Conocí a Thiago en la playa un once de febrero de dos mil once, en ese entonces éramos un par de chiquillos que no sabíamos lo que queríamos para nuestras vidas, nuestra única preocupación era saber dónde sería la fiesta del sábado próximo.
Teníamos ambos dieciséis años, íbamos en último año de instituto y ese era un paseo al que la escuela había invitado. Mi mamá no me dejo ir, sin embargo me pude escapar de casa e ir a la playa en busca de diversión con mis amigas.
Ahí, en medio de la multitud que se arremolinaba en uno de los quioscos en busca de líquido para la sed y el calor que hacía, se encontraba el chico más guapo que había visto, me quedé bobalonica desde el primer momento en que sus ojos verdes conectaron con los míos.
Mis amigas a cada nada me codeaban para que le fuese a hablar pero yo las ignoraba.
El rubor en mis mejillas se hacía presente cada que lo miraba, era para mí casi imposible hablarle sin llegar a tartamudear.
Al final del día, él fue quien se acercó a mi, un «Hola» por su parte y una contestación bastante seca por la mía.
Mis amigas me regañaron por mi actitud y yo traté de ignorar el sentimiento de culpabilidad que me embargo cuando me fui de la playa sola y sin mirar atrás, dejándolo con la palabra en la boca.
Cuatro palabras:
Mis nervios me consumieron.
Editado: 24.07.2021