Tuve que esperar un buen rato para volver a buscar a mi propietario, ya que estaba atardeciendo. Tuve que actuar como toda un esclava de sangre y dar una reverencia para pedir permiso, si él decía que no, no podría objetar, ya que los propietarios son los únicos que tienen autoridad sobre sus esclavos de sangre hasta que estos últimos, cumplan con su deber: que es alimentar a su amo.
―¿Con unos amigos? ―preguntó con la mirada un poco perdida.
―Me invitaron a comer algo rápido y luego vuelvo, me tomaré fotos a cada rato para que esté seguro.
Frederick soltó una carcajada, como si fuese divertido verme suplicar.
―Actúas como si yo fuera tu padre ―comentó sin perder el sentido del humor―. Eres mayor de edad, puedes ir a comer algo con tus amigos. Pero nada de sexo, ¿entendido, señorita? No quiero sentirme culpable por dejarte ir.
Hice una mueca de asco, no está en mis planes tener sexo, aunque entiendo sus dudas.
―Sé que las chicas de hoy en día maduran muy rápido a comparación de aquellas épocas pasadas, pero te doy mi palabra de que no tengo planeado eso ―le aseguré.
Él levantó una ceja y dijo:
―En mis épocas pasadas, tú serias considerada como una solterona, Baetana. Las mujeres tenían que casarse a partir de los trece años. Yo solo te advierto porque no quiero meterme en problemas con tus padres, me informaron que aún vives bajo su techo.
¿Desde cuándo a un vampiro le preocupó a mis padres? Frederick es una caja de sorpresas.
―No te preocupes, mi padre los conoce, ellos tienen su confianza.
―Por cierto, ¿puedo acompañarte a un punto?
―¿Qué?
―Solo quiero acompañarte a que te busquen, sé que eres fuerte, pero inseguridades hay en todas partes del mundo, Baetana.
A pesar de que me lo preguntó, yo lo acepto como una orden, no quiero hacer algo que pueda desagradarle. No conozco a Frederick, solo sé que es raro.
Noté que en su despacho se encuentra dos retratos: uno de un hombre en traje y de cabello como castaño claro y el otro el de una mujer joven de hermosa cabellera roja; no pregunté quienes eran, no quiero parecer una entrometida a sus ojos, así que me tragué mi curiosidad. No quise detallar mucho los cuadros, pero era inevitable hacerlo, ambas pinturas poseían su atractivo.
Me retiré de su oficina lo más rápido que pude, recorrí los amplios pasillos antes de entrar a mi alcoba. Busqué entre mi ropa y no duré mucho en escoger un atuendo, ya que tengo todo organizado para cuando lo necesite. Me puse una típica ropa deportiva de color fucsia y unos zapatos negros; me coloqué un abrigo y me sujeté el cabello ―aunque me costó―, me puse una tobillera y salí de mi habitación.
Como tengo mala suerte, me topé con Lysander, quien me miró de arriba abajo con una expresión despectiva, contrajo otra vez su mirada.
―¿Vas algún lado?
―Voy a salir a comer con unos amigos ―respondí y luego añadí―: Frederick me dio permiso.
Él suspiró y posó una mano en su frente con cierta elegancia.
―Ese imbécil es muy confiado.
Parpadeé varias veces y le miré de soslayo, no sé si escuché bien o Lysander acabó de insultar a su amo, pensé que algo así era imposible, los vampiros Sirvientes están obligados a no opinar, a no insultar a su amo y a agachar la cabeza ante los mandatos de su amo; las características de esos vampiros me recuerdan al comportamiento que debe adquirir un esclavo de sangre como yo. No odio a los vampiros Sirvientes: ellos no tienen posibilidades de beber sangre humana, así que no los daña, pero he notado que esa escala me odia a mí.
―Agradece que Frederick es bondadoso con todo aquel que le cae bien, porque yo no me confiaría de una esclava de sangre que salió de la nada, sobre todo con tanto rumor del Consejo Vampírico, ¿no te parece sospechoso eso?
Tragué en seco ante sus mirada acusatoria.
―No entiendo lo que me está diciendo ―dije con una voz calmada.
No debo subestimar a Lysander, me confié mucho por el hecho de que es un Sirviente, por lo tanto pensé que no se le tenía permitido hablar a su amo si este no quería.
―Tu apellido es Simons, tal vez Frederick no lo recuerde, pero los Simons son cazadores de vampiros, no me extrañaría que pertenecieras a esa estirpe. Tu padre es cazador, lo que hace tu intervención aquí más sospechosa.
Nunca pensé que sería descubierta tan rápido, así que guardé la calma y saqué mi última carta:
―No me gusta el oficio de un cazador, detesto la idea de matar vampiros ―mentí―. Además, ¿qué podría hacer yo? Soy una humana común y corriente que nunca a tocado un arma en su vida.
Su mirada no cambió ante mi respuesta, su ceño está fruncido.
―Espero que sea así, si algo le pasa a mi amo por tu culpa, iré por tu cabeza.
Lysander se ve dispuesto, no está bromeando con su amenaza, está decidido en proteger a Frederick, mucho más que cualquier otro Sirviente que haya conocido en mi vida; él aprecia mucho a su amo.
[…]
Frederick me acompañó hasta nuestro punto de encuentro, estaba empezando a atardecer un poco. Él se encontraba a mi lado, con su capucha negra protegiendo su piel del sol; estuvo intentando iniciar una conversación, pero yo no sabía cómo continuarlas, aún tengo las palabras de Lysander tatuadas en mi mente, tan solo espero que la vampiresa Hofman no se atreva a mostrar su rostro en la propiedad Collingwood, no quiero morir joven a manos del sirviente de Frederick.
―Señor Frederick, ¿Lysander y usted tienen una relación muy cercana? ―inquirí por curiosidad.
Detecté una sonrisa de su parte, esa sonrisa desmayaría a media población mundial.
―¿Tienes curiosidad?
―Es que le llamó imbécil.
Frederick carcajeó ante mis palabras.
―Él siempre me dice así cuando hago algo que a él no le agrada, no has visto su rabieta cuando se enteró que iba a traer a una vendedora a mi propiedad, me insultó en tres idiomas distintos: en francés, italiano y rumano. ―Pareció hacerle gracia ese recuerdo―. Somos amigos desde hace décadas.