Desde que la luna me acompaña

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«Entre fiestas de cumpleaños reveladoras, noches agradables bajo la luna y confesiones inesperadas». 

8 de septiembre del 2015
14: 28 h

León miraba con curiosidad todo lo que había en aquella casa, su sorpresa fue mucha cuando vio aquella mansión, pero más al entrar a la habitación de su padre, quién estaba preguntándose que era lo que le producía tanta curiosidad a su hijo.

—A ver, León, ¿Por qué no has dicho una palabra desde que entraste? ¿Acaso ya te sientes intimidado con todas estas cosas? —Señaló alrededor, el pequeño negó sonriente, algo impresionado.

—Simplemente quería tocar lo que tenías aquí nada más —cogió una de las tantas cámaras que Darío tenía en su cuarto y se la mostró—. Has dicho que eres fotógrafo, y que lo haces bien. ¿Tal vez podríamos ir a lugares bonitos y hacerlo? He querido tener una cámara desde el año pasado pero mami dijo que tenía que esforzarme y sacar buenas notas —gruñó—. No me gustan las matemáticas, fue la única que me arruinó la nota y no me dejó conseguir la cámara.

—¿De verdad? —Con una sonrisa, se agacha hacia la altura de su hijo que en ese momento tenía la cabeza gacha—. ¿Tanto te gusta sacar fotografías? Aunque, no creo que seas tan bueno como yo, soy el mejor del campo —fanfarronea con diversión, y a la vez orgullo al decir aquellas palabras.

León lo observa con los ojos entrecerrados.

—No te creo. Eres muy mandón y quejica ¿Cómo puede eso ser verdad? —Aquello lo hizo sonreír más.

—Sí quieres puedo mostrarte, eso sí —levantó su dedo, dejando en claro que iba a haber una condición—; sí yo tengo razón y soy el mejor del campo, tú tendrás que aceptar hacer una acampada con tu abuelo y conmigo. ¿Es un trato?

—¿Y qué sí no lo eres? Debe haber esa opción —se quejó de una vez. Darío se encogió de hombros, confiado.

—No creo que exista esa opción mientras mi nombre esté en una competición —le guiñó un ojo, seguro de sí mismo. León se quedó en silencio.

—¿Sabes que eres raro, verdad? —Le preguntó, de la nada. Él se volteó hacia a él, asintiendo a su afirmación.

—¿Quién no lo es? Todo el mundo tiene su rareza, nadie se salva de ser humano. Por más que se quieran mentirse a ellos mismos —lo miró con duda—. ¿No te apresuras? Tengo planeado una tarde fabulosa y con esta cosa extra no sé sí me dará el tiempo.

—¿No podemos solamente quedarnos fotografiando paisajes? Realmente me gustaría mucho esa actividad que cualquiera que tengas en mente, Darío —contestó con algo de disgusto hacia él, el susodicho bufó, algo molesto por lo que le había dicho.

—¿Sabes que me gustaría hacer en estos momentos? Dejarte en medio del bosque para que cuando digas algo, lo cumplas. Siempre queriendo arruinar mis planes, siempre haciendo lo mismo —gruñe por lo bajo.

—No podrías hacerlo aunque quisieras —sonríe victorioso cuando dijo lo siguiente—; puede que me consideres una molestia en ocasiones, aún así, soy lo que más quieres, ¿No es así?

—Canijo —ríe, no sabiendo que más decir porque el pequeño tenía toda la razón en decir aquello—. Vaya que sí sabes jugar tus cartas. No más te falta llamarme papá para tenerme en tus manos. Un astuto y brillante niño. Me pregunto a quién habrás salido —sonrió con alegría hacia él, León se quedó en silencio, pensativo en lo que le había respondido.

—Es verdad, no te he dicho así en ningún momento, no sé por qué —se comenta a sí mismo, pensando—. Entonces, ¿Sí te digo papá puedo obtener esta cámara? ¿Así de fácil?

—¿Ya andas queriendo quitarme mis cosas, ah? —Sonríe de lado—. Con querer la cámara es razón suficiente para dártela, León. No necesitas llamarme de esa manera sino estás listo, aún nos queda mucho tiempo por recorrer, hijo. Aún queda mucho —pasó su mano por su cabello, cariñoso. Sintiéndose cada vez más cerca de él, y de su vida.

—Ummh —se quedó pensativo una vez más, viendo como cogía su suéter y una mochila. Al final, no hizo falta mucho para que lo dijera—. Gracias, papá. Aprovecharé al máximo la cámara, lo prometo —sonríe dulcemente, como solo un niño sabe hacer.

Y estaba más que claro que aquello desarmó a Darío dejándolo en un mar de emociones que no sabía que sería cuando él lo llamase papá.

—Me has llamado papá. Me has dicho papá —sonríe de oreja a oreja, no terminándoselo de creer—. Con un demonio, me has dicho papá.

—¿Ves por qué decía que eras raro? Estás lleno de rareza en ti, espero no salir a ti en eso, quiero permanecer cuerdo —comenta como quién no quiere la cosa. Eso no evitó que Darío quitase la sonrisa brillante de su rostro.

—Ah, hijo mío, creo que para tu mala suerte, saliste más a mí de lo que te imaginas, y no solo físicamente, mucho más que eso, ya verás —le dijo, aún sonriente—. El tiempo me dará la razón y tú perderás. Mira que te lo digo desde ahora.

—Veremos quién gana. Sigo apostando por mí, lo tuyo no tiene mucha validez, para ser sincero —dice, desafiante—. Sigo apuntando a que la diferencia entre nosotros es bastante clara, solo que te quieres hacer el ciego, papá. Y eso será tu castigo.

—Lo que digas, lo que digas. Fui quién te procreo, sé perfectamente de lo que hablo pequeño —sonríe—. Ahora vamos, hay muchas cosas por hacer. Tendremos esta discusión luego.

El pequeño bufó.

—Evidentemente estás escapando de la verdad. ¡Eso es trampa!

Refunfuñando aquellas palabras salieron de la casa, con intenciones de navegar la mayoría de la ciudad para enfocarlo en la lente de la cámara, más sin embargo, Darío se había olvidado de un pequeño detalle; y es que tenía una salida con Dayana aquella tarde, y la susodicha fue la que se lo recordó en una llamada.

—Ryan, ¿Te acuerdas de algo que se suponía que íbamos a hacer hoy? Porque de no ser así ya lo sabes, y claramente mi voz lo hace a la perfección ¿O no, precioso? —Algo sarcástica pero a la vez curiosa porque no había aparecido, le preguntó.




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