Desde que la luna me acompaña

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8 de febrero de 2015

 

Fueron unos días completamente alocados para todos, pero Darío lo pasaba cada día como si fuese el último, y esto le estaba cobrando factura. Había olvidado que aquel día de febrero estaría fotografiando a unas quinceañeras, a dos novias antes y después de la boda, cuatro fotos familiares que le eran de lo más estiradas y un evento de perfumes que por alguna razón, se preguntó sí tenía que ver con Luz, pero rápidamente lo descartó porque ella no confiaría en él para cosas tan importantes como aquellas.

Apaga una de las tantas alarmas que había preparado para ese día, le dolía la cabeza y no podía soportar tanto ruido en la mañana, era demasiado para su cabeza. Gruñó unos improperios propios de él, y dio un manotazo a una fila entera de despertadores, pero había otro par que no dejaba de molestar por lo que, a regañadientes, se levantó de la cama y apagó todos y cada uno de ellos. Vio como el sol le dio de lleno, y con molestia tiró de las cortinas que lo asfixiaban.

—Malditas cortinas, siempre arruinando mi mañana —bosteza aún somnoliento, dirigiendo sus pasos a la cocina.

Bebe un trago de leche directo de la caja y toma una galleta de hace algunos días, llevándola a la boca. Termina el cartón de leche que solo contenía dos sorbos más y coge el celular a la par de que este suena como si lo hubiesen poseído. Darío cierra los ojos al escuchar otro sonido tan molesto, descolgando de mala gana.

—Te tengo prohibido llamarme los domingos. ¿Qué maldita cosa quieres a esta hora de la mañana? —Enfurecido, le grita a su manager, o ayudante, ya ni él sabe cómo decirle, ya que consigue bastantes trabajos sin su ayuda.

—Bájale dos rayitas a tu despertador, que como dices es de mañana y tampoco tengo la mejor paciencia del mundo en estos días, ¿lo sabes? —Sonríe chistoso, al saber que él tampoco era de los que se amedrantan fácilmente—. Llegarás tarde a tu primera sesión del día. ¿Sabes que es muy importante que sigas como vas, ya que esto hace que ignoren tu incapacidad de controlar tu pene a donde quiera que vayas y no te voten por borracho?

—Discursos fuera. ¿Cuál es la primera? No tengo ni puta idea de donde es, estoy perdido, ya que, como notas, mi humor cuando me levanto no es el mejor —Arturo bufa ante el descaro de Darío. 

¿Es que no sabía que pierdo la cabeza no más tener que hablarle? Es un desvergonzado total. Pensó.

—Me importa una mierda como te encuentras. No haces caso a las recomendaciones que te hago y si las mismas las botas en un bote de basura sin importancia, así mismo estoy con tu falta de entendimiento. Solo me mantendré en contacto por mi dinero. Nada más —Darío revisa la hora y se va cambiando mientras escucha la cháchara de su manager—. Los Gónzales. Esa es tu primera sesión. Deberías darte prisa, ellos no son muy pacientes que digamos. Son tan idénticos a ti que no me sorprende que hayan pedido que especialmente tú los fotografiaras.

—Ha de ser que las cosas inútiles nos valen como la mayoría de las personas innecesarias. Gracias por tu colaboración Roger, me encanta lo servicial que eres —colgó antes de poder escuchar lo de siempre, pero, de todas maneras, lo escuchó; ¡Arturo pedazo de mierda! ¡Arturo!

Echó el celular hacia la cama y renegó.

—Como sino lo supiera estúpido.

Vestido de manera casual, salió de casa, encontrándose con una persona extraña, le parecía conocida pero no le hizo mucho caso y siguió su camino. Revisó la siguiente que era a las 9:30 de la mañana, y apenas habían pasado minutos desde que despertó. Sería un día ocupado, de eso no cabe duda.

—Buenos días, Sr. Saldívar —asiente con una sonrisa hacia el recepcionista y va hacia su auto con prisa. No quería llegar tarde, si se daba prisa podía terminar la sesión a tiempo récord, lo que le daría más energía y rapidez para las demás.

—Hagámoslo.

Antes de arrancar, o siquiera meter las llaves en su auto, escucha un ruido detrás de él, como si fuese una canción, o alguna grabación, se voltea con extrañeza. Con una sensación de que algo andaba mal. Lo presentía. Sus ideas fueron acertadas al ver el rostro de una de las chicas con la que había tenido sexo.

—¿Te acuerdas pichoncito? Esta era nuestra canción. Con la que nos conocimos. ¿Por qué hiciste que se fuese algo tan especial con tus estupideces? —Sonríe de soslayo, pasando una mano por su cabello con todo el royo pensativo cuando sabía perfectamente lo que le iba a decir.

—Nunca fue especial Mariana, la única que se metió eso en la cabeza fuiste tú —chasquea la lengua con diversión, mirándola de arriba abajo—. Fuiste una verdadera delicia, por algo te disfruté más de dos veces, pero que te quede claro: nunca fuimos novios. Nos acostamos. Estuvo bien, pero nada más. Solo fue una aventura como cualquier otra. Has tenido muchas, ¿por qué te obsesionas con tan poco? ¿No te han dicho que te valores más? Vamos, que hay miles de hombres en el mundo.

La sonrisa despampanante se le fue de la boca al ver que tenía un cuchillo. Podía defenderse, pero se vería mal visto el que le pegue a una mujer. Chasqueó la lengua tratando de pensar en una solución, no encontrando ninguna a la vista. Mariana se acercó a él con rapidez, ni siquiera la vio venir, estaba enloquecida. ¿Qué diablos le sucedió a aquella mujer inocente que conoció? Estaba seguro de que no era así cuando estaban teniendo orgasmos juntos.




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