Dimitri era un ser frío al tacto la mayoría del tiempo pero no por ello era un desgraciado insensible. Notar la mirada ida de quien sería su señora le partió el alma porque sabía que en algún lugar del mundo estaba la hermana de la señorita Collins.
Dada la debilidad de la pequeña Lucretia por el lado oscuro era muy probable que Elizavetta quizá la hubiera acogido bajo su ala para usar su potencial para su beneficio. En primer lugar, estaba La Niebla, la organización secreta no tan secreta porque usted estimado lector ya sabe que existe así que lea esta hoja, arránquela y quémela pero después de haber leído el otro lado de la misma. Prosigo, La Niebla tiene como misión asegurar que la ceguera invada al mundo y la luz no se cuele entre La Telaraña, un ente alterno que se encarga de llenar lar arcas de los Schwartz con el dolor fruto de la desdicha.
-Luz verde.- dijo sutilmente esperando no espantarla.
Morgana pisó el acelerador moderadamente hasta llegar a unas razonables veinte millas por hora.
Evidentemente, su interior estaba alterado hasta el límite de lo humano, pero su forma de conducir era controlada. Quizá esta humana no era tan diferente a él, quizá ella tenía ese poder sobrenatural de encausar sus emociones negativas para enfocar sus sentidos en la tarea que le presentaba el camino.
- Asumo que vamos al Laurel Hill.- carraspeó esperando captar la atención de la piloto en modo automático.
Su intento por romper el silencio fue fallido. La conductora asignada no mostró interés en contestar de manera verbal o corporal.
Aún sin pedir autorización, Dimitri podía acceder al los registros de la psique de Morgana para ver ese recuerdo que le había perturbado. No había necesidad pues él sabía qué recuerdos estaban manifestándose. Escudriñar en los pensamientos de los demás era una maldición. Sin tan solo pudiera borrar todo recuerdo que causara dolor... ¿De cuántas mentes debería ser él eliminado?
Y es que en la vida de su familia no han faltado tragedias que se repiten generación tras generación. Esos seres van evolucionando corporalmente más sus emociones van convirtiéndose en entes más complejos que incluso tienen mecanismos autónomos de supervivencia. Ellos se adaptan con elasticidad a los tiempos en los que sus carnes van volviendo, pero él era todo lo contrario, un ser rígido cuyo infortunio genético lo hacía a aferrarse a lo que ya era, a vivir con lo que era sin ninguna posibilidad de cambiar. Malditos humanos y su libre albedrío de papel.
- Algo me dice que ya habías visitado Filadelfia.- la voz de Morgana sonó como un trueno que disturbaba una tranquila tarde.
- Alguna vez lo hice, pero fue antes de que todo fuera tan... caro y congestionado.- por poco se delata al tratar imitar a Lestat.
- ¡Entonces viniste acá con una creación de Anne Rice! - se burló.
Era un alivio saber que Morgana estaba de vuelta. Su corazón se conmovió.
Esa chispa que iluminaba los momentos más raros era uno de sus dones desde que era muy pequeña. Su semblante sereno irradiaba la paz que él no tenía, el sosiego que nunca antes había tenido.
- Y, ¿acaso no puede un dios cristiano crear criaturas similares?- preguntó Dimitri.
- Se nota que nunca has ido a la escuela dominical.- lo miró de reojo.- Según el evangelio antiguo y el nuevo, tales seres que se alimentan de sangre y dolor pertenecen al reino del ángel caído. Aun así provienen del mismo origen divino.- encogió los hombros.
Dimitri guardó silencio y reflexionó ¿Cómo un dios puede tener misericordia de unos y desatar su ira sobre otros? Desde que pisó el suelo terrenal tenía una ira incontenible hacia su creador. Si Morgana supiera la realidad de su origen... Ya estaría haciendo justicia en nombre de su dios creador de las escuelas dominicales volviéndolo polvo con su toque calcinante.
- ¿Quieres decir que aún la creación más abominable tiene algo de prístino en su ser? - miró sus manos que, ahora pulcras, alguna vez se bañaron en sangre.- señorita Collins eso es imposible- frunció el ceño.- Solo hay mal o bien en el mundo.- apretó los puños.
- Yo nunca mencioné 'el mundo'.- aceleró.- No este.- exhaló sus ganas de marcharse a otro mundo.
Quería hacer alguna maniobra para detener ese insoportable auto y tomar el rostro de Morgana entre sus manos y besar sus labios sin nada de decencia. Oír de su boca ideas tan brillantes, tan blasfemas y a la vez tan sagradas despertaban sus ganas por desgarrar todas las prendas que cubrían su piel de melocotón y pasar su lengua por cada rincón de su cuerpo. Penetrar cada tejido de su ser con su alma corroída. La única forma de ser salvado sería por la gracia de ese ángel a su lado.
Las colinas del Laurel Hill se hacían visibles en el horizonte.
- Muero de ganas por visitar a Laura Matilda Torne.- Sus ojos azules brillaban intensamente.
- No olvides a Mary Engle Pennington.- rozó su ondulado cabello azabache con un toque clandestino.
- Fue ella quien te enseño a construir cuartos fríos para almacenar tus víctimas, ¿verdad? - le dio un codazo.
- ¡Oh cara mia!- dijo imitando a Homero Addams.
Mientras Morgana aparcaba. Su mirada volvía a ser sombría.
Al cesar el ronroneo del auto. Morgana cerró sus ojos y tomó la mano de Dimitri. Inhaló una esencia familiar.
''Veo un pañuelo con C.H. bordado en color violeta''.
Apretó la mano de Dimitri. ''¿Por qué hay sangre en tus manos?'' Abrió los ojos abruptamente.
La cabeza de Dimitri se volvió tan pesada como un yunque de hierro. No tenía palabras para justificarse.
La bestia en su interior afloró.
Tomó a Morgana del cuello con una de sus manos y con la otra cubrió su boca.
El mundo se redujo hasta convertirse en una diminuta partícula de luz.
Un beso para evitar que más preguntas fluyeran de ese ser virginal terminó por iluminar un día sombrío de otoño.
Editado: 02.11.2022