El café de la esquina siempre estaba lleno de gente. Las mesas junto a las ventanas eran las más codiciadas, especialmente por aquellos que buscaban un rincón tranquilo donde trabajar, leer o simplemente observar el ir y venir de la vida en la calle. Clara había hecho de ese lugar su refugio. Todas las mañanas, antes de ir al trabajo, se sentaba en su mesa favorita, pedía un café con leche y una tostada, y se sumergía en sus pensamientos. Era su momento de calma antes de enfrentarse al caos del día.
Daniel, en cambio, prefería las tardes. Después de un largo día de trabajo, encontraba en el café una especie de consuelo. Le gustaba sentarse en la mesa junto a la ventana, ver cómo el sol se iba poniendo lentamente, tiñendo el cielo de naranja y rosa. Solía llevar un cuaderno, donde anotaba ideas para su novela inacabada, aunque la mayoría de las veces simplemente se quedaba observando la vida pasar.
Durante años, Clara y Daniel frecuentaron el mismo café, a veces incluso se sentaron en la misma mesa, pero en horarios distintos. Nunca se vieron. Los camareros los conocían a ambos por su orden habitual, pero nunca pensaron en presentarlos. Eran dos vidas paralelas, dos historias que, aunque compartían un mismo espacio, nunca llegaron a cruzarse.
Un día, Clara se apresuró a salir del café y olvidó su agenda en la mesa. Daniel llegó poco después y la encontró. Era un cuaderno pequeño, de tapas negras, con las páginas llenas de notas apresuradas y listas interminables. Algo en la caligrafía desordenada le llamó la atención, como si esas palabras garabateadas contaran una historia que él podría haber escrito. Lo llevó a la barra, con la esperanza de que la dueña regresara al día siguiente para reclamarlo.
Pero Clara no volvió. No hasta una semana después, cuando ya había pasado demasiado tiempo. Cuando preguntó por su agenda, nadie la recordaba. Daniel ya había dejado de ir al café, envuelto en los preparativos de un viaje que lo llevaría fuera de la ciudad por varios meses.
Así, dos vidas que podrían haberse cruzado de mil maneras diferentes siguieron su curso. El café de la esquina siguió lleno de gente, las mesas junto a las ventanas seguían ocupadas, pero el destino había decidido que Clara y Daniel nunca se encontrarían. No en ese lugar, no en ese momento.