero mucho antes de las cinco, la dulce jovencita pelirroja se había asomado completamente confundida al cuarto del recién llegado, ella era tan delgada que parecería que parecía una ramita, que con solo verla se podría quebrar en dos. Ella estaba curiosa por aquel paciente nuevo, se preguntaba quién podría ser esta vez o cómo sería, ¿cortés? ¿joven? ¿melancólico? A Madelyn siempre le emocionó conocer gente nueva, en especial si era agradable.




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