“Aún no somos capaces de discernir lo que es real y lo que no lo es. Pero, ¿cómo ser conscientes de lo que es real cuando no conocemos ni nuestra propia realidad?”
Catherine Halm
22 de enero de 2016
Unos brazos cálidos me envuelven haciendo que el frío que se había instalado en mi cuerpo desaparezca poco a poco. Y ante la necesidad de entrar en calor me acurruco más contra la fuente de éste.
No recuerdo nada; ni dónde estoy ni porqué. Intento abrir mis ojos para ubicarme pero no puedo, los siento muy pesados. Hago un esfuerzo inhumano para que las imágenes y hechos vuelvan a mi cerebro y al instante me arrepiento.
Una recreación de la fiesta aparece tras mis ojos. Beth, Alec y el alcohol representan la mayor parte de las escenas de la noche; las cuales son eclipsadas cuando una sensación de terror pasa como un cometa en lagunas de mi memoria.
Unos ojos cristalinos me observan desde las profundidades de mi mente. Recuerdo su aliento en mi cara, su áspera voz y mi cuerpo vuelve a ser recorrido por el miedo a pesar de saber que es muy probable que el lobo fuese una simple figura creada por mi ebriedad. Porque no hay lobos de dos metros en Bagley, ni en ninguna parte del planeta.
Me revuelvo entre los brazos que me sostienen para que dejen de hacerlo. Mi cuerpo ya está a una temperatura aceptable y mi curiosidad junto con una pizca de temor despierta lista para enfrentarse a quien sea que esté conmigo.
Esa persona se da cuenta y me deja sobre algo mullido y cómodo que bien podría ser un sofá o una cama.
La fiesta vuelve a ser dueña de mi atención. Beth y Alec deben de estar preocupados buscándome, o eso espero. Lo único que tengo en claro es que mamá me matará cuando llegue a casa.
La cama hundiéndose a mi lado interrumpe mis pensamientos. Vuelvo a intentar abrir mis ojos y esta vez lo consigo. Prácticamente cantando victoria miro a mi alrededor.
Estoy en una superficie de sábanas blancas y una gran cabecera negra. Todos los muebles son blancos y hay varios objetos como cuadros y posters decorando la habitación, dándole color. Dos estanterías repletas de libros cubren una pared, mientras que en la otra hay un enorme ventanal que ahora mismo no deja entrar nada de luz, siendo cubierto por cortinas de color berenjena. El parqué en el suelo contribuye para que el espacio sea aún más oscuro.
Me giro para ver al propietario de la habitación y mis ojos se abren con sorpresa al verlo.
Reconocería esa mirada fría e indiferente en cualquier lugar. Su mirada verde no deja de observarme ni por un instante y eso me inquieta enormemente, sobre todo tras las palabras de su íntimo amigo.
—¿Cómo estás? —pregunta.
Sonrío levemente al escuchar algo civilizado salir de su gran bocaza tras lo cual vuelvo a adoptar una expresión neutral.
—Bien —logro decir.
Él asiente con la cabeza dándome a entender que me ha escuchado y me tiende de forma casi brusca una taza de chocolate caliente. Me acomodo sobre la cama como puedo y acepto la bebida.
Mientras me tomo el chocolate a sorbos, ya que está ardiendo, él no deja de mirarme.
—¿Dónde estoy? —formulo la pregunta.
—En mi habitación.
Supongo que era evidente pero al confirmármelo sólo hace que me den más ganas de salir del lugar. No me siento muy cómoda respirando el mismo aire que Jeremy Allen, y menos después de la conversación con Jonas.
—Bueno, gracias por todo —digo mientras dejo la taza vacía sobre la mesa de noche —me voy, mi madre debe estar preocupada.
—La he avisado, está bien con que estés aquí. — responde.
Sé que miente pero no tengo fuerzas para discutir ni para enfrentarme a mi madre en este momento. Además, si J hubiese querido matarme, hace horas que hubiese estado en un ataúd.
Me vuelvo a acurrucar en las sábanas sin responderle, y mientras mis ojos se cierran, escucho la puerta cerrarse.
⋆ᗬ⋆
23 de enero de 2016
Me despierto bruscamente con el ruido de algo que se rompe. Rápidamente abro mis ojos y me levanto de la cama apartando las sábanas y el edredón. Gruño al ser despojada de mi fuente de calor y busco algo que me abrigue ya que aún llevo el vestido de ayer.
Agarro una bata que encuentro en el armario y salgo de la habitación.
Un pasillo con al menos una docena de puertas se extiende ante mí. Cada una de ellas es igual a la anterior pero el estruendo parece venir de algún lugar por debajo de mis pies.