Scott era alguien silencioso y tranquilo, tenía una expresión de seriedad en su rostro a mayor parte del tiempo, y la mayoría de las veces, era muy distante a las personas que le rodeaban, volviendolo un ser frío y solitario. Las pocas cosas llegaban a alterar su calma consciencia, se podían contar con los dedos de una mano.
Mientras que su hermana "pequeña", Lila, era más que todo lo contrario, ruidosa e inquieta, sonriente a cada hora de día, amaba socializar y hacía que las personas a su alrededor se sintieran cómodas con ella, su sola presencia cálida y dulce como un bizcochuelo recién salido del horno.
Cuando él era pequeño, no había tenido la más mínima necesidad de comunicarse con la gente, ni siquiera con su madre, ya que ella comprendía cada mueca rara que él hacía. Pero cuando Lila nació, y al año aprendió a comunicarse con palabras... ¡Madre mía! ¡Su hermana era una máquina de hablar, con todas las leteas! En menos de un mes, Scott empezó a hablar: "Silencio", "Calláte un rato", "¡Ayúdame, mamá!", "Loca", "Quiero irme de casa", "Me voy dormir".
¡En fin! ¡Sigamos con Scott!
El camino hacía la escuela fue tranquilo y silencioso, siete cuadras a la derecha, trece a la izquierda, en las que Scott no aflojó su ritmo y recorrió en menos de media hora.
Pronto llegó al edificio de paredes blancas, que él y muchos llamaban "cárcel". Los pasillos largos y eternos, y sin ventiluces, que le recordaba a un hospital, con esas odiosas luces incandecentes a todo lo que daban, reflejándose en las paredes blancas de los pasillos y aulas, mientras detrás de las cortinas opacas de los salones, se encontraban grandes ventanales que nadie aprovechaba.
Al chico le dio un escalofrío, el solo pensar que estaría encerrado allí al menos cuatro horas de ese día, en un aula para veinte alumnos que era utilizazba por treinta y seis personas sin contar al profesor, a la vez que imaginaba esos los bancos y sillas viejos e incómodos, que los obligaba a amontonarse unos contra otros, siendo él alguien bastante alto y corpulento.
Suspiró, y siguió avanzando.
Habiendo traspasado la entrada de rejas verdes, para llegar a la cárcel, Scott recordó algo importante, algo que había olvidado en su casa, y que era algo bastante problemático.
--Lila --pronunció.
--¡No!... ¡Tu maestra! --se quejó ella detrás suyo--. ¡¿Quién más se pasó veinte cuadras gritando tu nombre, tonto?!
Scott volteó con lentitud en dirección a su hermana, ella se encontraba doblada en dos, intentando recuperar el aire del maratón que hizo.
--¡Lo hiciste de nuevo! --gritó hecha una fiera, con rostro totalmente rojo, casi a la par de su cabello pelirrojo--. ¡Tú...! ¡Cruel ser humano! ¡Correr... detrás de tí! ¡Es un suplicio! ¡Y...!
El chico le alcanzó su botella de agua, como si "nada".
--Gracias --se enderezó y empinó el agua hacía su boca, un par de sorbos más tarde, volvió a hablar--. Ya esta, gracias --se la devolvió vacía--. ¿En qué me había quedado?
--Que soy un suplicio.
--¡Eso! ¡Y que no todos somos atlétas como tú! --terminado su discurso, Lila sonrió alegre, aun con las mejillas rojas como un tomate de la carrera--. ¿Qué dices en tu defensa?
--Ahora sí se te corrió el maquillaje --Scott le señaló el rostro--. Tengo clases, nos vemos más tarde --y la dejó en la entrada, dejandola atrás con un par de pasos.
--¡Me las pagarás! --le gritó ella a la distancia.
Él la ignoró y siguió caminando.
Con su mente divagando, y la vista perdida en las luces florecentes y los afiches que inútilmente intentaban colorear un poco las paredes, caminando automáticamente, fue hacía el aula, donde, seguramente, muchas horas de su vida se perderían inútilmente, en un intento de comprender lo incomprensible.
Entró y se sentó en el banco de la última fila, en la esquina más lejana, lejos de la vista de todos, incluidos sus profesores.
--Rarito llegó --dijo una voz burlona.
Aún así, era un largo camino hacía ese punto, debía a travesar el aula completa, a la vista de sus compañeros.
Scott y sus compañeros no tenían una buena relación, por no decir ninguna, uno que otro graciosillo se burlaba de él ¿Por qué? Porque no era "sociable" ni tenía amigos, por no usaba ropa "normal", hasta alguno por su aspecto de "fantasma", alto y pálido, con todo vello su cuerpo blanco como la nieve. El chico ignoraba a la gente por excelencia, y a una persona cuya función en la vida era molestarle, era como si no existiera.
--Hola, Scott --una voz calma y hasta dulce, una vez que sentó en su lugar.
--Becca --asintió él en dirección a ella.
Rebecca sonrió al pasar a su lado, y se sentó a un banco de distancia.
Siempre hay excepciones ¿Verdad?
El profesor de Literatura llegó, un "Hola, chicos ¿Cómo están?", y empezó a dar su clase.
Scott se quedó mirando por la ventana, casi con añoranza, este día en particular, se sentía más distraído que de costumbre, desde esa mañana, desde que despertó.
Su mirada viajaba de aquí a allá, como si buscara algo, su cuello y hombros dolían como si alguien hubiera puesto pesas sobre ellos, y esa sensación de haber olvidado algo importante.
¿No se había olvidado solo de Lila? ¿Qué más podía olvidar?