18 de mayo del 2015
Maura se encontraba muy temerosa en el auto de aquel hombre desconocido, supo que era la persona que había atendido el teléfono la vez que su madre estuvo enferma, no miraba nada más que el suelo, no pudo verlo, apenas podía salir de su casa y acompañar a su madre, la cual estaba muy conversativa con el joven, quien no estaba disgustado, pero que prestaba una atención disimulada a la chica que se sentaba en el asiento trasero.
—Fue muy amable de tu parte el traernos aquí. Esta renacuaja no ha hecho más que evitarme toda la mañana tratando de deshacerse de mí para no venir, lo bueno fue que Rubén le comentó que tenía que seguir esforzándose —su sonrisa picarona le indicaba a Maura que iba a hacer uno de sus comentarios fuera de lugar, gruñó—. ¿No será que te gusta él? Has mejorado mucho, a pesar de que ha sido poco, estoy contenta de que estés haciendo esto conmigo, cariño.
—Estoy cansada de decirte que no es así. Es profesional mamá, deja de estar inventando cosas que no tienen ni pies ni cabeza —suspiró, agachándose más en el asiento para no ser vista.
—¡No me invento nada renacuaja! ¡Que he visto cómo te comportas cuando lo menciono! ¿Es que acaso te avergüenza? Ya era hora de que te enamoraras. No me importaría si fuese de Rubén, es una buena persona.
—Mamá —dijo en advertencia, y en lo que continuó de camino no les hizo caso a sus palabras, sino que se quedó jugando con sus pulseras, envuelta en sus pensamientos.
—Es interesante la forma en la que se viste Maura, no había visto a ninguna chica lucir de esa manera antes —comentó César a algo que había dicho doña Rosario respecto a la costura.
—¿Oh? —Miró de reojo a su hija quien no hacía más que cubrirse, y alejarse de las miradas de aquellos dos—. Siempre le ha gustado la forma de vestirse de los 80’s, dice que no le gusta para nada la forma en la que las personas se visten ahora, prefiere quedarse con ese estilo. Ha aprendido a hacerlo por si misma, lo que viste es algo que ha hecho ella misma, claro, a aprendido de la mejor —él sonríe y se le queda viendo, realmente interesado.
—Es una forma particular de ver las cosas, se ve preciosa —estacionó, y miró a ambas con una sonrisa gigante—. Espero que les vaya bien, bellas damas. Estaré esperando aquí, mi madre se adelantó, así que las espero aquí.
—Que caballero resultaste mi César, esa forma tuya es encantadora, terminará engalanando a cualquier chica —picarona, comenta Rosario. Agarra a su hija, quien apenas podía sostenerse en pie, le dio golpes en las rodillas y le sonrió—. Anda, que mamá está aquí, no pienses en cosas malas, yo te cuidaré en todo, además, esta gente no es mala, no creo que te vayan a presionar de todos modos. Recuerda lo que has estado haciendo con tu Rubén, ¿eh?
—¡Mamá! Por Dios, que no me gusta él. Pero sí, lo intentaré —susurró para sí misma, dándose fuerzas, ha estado saliendo un poco más, pero todavía no lograba conversar con las personas.
—Lo que tu digas, lo que tu digas. Vamos, anda, entremos —la sostiene de los hombros, obligándola a caminar hacia la iglesia.
Maura traga saliva y continúa al paso que la guía su madre, al entrar, algunas personas se detienen a observarla con curiosidad, ella mantiene su vista en el suelo, o en algún lugar que no la deje ver aquellas miradas interrogantes, y su escrutinio. Eran unas pocas personas, algunas mayores, otras más o menos de su edad, y las más interesadas eran las de una morena, gordita, y la de un hombre rapado, de una tez clara, y a la vez oscura, tirando a indio.
Cuando su madre amaga para sentarse junto a esas personas escapa de su brazo y se aleja de ella, y de todos, estaba comenzando a sentir la ansiedad, su garganta seca, y los sudores en su frente, necesitaba calmarse. Rosario suspira, pero sonríe con orgullo, lo estaba logrando, estaba empezando a interactuar, lo más poco que sea, pero lo hizo.
—¿Tu hija no va a venir con nosotros? —Preguntó con curiosidad, don Braulio.
—No, es demasiado pronto, me enorgullece que me haya acompañado, esa es la niña fuerte que he criado todo este tiempo —orgullosa, les comenta a sus amigos, quienes se detienen a mirar a la hija de Rosario.
—¿Por qué no viene? Es un poco irrespetuoso de su parte que esté aquí y no salude a las personas, ¿acaso es de esa manera en la que se suele comportar? —Rosario lo miró con frialdad, con una sonrisa cínica adornando sus labios.
—¿Ahora te importa la educación Guillermo? Si bien eres menor que mi hija eres de lo más maleducado la mayoría de las veces, con no decir que te crees el rey del lugar, ¿y te atreves a decir eso de mi niña? Vaya, algunas personas solo hablan por hablar sin darse cuenta de sus propios errores —él apretó los puños, pero no se quedó callado.
—¿Cuáles errores? Usted ni siquiera está aquí para hablar de mi actitud, que para eso debería conocerme antes de andar diciendo tales cosas —sonrió con seguridad.
—Qué bueno que hablas de ello, porque eso es justo lo que estás haciendo con mi niña, ¿no te has dado cuenta? —Miró hacia los lados, buscándola, y no la encontró. Apretó los labios—. Las personas desconsideradas como tú no saben, sino que pasar penas a los demás. Joder, quedarme aquí no será una buena opción. Manuela, ¿te quedas? —La mencionada ya estaba en la puerta de la iglesia con la mirada hervida hacia el joven que habló pestes hace unos momentos.
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Editado: 15.02.2021