Desde que la luna me acompaña

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«El final de una historia, y el comienzo de otra».

14 de septiembre del 2015
16:00 h

Luego de unos pocos días en los que estuvo con su pequeña, y que supo, que necesitaría un psicólogo también, todo parecía estar en su camino, en el orden que debió de estar desde un principio. Sonrió al cielo.

—Ahora puedo respirar debidamente, ahora puedo estar en paz —cerró los ojos por un momento, sintiendo la briza en su cuerpo—. Es impresionante como la rueda puede dar tantos giros en una sola vida. Está garantizado que solo se vive aburrido porque uno quiere, no porque esté escrito en nuestro destino —se detiene a pensar un minuto, dándose cuenta de que había dejado algo de lado—. Cierto, hace tiempo que no he hecho lo que me gusta, hace tiempo que he olvidado disfrutar de mi mismo, envuelto en la monotonía de la vida que me perseguía a cada instante hasta que recibí ese correo de ella —suspira—. Casi me olvidaba de mí, casi lo hacía, y apenas me doy cuenta lo poco que he disfrutado de la vida, de mí y de los míos como en verdad debería ser.

Al final, decidió quedarse en la casa compartida con su niña, agregando unas cuantas reglas más, pero la compañía, las personas que habían allí, la hacían sentir cómoda y querida, lo que le relajaba y le hacía pensar en que había sido una buena decisión después de todo. Continuó caminando, a pesar de haberse detenido unos momentos, siguió hacia el supermercado, Agatha y Maura estaban preparando un almuerzo y le pidieron comprar guarniciones para la noche, lo que en verdad necesitaba, aquella noche tenía mucho trabajo que hacer que había postergado por cuidar más a su pequeña.

Pasados unos minutos pudo llegar hasta este y suspirar con alivio. De haber sabido que esto era tan lejos habría traído mi auto hasta acá, no sé como demonios no se me ocurrió esto en primer lugar. Pensó algo frustrado por la distancia en la que se encontraba el único supermercado más cercano de donde vivían. Con la canasta en mano, fue en busca de lo que le pidieron, y en una de esas, se encontró con un rostro conocido, sonrió de lado, algo sorprendido por encontrarla allí.

—Hola, Patricia —saludó, sorprendiéndola de paso. Patricia abrió los ojos, pero inmediatamente se dio cuenta de quién era, sonrió de la misma manera hacia él.

—Oh, hola, Isidro. No sabía que vivías cerca de aquí —miró su canasta vacía—, y al parecer apenas entras a la guerra. Será mejor que te des prisa, el supermercado está de oferta y es una de las veces que la gente se vuelve loca, antes del black friday, claro está.

—¿Es así? —Miró alrededor, viendo como las personas corrían de aquí para allá tomando no sabe cuanta cosa y poniéndola en la canasta.

Pasó su mano por su cabello, algo frustrado por como habían salido las cosas para él cuando se había propuesto salir lo más rápido posible de allí y ponerse a trabajar.

—Espero que no se hayan acabado todos los bocadillos, solamente acepté venir porque podría comprar algo de chocolate —hace una mueca—. Se ve que la suerte nunca está de mi lado, parezco tener un imán para malas situaciones —suspira—. Bueno, te dejo. Tengo que apurarme a tratar de conseguir algo si no es que todo se haya acabado ya —le sonríe minúsculamente y se va, dejándola con las palabras en la boca.

Patricia muerde su labio, algo desilusionada por no haber podido preguntarle. Da media vuelta, sabiendo que tendría otra oportunidad en el futuro, y realmente no tendría que esperar mucho por ello, las flechas de cupido ya los había flechado, solo hacía falta cosechar y dejar que brote, y estaba claro que no faltaba mucho para que aquello florezca como debería.

—Demonios, parecía estar en una jungla —dijo cuando salió del supermercado con bolsas en mano, y con el sudor corriéndole por la frente.

Se encaminó hacia su auto con pesar y con molestia, le quedaban algunos metros que recorrer con aquellas bolsas en mano, y no veía la hora de llegar a él. Le pesaban las manos. 

—Maldita sea, ¿por qué tenías que dañarte justo ahora, pedazo de chatarra? 

Golpeó con su pierna al carro, pero contrario a lo que pensaba, le dolió más que quedarse barada muy lejos de donde quedaba su casa. Gruñó, dolorida por el golpe.

—En buena se te ocurrió un plan tan inteligente Patricia, en buena hora —se sentó en la acera, tratando de calmar el dolor de su pierna. Isidro se acercó a ella, preocupado.

—¿Estás bien? —Es lo primero que pregunta al llegar a su lado, deja las bolsas a un costado, dejándolas en segundo lugar—. No creo que haya sido muy inteligente haber hecho eso en primer lugar, no eres una clase de superheroe para que no te duela ¿sabes? —Ella bufó al escucharlo, molestándose más.

—Oh, gracias por el dato hombre, estaba tan despistada que no había notado ese pequeño detalle —le gruñó prácticamente, después de unos segundos, y suspirar, lo miró con una mueca, en forma de disculpa—. Lo siento, pero tampoco lo que dijiste es muy constructivo a lo que me pasa ¿sabes? Podrías habértelo ahorrado, y listo. No me tendrías de más mal humor del que me encuentro ahora.

—Así que así te pones cuando estás molesta —la observa con una sonrisa divertida—. Lamento informarte que las cosas obvias son las que más me salen, por lo que estoy seguro que te encontrarás mucho más molesta conmigo en el futuro.

—Déjamelo saber cuando eso pase, porque no estoy enterada de ello ¿eh? 

Se levantó de la acera, con intención de salir de allí y encontrar un camino en el cual poder llegar a su casa sin un esguince de por medio.

—Y ahora sí me permites, tengo unas bolsas que llevar, y tú también, así que, nos vemos por ahí. Sí es que no te corto la cabeza ahora mismo por lo mucho que te divierte mi situación —gruñe por lo bajo, algo frustrada por su sonrisa divertida y que nada de aquello lo era.




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