Tarde usual de primavera después de clases en la academia James Dawson Charter, pocas probabilidades de lluvia e infinitas posibilidades de ser miserable.
Entre los estudiantes que se disponían a regresar a casa en la ruta escolar o en sus propios autos, dos amigas se abrían paso para lograr escapar de las calamidades de ser adolescente con el peso de la adultez respirándoles en la nuca.
- Nos vemos mañana en la pista de hielo.- la voz de Michael se perdía en medio de la horda de pubescentes.
Michael Redgrave, un joven trigueño atlético de no más de seis pies de altura, quien tenía los ojos puestos en Hannah Cummins.
Este chico parecía el tipo de joven que lograría hacer realidad el sueño americano, pero el conseguir una cita con la encantadora rubia, ponía en tela de juicio su determinación de atleta.
Entre risas, Hannah y su amiga... ¿Se dirigían hacia el bus escolar?
Pensaban en cómo Hannah se podría librar de Michael sin herir su ego.
El joven Redgrave asediaba a Hannah constantemente, sin lograr conseguir más que el rechazo diplomático de la aparentemente asequible Cummins.
Sin embargo, horas antes, durante la clase de gimnasia, Hannah había aceptado la invitación de Michael como una muestra de cortesía.
Si lo pensaba bien, no podría ser tan malo ser vista en público con un atractivo ejemplar masculino; esto elevaría el valor de sus acciones en el competitivo mercado de la bola de nieve que habitaba.
Además, estaría sentando un mal ejemplo, ya que no hacía más que insistirle a la cuadriculada Anna Collins que debía lanzarse al mundo y empezar a romper corazones.
Hannah se detuvo en seco.
-Oye, ¿por qué no vamos al centro comercial?- dijo con una gran sonrisa de oreja a oreja con los ojos puestos en el horizonte.
-¡Estás demente! Te dije que no puedo llegar tarde.- advirtió Anna.
- Solo un ratito.- suplicó como una niñita- Ya casi cumples tus apestosos dieciséis, es hora de que uses tu libre albedrío para el bien de la humanidad.- Hannah sabía que su amiga necesitaba despeinarse un poco porque era y posiblemente siempre sería algo obtusa.
Sin advertir, Hannah prácticamente arrastró a Anna hacia el otro lado de la calle y detuvo el primer taxi que pasó.
A empujones, hizo que Anna entrara de cabeza en el automóvil.
Si los que presenciaron la escena no hubieran sabido que eran amigas, habrían visto este momento con la agudeza visual de un agente encubierto a cargo de desenmascarar una red de trata de blancas.
''...te buscaré, te encontraré y te mataré''. La voz de Liam Neeson se coló en el subcosciente de algún obervador fantasma que disfrutaba de la escena mientras tomaba un sorbo del elíxir de la vida.
-¿Te faltan tuercas o qué?- le dio un codazo a Hannah en la boca del estómago.
-¡Sí! Tú deberías perder unas.- se dirigió al conductor mientras frotaba su magullado abdomen- señor por favor al Rose Hill.-ordenó.
-¿Sabes cuánto tardaremos en volver a casa?- Anna odiaba actuar de forma impulsiva, así sus aventuras fueran, en efecto, sosas.
-Claro que lo sé, pero es Rose Hill, nos divertiremos.- Hannah cogió la mano de su amiga y tatareó una melodía infantil.
Anna trató de relajarse un poco y hacer algo que era muy raro en su persona: seguir la corriente.
Muy en el fondo sabía que era necesario hacer algo totalmente contrario al orden natural de las cosas para que el señor del caos balanceara la rutina.
Ese año escolar había sido muy canija y sin Hannah, seguro no hubiera llegado al final del segundo año de la preparatoria.
Por un lado estaban las actividades extracurriculares que no la llenaban, pero según su consejero debía demostrar constancia, y, por otra parte, no había nada que la hiciera sentir que era parte de algo.
Definitivamente tampoco podía aspirar a ser parte del grupo acapella, pues su indomable voz de contralto era una condición preexistente que le impedía a cualquier aseguradora proteger al prestigioso grupo de una hecatombe.
Tenía dos años por delante para demostrar que era una joven proactiva, decidirse por algún grupo, o su sueño de ser aceptada en una prestigiosa escuela de historia sería eso, historia.
Sin más remedio, sacó su Amex de la billetera y la agitó alegremente.
-¡Oh la lá!.- Hannah arqueó las cejas.
Anna tenía restringidas las visitas, los horarios de salida, los medios de transporte que podía utilizar, entre otras cosas, menos el uso de la tarjeta de crédito que se suponía debía ser destinada a cubrir emergencias.
Y viendo las cosas desde un punto de vista objetivo, ese viernes era una emergencia, pues era la antesala del último periodo académico; lo cual significaba que en un abrir y cerrar de ojos tendría que estar tomando decisiones odiosas acerca de qué iba a hacer con el resto de su vida.
Como era habitual en la dinámica de esta relación de almas gemelas, la señorita Cummins desplegó toda su verborrea para amenizarle la existencia a la menos efusiva señorita Collins.
Editado: 02.11.2022