El Señor estaba esperando a su hijo con ansias para llenarle la cabeza de locuras contra el padre de Camille. Era muy importante que Rodrigo aceptara convertirse en el vengador de su familia, Daniel ya tenía todo planeado y volver a su hijo un peón era la mejor parte de todo su plan. Quizás García era un hombre estupendo creando planes de robos, pero Ferraioli era el mejor para maquinar planes de venganza. Rodrigo debía enterarse de todo y, para eso, su padre había ideado la primera muerte que él debía ejecutar. El Señor estaba seguro de que al enterarse su hijo lo que había hecho este hombre, lo querría matar y sin dudarlo.
¿Cuál era su plan? ¿En dónde lo había escrito y guardado? Solo en su cabeza. Tampoco tenía una hora o algo para citar a su hijo. Él solo lo estaba esperando en la oficina, ya que sabía que Rodrigo había ido a la universidad. A penas, escuchó la puerta, no dudó en estirar su brazo para llamar la atención de su hijo, el cual venía cantando una canción de Dove Cameron. Su hijo observó el brazo del Señor y se acercó, caminó con seguridad para luego ingresar en la oficina de su padre y sentarse en el lugar de los invitados.
—Para empezar con la venganza, creo que te gustaría matar a Bautista Herero.
Un silencio incómodo reinó la oficina en el momento que el Señor murmuró aquello; sin embargo, todo terminó cuando su hijo supo que debía hablar, pero su padre nunca se imaginó lo que se desprendió de los labios de Rodrigo. Le llamó tanto la atención que hasta lo había asustado, por un instante, dudó que ese chico frente a él fuera su hijo, pero estaba seguro de que lo era.
—¿Bautista Herero? Padre, yo no pienso matar a nadie.
Ferraioli antes de la reunión con su hijo había hecho una con Rossi, la cual consistía en que, dentro de tres horas, su hijo iba a llegar a casa y quería que él iniciara un ataque. Entonces, el Señor esperó a que eso sucediera para poder responder la pregunta de su hijo.
Cuando Rossi llegó a la casa de enfrente, comenzó la ráfaga de disparos contra una de las ventanas que daba a la oficina del Señor. De inmediato, Ferraioli se lanzó sobre su hijo para cubrirlo. El cuerpo de Rodrigo chocó contra el escritorio de su padre y Daniel se mantuvo protegiendo a su hijo hasta que los disparos cesaron. Lo miró a los ojos y no hicieron falta palabras para entender que Rodrigo haría lo que fuera que su padre quisiera para devolverle el favor de haber salvado su vida; no obstante, el Señor quiso decir algo.
—No puedo dejar que ese hombre mate a mi hijo. Esto no es un juego, Rodrigo.
De un momento para otro, padre e hijo estaban gateando por el suelo para salir de la oficina y esconderse. Las balas pasan cerca de ellos, pero solo se impactaban contra la pared, todo era un atentado programado, ya que Rossi podría haberlos matado con tan solo una bala.
—Estoy… estoy asustado —murmuró Rodrigo—. Ya es mi segundo tiroteo y no me gusta.
—Lo sé, hijo, pero así es nuestra vida —respondió el Señor, llegando a la puerta de la habitación—. Entrá.
Se escuchó un fuerte estruendo y Ferraioli supo que algo en el piso inferior se había roto, ya que un montón de voces y murmullos se comenzaron a escuchar, sin contar con los sonidos de tiros que dejaban sordo a cualquiera que pasaba por la zona.
El Señor comenzó a guiar a su hijo dentro de la habitación, al hacerlo, con un movimiento simple de un libro, un pasadizo secreto se abrió ante ellos. Se adentraron y comenzaron el viaje. Caminaron durante treinta minutos y, entonces, la luz del sol los cegó, salieron a las calles más circulas de Argentina.
—Vamos a matar a Bautista —decidió Rodrigo—. Cuando vaya a la escuela, lo mataré.
—Muy bien, hijo.
Cuando Camille llagó a su casa, no la trajo ninguno de sus guardaespaldas porque siempre fue así. Ella siempre pidió volver sola, en algún momento, tendría que estar sola, no solo en su casa. Necesitaba momentos en soledad y no tenía idea de la razón.
Abrió la puerta de la casa y tiró la mochila en el piso, después se tiró en el sillón; agarró el celular y se puso a tontear en Instagram y Tik Tok, ella siempre que podía se divertía perdiendo el tiempo en redes sociales.
Su papá entró al living y lo primero que le dijo fue una orden:
—Levantá la mochila y llevalá a tu pieza, Camille.
—Después, no jodas.
—Camille ¡Ahora!
Odiaba cuando su padre se ponía de ese modo tan horrible, ella lo llamaba modo padre. Suponía que todos los padres en el mundo hacían esa estupidez y siempre que podía ella lo criticaba sin censar. Le hubiera gustado que su guardaespaldas estuviera ahí para que pudiera hablar con él sobre esos temas.
Ella se levantó con tremendo cansancio y agarró la mochila.
—Diosss —murmuró, quejándose.
Estaba subiendo las escaleras y su papá la frenó para decirle:
—¿Averiguaste si hay algún Ferraioli?
Camille dudó en decírselo. Pensó que no debía porque su padre le iba a hacer algo malo, entonces, solo se le ocurrió mentir. A ella n le gustaba mentir, pero tenía miedo de que su padre acabe con la vida del chico que le gustaba.
—Nop, no hay ninguno. —Suspiró con tranquilidad.
Siguió subiendo las escaleras hasta que llegó a su pieza, allí cerró la puerta y se tiró en la cama. Tenía una llamada de... ¿Rodrigo? Lo atendió.
Estaba asustada por todo lo que podría ocurrir. Soltó un suspiro y se dio cuenta de que era tiempo de hablar con la verdad, pero ¿por qué no estaba segura de hacerlo?
—¿Podés venir a mi casa ahora, Cami?
Aquello la sorprendió y no podía comprender lo que sucedía.
—¿Eh? ¿Para qué?
—Raquel no se quiere volver sola a su casa.
¿Qué demonios hace Raquel en la casa de Rodrigo? Pensó casi en voz alta, pero no lo hizo. Guardó distancias y negó, pero luego recordó que él no podía ver lo que ella estaba haciendo.